Puede resultar asombroso cómo en una sola figura histórica se reúnen un sinfín de cualidades que la dotan de tal reputación que pareciera encajar con los valores de las futuras épocas. Un hombre que ha logrado trascender el tiempo, figurando hoy como uno de los exponentes predilectos del pensamiento contemporáneo, es el enigmático autor danés Sören Kierkegaard. Aunque en vida no contó con este renombre que su persona posee en la actualidad, póstumamente obtuvo el merecido reconocimiento por su genialidad y descomunal trabajo literarios. Su vida estuvo llena de conflicto y de superación, de confrontación pública y de tragedia. A pesar de todo ello, los acontecimientos más comentados popularmente son los relacionados con la tragedia que le rodeó en vida, tales como lo fueron la muerte prematura de algunos de sus hermanos y hermanas, la propia muerte de ambos padres —particularmente la de su padre, la cual le afectó al grado de reconsiderar el rumbo de su vida vocacional y profesional— y la ruptura amorosa con el amor de su vida y prometida, Regina Olsen. Estos sucesos son de sobra conocidos, y no para menos, ya que como él mismo señalaría particularmente de los mismos en sus diarios personales, fueron decisivos en lo que se refiere a la trascendencia de su vida. Sobradamente referidos, no ahondaremos en los mismos; nuestro interés es mostrar aquel otro aspecto de su vida personal que muestra ese talante que lo distinguía y por el cual lograría colocarse como uno de los más grandes pensadores de nuestra era.

Otro dato que es en exceso sabido, es su afamado título de “padre del existencialismo”, referido a causa de sus reflexiones en torno a la existencia y su relación con la individualidad humana, aspecto intelectual que tiene relación con otra de sus famosas facetas características: la de ser un cristiano confeso —uno ferviente y apasionado—. Aunque esto último nos permita hacernos una idea en torno a su filosofía, existen ciertas cualidades personales que suelen ser insospechadas para muchos respecto a su carácter relacionadas con los rasgos de su personalidad y sus convicciones ético-religiosas. Estos aspectos de su manera personal de pensar y ser, están representados en una serie de opiniones que hizo de manera pública en contra de ciertas instituciones oficiales. Estas opiniones dirigidas a modo de crítica destructiva le dieron como resultado ganarse en vida el oprobio popular —cosa que supo aceptar y asimilar como parte de su encomienda religiosa—. Logrando acaparar la atención de la autoridad eclesial de su época, Kierkegaard recibió múltiples respuestas de esta en tono amonestador como forma de corrección. Toda esa ignominia le trajo como resultado que la prensa lo caricaturizara a través de desagradables artículos y dibujos, entre los cuales, algunos destacaban despectivamente ciertos rasgos de su apariencia física. A pesar de haber recibido de todas estas instancias ataques personales enfocados en desacreditarle, ninguno de ellos logró desmotivarle. Prueba de su inquebrantable perseverancia son todos aquellos escritos públicos que redactó con el fin de ser un acicate para sus detractores. Kierkegaard planeó señalar por medio de esta multitud de trabajos los excesos y las conductas contrarias al cristianismo que tenía la iglesia oficial. Entre algunas de las denuncias que hizo, varias de ellas fueron dirigidas contra el Estado eclesiástico, contra la clase burguesa de su época y contra lo que él denominaría como “la cristiandad” —que, para todos estos casos, existía una mutua relación—. Todas estas agrupaciones y sociedades representarían un tropiezo para lo que él consideraba ser el verdadero cristianismo; eran estas quienes entorpecían los esfuerzos individuales de cada genuino cristiano por integrarse y comportarse como tal.
Un ejemplo particular de denuncia pública que hizo Kierkegaard —incluso antes que el propio Marx y tomando en cuenta que no se conocían—, fue la crítica contra el conformismo burgués; tal vez no planteada en un sentido completamente socio-económico —como la llegaría a plantear Marx—, pero sí en un sentido religioso a partir del cual vería lo ostentoso y el lujo como impedimentos estructurales para el pleno desarrollo individual dentro del cristianismo. Aunque su postura en franca oposición a dicha clase social no fuera de tintes completamente políticos, su fondo religioso resultaba pertinente para el contexto en el que vivía; tan es así que, como ya dijimos, que le valió el descrédito y el repudio social de las autoridades eclesiales que gobernaban entonces. Esta crítica social, a pesar de su carácter particular y profundamente religioso, sigue siendo relevante dentro de las distintas esferas socio-políticas en el entendido de que su influencia en la actualidad se ve mediada por la popularización de las consignas marxistas (en algún grado afines).
Así como consideró a la burguesía como una cosa despreciable para el verdadero cristianismo, también sostenía una especie de crítica hacia la cultura de masas que hoy también mantienen relevante su pensamiento. Es bien sabido que hoy en día la cultura de consumo produce una opinión desfavorable de sí misma; que los medios masivos de comunicación generan una desconfianza igual de masiva en la sociedad, y que el riesgo de sobrepoblación es una posibilidad indeseable en un nivel generalizado dentro de la sociedad. Nuevamente, aunque la crítica de Kierkegaard vaya encaminada con propósitos religiosos —como todo en su vida y obra—, su opinión sobre la burguesía y el oficialismo religioso nos permiten apreciar la genialidad y originalidad que ostentaba ya entonces para su época. En un mundo gobernado por un Estado totalmente amalgamado dentro de los asuntos de la iglesia, la estrategia política típica consistía, a criterio de Kierkegaard, en perpetuar dicha confusión de intereses, incluso si eso significaba “pervertir” los principios de esta última en pro de las motivaciones político-estatales. Según Kierkegaard, la razón de que al Estado le interesaran las cifras, el número, se debe a que este aseguraba su prevalencia por medio del número de individuos integrados que lo conforman. La iglesia tomaba para sí este mismo parámetro e “interés” por las cifras y lo traducía en un número total de feligreses que la constituían, garantizando de esa manera su existencia y poderío. De esta manera, la iglesia oficial daba más importancia a la cantidad de sus integrantes antes que a la calidad de los mismos. Para Kierkegaard, esto fue algo que tuvo que denunciar de manera pública para dejar en evidencia la conducta anticristiana de la iglesia. De esta manera, incentivando el estilo de vida aburguesado, privilegiando el conformismo y el lujo, es que Kierkegaard señalaría la conformación de una clase social, político-religiosa, respaldada por la iglesia institucional “aliada” con los intereses del Estado, la famosa “cristiandad”. Exponiendo de esta manera a este grupo social se lograría distinguir el cristianismo auténtico de uno meramente nominal. Casi al final de su vida, Kierkegaard decide dirigir sus ataques abiertamente contra la Iglesia dinamarqués por medio de distintos artículos que publica en una revista que él mismo financió y mandó imprimir con el nombre de El instante. En esta revista vemos menciones de figuras como el obispo Peter Mynster y su sucesor, el obispo Hans Lassen Martensen a quienes Kierkegaard atribuye esta despreciable figura de la cristiandad aburguesada y opulenta.
Cabe recalcar que a pesar de su denuncia de carácter exclusivamente religioso, esta se vuelve relevante todavía para nuestra época laica además de que, a la fecha, sigue sirviendo como testimonio de su carácter propio, carácter que le sirvió para resistir todas las diatribas dirigidas contra su persona. Precisamente, como el honor y la fama mundana le resultaban nulamente atractivos, Kierkegaard decidió exponerse al escarnio con tal de cumplir con su vocación religiosa. Esto puede resultar inspirador a todos aquellos que al día de hoy aún le leemos. Su convicción, su entereza, su coraje, su talante serio y decidido nos hacen crearnos una imagen de su personalidad enfrentada contra aquella otra popular construida a partir de sus tragedias particulares de vida. Kierkegaard es más que desesperación y angustia, es más que temor y melancolía; Kierkegaard, con su personalidad decidida y su entereza, nos muestra que su vida se desenvolvió más allá de los sentimientos de tragedia y tristeza. La vigencia que hoy llega a tener Kierkegaard se debe, en buena parte, a que más allá de la manera en que planteó algunos de los problemas que al día de hoy siguen considerándose pertinentes, los rasgos peculiares de su carácter pueden volverse una fuente de admiración para sus lectores. El renombre histórico que se ganó meritoriamente Søren Kierkegaard se debe en muy buena medida a la valentía con la que llegó a enfrentar a la religión organizada y a los convencionalismos sociales de su tiempo, a pesar de todos los riesgos y consecuencias que implicaron dichas confrontaciones. Una manera de honrar esa gallardía es recordarle como lo que fue: un caballero del cristianismo dispuesto a denunciar y a sus transgresores defenderlo. Rememorémoslo reconociendo todo su talante revolucionario con el que confrontó los excesos de la vida moderna y eclesial.
Libros recomendados:
El instante y Mi punto de vista como escritor de Sören Kierkegaard.