La verdadera disputa del escepticismo: los tropos como vía hacia la ataraxia

En el imaginario colectivo existe una opinión errada del escepticismo derivada del desconocimiento de su finalidad y origen….

Durante toda la historia de la humanidad, el tiempo nos ha ido mostrando que el conflicto ha acompañado al ser humano como parte constante de sus dinámicas sociales. El conflicto bélico, deportivo, recreativo, lúdico, físico, intelectual, afectivo, social, etc. son unos de tantos tipos y clases de enfrentamientos entre adversarios y/o contrincantes. Todos estos ejemplos a su vez se ven implicados en ocasiones unos dentro de otros, teniendo casos como que lo recreativo se confunde con lo meramente lúdico en las riñas entre amigos que por pura diversión organizan entre ellos; o los casos en que los conflictos sociales se llevan a un nivel intelectual habiendo el ejemplo en que grupos políticos “rivales” de alas facciosas opuestas, además de lanzarse improperios mutuamente y recurrir a las descalificaciones personales entre ellos –como les es habitual–, argumentan a favor o en contra acerca de sus posturas políticas e ideológicas. Como sea, podemos observar que el conflicto, en sus distintos matices, ha sido parte natural de las dinámicas sociales humanas.

  A partir de lo que suele conocerse como “Historia Universal”, algunas posturas filosóficas han concebido al conflicto como parte, no solo natural, sino esencial del desarrollo humano, es decir, como un rasgo inherente a este desarrollo y que dio origen necesariamente a los procesos civilizatorios. Desde Heráclito con su visión sobre el conflicto entre diadas –proceso por el cual sustancias opuestas van configurando el mundo por medio de dinámicas de contraposición y mezcla es ilustrado y llevado al plano social con la famosa concepción de la “guerra” (polemos) como paradigma de renovación y cambio a partir de la destrucción que ésta misma genera–, hasta Marx y su teoría tan popularmente conocida respecto a la lucha de clases –estableciendo que el proceso histórico de la humanidad se genera, y se sigue generando, a partir del conflicto entre clases sociales opuestas dadas sus condiciones materiales distintas–, entre otras tantas propuestas filosóficas similares, se ha presentado y se ha ido corrigiendo esta perspectiva histórico-universalista respecto el conflicto como rasgo constitutivo de los procesos sociales. En un sentido meramente historiográfico, a través de una simple observación histórica, también podemos corroborar que el conflicto ha existido incluso dentro de la misma filosofía y sus distintas corrientes; y aquí, al igual que en las diversas parcelas de la realidad, no solo se manifestó en un plano puramente intelectual, sino también físico, expresado en agresiones verbales y hasta en asesinato (véanse como ejemplos los casos de Karl Popper y Ludwing Witgenstein, de Hipaso de Metaponto y la secta de los pitagóricos, respectivamente).

  Al serle inevitable el conflicto a la propia filosofía, las múltiples corrientes han disputado sin cesar desde su surgimiento hace más de dos mil años. A todos nos es conocida la opinión popular de que la filosofía es inútil debido a la aparente imposibilidad de resolver sus casi inherentes discrepancias históricas. Bueno, un tiempo antaño para la historia y la filosofía, en un momento en que precisamente convivían, discutían y se batían por la verdad una multitud de corrientes tan dispares, surgió la que hoy sería las más polémica de ellas, la menos popular y a la que continuamente se intentará “superar” de entre todas, estamos hablando del escepticismo griego, específicamente del pirronismo de la época helenística. Esta forma de escepticismo, que al día de hoy viene a ser una de las más incomprendidas, se establece en un periodo de mucho conflicto intelectual. Lo que se debatía entre las múltiples posturas filosóficas de aquel entonces giraba en torno a la cuestión respecto de la felicidad, su definición y sus medios de obtención. El término griego común a esta disputa era el de ataraxia, y los filósofos griegos en este periodo reflexionaban y discutían unos con otros para resolver cómo obtener dicho estado.

  Ahora, el periodo helenístico no solo se destacó por los conflictos de esta especie. El imperio macedónico estaba en todo su apogeo, expandiéndose con cada victoria que Alejandro Magno se adjudicaba frente a sus enemigos, especialmente contra el imperio persa. Esto representó una época multicultural donde usos y costumbres tan diversos coexistían entre los reinos en discordia. Fue a partir de esta pluralidad cultural que la filosofía clásica griega comenzó a sufrir cambios, pues pasó de interesarse por problemas meramente académicos y puramente intelectuales a querer resolver problemas de la vida práctica. Tomemos en cuenta que si bien el imperio alejandrino logró ensanchar sus fronteras y conquistar riquezas, estos logros no alcanzaron al grueso de la población –naturalmente, puesto que el basto territorio dejó una brecha de desigualdad socio-económica entre sus pobladores, además de que gran parte de éstos habían sufrido los estragos de la guerra y un desplazamiento forzado de sus tierras de cultivo, única fuente de ingreso para algunos casos–. Fue ante esta escasez generalizada, enraizada entre la población de los estratos socio-económicos más bajos, y el desanimo de una perdida de identidad cultural causada por la multiculturalidad, las razones que motivaron a los filósofos helenísticos por encontrar el consuelo a través de una filosofía de vida más “pragmática”. Es en este contexto que el conflicto intelectual comenzaba a fraguarse –como vemos, incluso en estas condiciones, de fondo no dejaba de haber conflictos de todo tipo, bélicos y sociales–.

  La entrada en escena de la filosofía escéptica se va dando paulatinamente, pero llega a su cúspide con el pensamiento de Pirrón de Elis. Este personaje es tan polémico, no solo por sus aseveraciones sino por todo el misterio que rodea su persona a causa de la escases de material biográfico y filosófico-literario. Su doctrina se transmitió a lo largo de la historia a partir de fuentes de información secundaria que recogieron anécdotas por aquí y por allá, y por los escritos de sus discípulos que replican y transmiten su forma de pensamiento. La fuente más famosa que habla de esta figura es Diógens Laercio, quien brinda bastantes datos biográficos (Vidas y opiniones IX 61-108, 486-506) –algunos muy dudosos sino es que chistosos–, de entre los cuales, nos narra cómo Pirrón, consecuente con su filosofía escéptica, no se cuidaba de nada que le saliera al paso en su camino, ni aun incluso cuando esto representara un peligro para su vida (Ibid. 62, 486); nos cuenta también que en una ocasión llegó al extremo de pasar de largo y no ayudar a su maestro, Anaxarco, quien había caído en un pozo, por lo cual, recibió la alabanza de este último a causa de su congruencia moral (Ibid. 63, 487). Lo que se recoge de su vida, cierto o falso, ha generado esta imagen de ser alguien muy consecuente con sus principios. Hay que apuntar que de entre todos estos datos que brinda Diógenes Laercio sobre la vida de Pirrón, menciona que también su maestro, Anaxarco, acompañó a Alejandro Magno en sus cruzadas por medio-oriente y Ásia, y que el primero de estos dos filósofos, a su vez acompañó a todos lados a su maestro junto a los filósofos gimnosofistas, y que fue de estos últimos fue de quienes aprendió el concepto de incomprensibilidad (acatalepsía) y el de suspensión del jucicio (epokhé) (IbidIX 58, 61, 484-486). Esto es importante porque, de ser así, podría representar un ejemplo de la multiculturalidad y de la influencia que el pensamiento oriental tuvo para con el griego. Haya sido como haya sido, retornando a Pirrón y su doctrina, si bien el propio Diógenes nos brinda de abundante información al respecto, será Sexto Empírico quien ahonde en élla, empleándola además para polemizar directamente con las distintas corrientes filosóficas contemporáneas. Será esta fuente de información que nos dejé Sexto a través de sus escritos la más explícita y profusa respecto la doctrina pirrónica.

  Como habíamos dicho, el escepticismo pirrónico se instala en un periodo de candente conflicto y debate filosófico. Las corrientes más populares, o al menos de las que más registros tenemos, eran las del cinismo, el estoicismo y el epicureísmo, y fue contra todas estas que se levantaba el pirronismo. Aunque la influencia de Pirrón no haya sido tan relevante durante dicho periodo –ni aún en el nuestro–, será Sexto Empírico, su discípulo de segunda-tercera generación, quien más polemize contra todas estas filosofías. Cabe destacar que todas estas corrientes se solían configurar en “escuelas”, de modo que, además de contar con un lugar habitual que se les llegaba a atribuir desde el que impartían y discutían (polemizaban) sus enseñanzas, contaban con una serie de principios y dogmas bien sistematizados a partir de los cuales se condensaban todas sus doctrinas. Pues fue contra dichos dogmas que Sexto Empírico dirigió y esgrimió todos sus argumentos. En su obra más famosa, Hipotiposis pirrónicas, expone esos argumentos y las doctrinas pirronianas más fundamentales que se esparcieron después de la muerte de su fundador. Sexto comparte con Diógenes Laercio la definición convencional del escepticismo pirroniano, de que éste es aporético, ephectico, suspensivo (de epokhé), inquisitivo e, inevitablemente, pirrónico; compárese a continuación lo que él escribe al comienzo de sus Hipotiposis con lo escrito por Diógenes en su Vidas y opiniones, respectivamente:

  «La orientación escéptica se denomina asimismo inquisitiva, a causa de su tesón en investigar e indagar; suspensiva, debido al estado de ánimo subsecuente a la investigación; aporética, ya sea porque de todo duda e indaga –como dicen unos– ya sea porque mantiene la incertidumbre entre la afirmación y la negación; pirrónica, finalmente, por el hecho de que Pirrón parece haberse entregado a la escepsis de un modo más tangible y conspicuo que sus predecesores.» (I 7, 84-85)

  «Todos ellos [los escépticos] son calificados como pirrónicos, por su maestro, y aporéticos, escépticos, dubitativos e inquisitivos por aquellos que adoptaron como su principio básico. Inquisitiva en efecto es esta filosofía por el inquirir siempre la verdad, escéptica por el examinar siempre y jamás concluir un descubrimiento, dubitativa (ephectiké), por el sentimiento que acompaña la investigación. Me refiero a la suspensión del juicio (epokhé). Aporética porque no solo ellos, sino también los dogmáticos, se encuentran en aporías. Pirrónicos por Pirrón.» (IX 69, 490.)

A partir de estas definiciones comparadas encontramos que el escepticismo gozó de una caracterización clara y concisa, y que no fue meramente un pensamiento flojo de ideas sueltas e inconexas como la vida de Pirrón podría sugerir. A este respecto, tanto Diógenes como Sexto coinciden en una sucesión de pensadores que adoptaron y transmitieron el pensamiento pirroniano. Ahora, es notorio cómo hasta el propio Sexto Empírico, consecuente con su orientación escéptica, se muestra mesurado a la hora de referirse a Pirrón diciendo de él que “parece haberse…”, como no pudiendo asegurar nada al respecto; claro, esto por dos razones: 1) como ya dijimos, para no perder la congruencia discursiva y moral, y 2) porque posiblemente él también contaba con poca información bibliográfica de la vida de Pirrón. La doctrina pirrónica se transmitió por medio de las fuentes secundarias y llegó a Sexto como nos llegó a nosotros por mediación de las enseñanzas de otros. Nosotros tenemos la ventaja de disponer de dos fuentes de información confiables y próximas a la vida de Pirrón, siendo una de ellas todos los escritos de Sexto Empírico que hacen constante referencia; mientras que la otra es el trabajo doxográfico de Diógenes Laercio que recapitula su vida y todas sus enseñanzas capitales.

  A lo largo de toda su Obra, Sexto se encargará de exponer, contrastar y refutar todas las corrientes de pensamiento populares hasta su fecha, lo cual constituye la postura polemizante que le hizo entrar en conflicto con cada una de ellas. Como es de esperarse, a partir de la definición anterior con la que Sexto esbozó sucintamente el escepticismo antiguo, podemos concluir que esta corriente de pensamiento no se reconciliaba con ninguna postura. Su rasgo polémico se deriva de lo inquisitiva y aporética que era. Según Sexto, el camino de la escepsis consistía en lo siguiente:

  «La escepsis es la facultad de oponer, de cualquier modo posible, apariencias y juicios, de forma que, a través de la equivalencia entre las cosas y los argumentos opuestos, alcancemos primero la suspensión del juicio [epokhé] y, tras ello, la imperturbabilidad [ataraxia].» (Hipotiposis I 8-9, 85)

Fue esta exposición contrapunteada de las cosas y argumentos el método que les adjudicó su carácter polémizante, pues ante cada aseveración que se les hacía contraponían una equivalente que contrariaba a su interlocutor; añade Sexto Empírico más adelante en sus Hipotiposis:

  «Sin embargo, el principio básico de la disposición escéptica es el de que a cada razón se opone otra razón equivalente; pues creemos que de ahí se sigue el no dogmatizar.» (I 12, 87)

Este ejercicio será realizado por Sexto en todo su trabajo. Con la intención de conducir a la orientación escéptica, presentará los argumentos a favor y en contra de los dogmas centrales a cada una de las escuelas filosóficas predominantes exponiéndolos así a examen. La forma retórica en que se disponían argumentos y contrargumentos con la finalidad de disuadir a los interlocutores, como podremos observar,  será equivalente a la dialéctica empleada por Sócrates para conducir a la reminiscencia de las ideas, solo que Sexto y los escépticos se valían de una serie de inferencias comunes a partir de las cuales desmontaban y refutaban los argumentos de sus oponentes. Esta clase de argumentos a los cuales se les denominó con la palabra tropos (modos), eran convencional y recurrentemente usados dentro del escepticismo. La clasificación de los distintos tropos escépticos es tan variada como la de sus ponentes y adeptos.

  Sexto menciona al menos tres clasificaciones distintas de los tropos: una con una división de diez modos de argumentos generales (tropos), otra con una de cinco modos y una última de tan solo dos modos argumentativos. Ante esta aparente discrepancia en el número y el modo específico que adoptan los tropos, Sexto Empírico menciona que incluso de ello él no puede concluir cuál sea la clasificación “correcta”, y que ésta puede incluso variar con el tiempo (cfr. Hipotiposis I 31-35, 93-94). Así, pues, de manera resumida, enunciaremos la segunda de las listas de tropos que aún tenía vigencia para su época, la que contenía tan solo cinco modos de argumentos comunes y recurrentes dentro del escepticismo (cfr. Ibid. 164-167, 127-130): 1. El tropo de la discrepancia, el cual  básicamente dice que ante las disputas continuas, tanto en el ámbito ordinario como en el filosófico, –como pudimos observar al principio de nuestro artículo-–, es imposible deliberar ni discernir, ni aún, en consecuencia, decantarse por esta o aquella perspectiva; 2. El tropo del regreso al infinito expresa que cualquier argumento puede ser conducido a un razonamiento ad infinitum respecto su criterio de demostración llevándonos a no poder detener en algún punto la inferencia correspondiente; 3. El de lo relativo postula que cualquier juicio que se emita sobre un objeto depende del que observa y juzga sobre dicho objeto, y que, por lo tanto, no podemos concluir a partir de su apariencia relativa nada respecto a su naturaleza; 4. El tropo de lo hipotético se emplea cuando el adversario recurre a una falacia de petición de principio partiendo de una premisa indemostrada y queriendo concluir de ella lo que se pretendía demostrar conduciéndonos a no poder dar por válida la demostración; y 5. El del razonamiento circular que consiste básicamente en conducir a un razonamiento circular sobre aquello que se quiere demostrar, partiendo de ésto como criterio de demostración, no pudiendo en consecuencia aceptar lo que de ahí se concluya. Todos estos tropos, como mencionamos, conducen invariablemente a la suspensión del juicio (epokhé).

  Decíamos al principio que una de las corrientes de pensamiento helenísticas más incomprendidas era el escepticismo puesto que a lo largo de la historia se la ha querido “superar” a raíz de una interpretación fatalista que se le ha dado. Basta con analizar un poco el propósito de los tropos y la disposición escéptica de la que habla Sexto Empírico para observar cuán errada es esta perspectiva popularizada del escepticismo. Anteriormente compartimos una cita en la cual se encuentra expuesta la intención del principio aporético y dialéctico de la escepsis; éste mencionaba que dentro de los propósitos escépticos no solo está el de conducir a la ataraxia (imperturbabilidad) por medio de la epokhé, sino que aunado a ello se buscaba evitar dogmatizar. Precisamente en esta negativa a dogmatizar, Sexto Empírico y los escépticos son cuidadosos de aseverar cualquier cosa, priorizando la cautela y la moderación –de ahí la palabra con la que se definen, Skeptis (escépticos)–, tal que no se halle afirmación absoluta dentro de sus enseñanzas. Siendo así las cosas con el escepticismo pirroniano, es imposible asociarles con una perspectiva fatalista respecto a nuestra capacidad de cognición que anula toda posibilidad de certeza ontológica respecto a la realidad. Esta especie de nihilismo es más propio del absurdismo existencialista del siglo XX que del pirronismo helenístico. De hecho, en las Hpotiposis pirrónicas se afirma lo siguiente:

  «Que, en efecto, asentimos a las apariencias queda de manifiesto por cuanto decimos sobre el criterio de la orientación escéptica (…) De este modo, dando crédito a las apariencias según la observación vital, vivimos sin dogmatizar, ya que no podemos quedar completamente inactivos» (Sexto, I 21, 90; I 23, 91)

De esta manera podemos ver que en su asentimiento hay una ecuanimidad y una disposición anímica que no niega sino, antes bien, está de acuerdo en que existe una realidad, es solo que se abstienen de hacer afirmaciones absolutas respecto a su experiencia de ella. Kierkegaard explica de manera resumida y precisa en qué consistía ésto:

  «A este respecto, encontraba la conducta de los escépticos griegos mucho más consecuente que la moderna superación de la duda (…) Ellos comprendieron muy bien que la duda reside en el interés y por eso consideraron totalmente consecuente eliminar la duda convirtiendo el interés en apatía.» (Johannes Climacus,  77)

  Aunque inquisitivos, aporéticos, ephéctikos y polémicos, los escépticos pirronianos no entraron en conflicto intelectual en virtud de negar la realidad o de establecer su propio dogma absoluto. Para nada. Los escépticos del periodo helenístico discreparon, disputaron y discutieron siempre en busca de un bien mejor: alcanzar un estado de felicidad por medio de la ataraxia a través de la suspensión del juicio (epokhé), evitando de este modo las disputas sin fin que se detonan de querer imponer una forma de pensamiento monolítica y absoluta (dogmática). Es injusto para ellos que ante tan noble fin se les haya arrojado al cajón de las filosofías “por superar”, cuando que es a partir de su disposición y orientación que somos llevamos a la grande enseñanza de andar siempre con cautela dentro de las discusiones, y de pensar dos –hasta tres– veces antes de hablar.

  El conflicto será natural e irremediablemente un rasgo humano. Mientras siga habiendo la ocasión de que nos hallemos en tal situación, el escepticismo y las enseñanzas pirrónicas esbozadas tan detalladamente por Sexto Empírico representarán una alternativa sana para salir ilesos.

Referencias y Fuentes bibliográficas:

  • Empírico, Sexto, Hipotiposis pirrónicas, trad. Rafael Sartorio Maulini, Madrid, Akal, 1996.
  • Kierkegaard, Sören, Johannes Climacus o el dudar de todas las cosas, 1era. ed., Buenos Aires, Gorla, 2007.
  • Laercio, Diógenes, Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres, trad. Carlos García Gual, Madrid, Alianza, 2007.

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