«Es ahora, sin embargo, en el momento en el que el máximo peligro se cierne sobre la voluntad, cuando se aproxima, cual hechicero salvador que anuncia la curación, el arte. Reuniendo tan sólo sus fuerzas, el arte es capaz de dar vuelta a esas repulsivas ideas en torno al carácter espantoso y absurdo de la existencia y transformarlas en representaciones que permiten al hombre vivir.»
Con estas palabras presenta Nietzsche la potencia y relevancia psicológica que posee el espíritu dionisiaco. Nietzsche, quien reprochará al arte moderno unos párrafos más adelante su “mojigatería”, se perfilará con esta noción dionisiaca del arte como un romántico más de su época. Precisamente en este pasaje anterior de su obra, El nacimiento de la tragedia, podemos dar cuenta de lo que significaría algo así como un “talante romántico”.
Hoy en día entendemos por “romántico” una manifestación de amor que derrocha en expresiones melosas, casi que repulsivas para el público que lo atestigua. Con lo romántico también aludimos a un género artístico que se avoca exclusivamente a representar las peripecias que acontecen en la vida afectiva de las parejas amorosas. “Lo romántico” es entonces un género de palabra que denota únicamente los afectos más pasionales e incomprensibles en la vida amorosa de las parejas. También, con la palabra “romántico” hemos creado la expresión “romantizar”, que significa una construir o interpretar la vida a partir de los rasgos más propios de dicho género artístico. A esta definición anterior suele dotársele de una significación peyorativa cuando designamos a algo su romantización, como si fuera indeseable poseer esos atributos. Es así que nace la comedia romántica, como sátira burlona de los “estereotipos” románticos representados en todo género artístico.
Las palabras “romántico” y “romanticismo” poseen las siguientes acepciones. Por un lado, significan un género artístico que alude al amor y la pasión humana, y por el otro un mismo género cargado de clichés “empalagosos”. Aunque la noción contemporánea de dicho concepto haga referencia a esa doble definición un tanto contradictoria, en el fondo no pierde de vista su noción original.
El movimiento romántico fue una generación de artistas e intelectuales que tuvo su origen durante un periodo específico de la historia. Su surgimiento data de entre mediados y finales del siglo XVIII, y tiene un largo recorrido histórico, extendiéndose hasta dos siglos después de su nacimiento. Su lugar de origen es la Alemania que vio nacer a personalidades como Goethe, Schelling, Schlegel, Novalis, Holderling, y un gran etcétera de personajes que representaron y moldearon al movimiento romántico. Esta lista amplia de intelectuales representa la generación de jóvenes que dieron inicio a una nueva y singular forma de pensamiento. Con sus ideas y su apasionada creatividad compusieron poemas, redactaron novelas y ensayos que tenían un único fin en común: romantizar la vida por medio del arte. Este fue el ideal y principio de vida que motivó a todo el romanticismo alemán. En este sentido, el romanticismo será entonces solo un periodo de la Historia en que tuvo su mayor expresión este espíritu en diversos personajes.
Con su impetuoso espíritu, los románticos alemanes contagiaron al mundo con su entusiasmo artístico. El carácter místico, naturalista, individualista y sensualista impregnó toda obra de arte. Romantizar, según nos dice Rüdiger Safranski, consistirá «en derribar el muro entre la literatura y la vida, [y, por lo tanto,] toda actividad de la vida ha de impregnarse de significación poética». Fue con este proyecto artístico y filosófico en mente que el romanticismo comenzó una nueva cosmovisión. “Lo romántico” se consagrará como un temple o estado de ánimo que lo distingue por cierto espíritu artístico y que no se restringe a ningún periodo histórico.
Como decíamos, el romanticismo es un momento histórico el cual logra trascender sus particularidades hasta dos siglos después de su surgimiento. Pero con sus rasgos específicos, sus intenciones mistificantes, naturalistas, sensualistas e individualistas podemos afirmar que llega a penetrar en lo más recóndito del espíritu humano. Lo que el romántico ve es una realidad incomprensible y llena de misterio. Es la naturaleza algo impenetrable para el entendimiento; sus más profundos secretos yacen ocultos para el género humano. Precisamente, en el pasaje anteriormente citado de Nietzsche encontramos esta noción de incomprensibilidad natural traducida como tragedia. Solo lo emotivo que subyace dentro del individuo es capaz de captar este suceso universal: que la naturaleza cierra las puertas de su intimidad a la criatura humana, y que en un gesto de seducción le sugiere la existencia de deleites inalcanzables. Lo romántico consiste entonces en un sentimiento de abatimiento y desesperación ante aquello inalcanzable; sentimiento de desesperación que puede ser superado, paradójicamente, gracias a esa misma naturaleza incomprensible que reside dentro del individuo y que logra su mayor expresión en el arte. Será así como las composiciones artísticas sean medio y fin a partir de las cuales el hombre halle cierto sosiego; pero dicha paz solo puede venir después de la impetuosa creación artística. De este modo, el ser humano, al romantizar se confunde con los mismos misterios de la naturaleza a través de las emotivas y portentosas creaciones artísticas. Este poder creador, esta sintonía con la naturaleza y estas notas de emotividad podremos encontrarlas en las composiciones de los genios románticos más famosos de entonces.
El germen romántico se contagió y esparció por toda Europa, sobre todo en las regiones aledañas a Alemania. Un ejemplo de estos grandes genios artísticos que asumieron los ideales románticos podemos encontrarlo en la composición sinfónica de Beethoven (desde la tercera sinfonía, compuesta en honor a Napoleón Bonaparte y sus conquistas bélicas, hasta la sinfonía sexta y novena que aluden a los portentos de la naturaleza). Todas estas sinfonías musicales rinden tributo a los misterios de la naturaleza, tanto a su potencia creadora, como a la destructora, y a los anhelos del espíritu romántico de lograr penetrar en los secretos de la naturaleza para ser copartícipe de dicha potencia. Los temas de la guerra, el triunfo, los paisajes de las campiñas, los pastorcitos, el astro Sol, las danzas “báquicas” de los animales, todos estos asuntos que encontramos en las mencionadas sinfonías de Beethoven aluden a los anhelos románticos de la época.
El espíritu romántico, como dijimos, trascendió sus límites geográficos llegando a inspirar autores literarios de otras nacionalidades. La pareja Shelley, ambos, materializan su temple romántico en sus obras literarias y filosóficas. Mary Shelley con su famosa novela gótica Frankenstein, describiendo los pesares de su “Prometeo moderno” cual criatura incomprendida por la naturaleza, dotándole de un espíritu romántico, así como con su trabajo sobre los derechos de las mujeres, rompiendo de esta manera con el orden establecido de las cosas, haciéndose partícipe de la naturaleza creadora y destructora; Percy Shelley, igualmente, con el ímpetu romántico, escribiendo un tratado en defensa del ateísmo, declarando de esta forma la ruptura entre hombre y el carácter civilizatorio de la religión establecida, para posterior conducirse hacia una religión universal y natural, que ahonde, por medio de la poesía, hasta los más profundos misterios de la vida y la naturaleza.
Como vemos, nadie, durante este periodo del romanticismo, se vio inmutado ante tal fenómeno artístico y filosófico. Lo que hoy en día queda de dicho romanticismo son sus trazas más diluidas. El hiperindividualismo, el egocentrismo, la subjetividad, el emotivismo, el espiritismo chamánico, el naturalismo orgánico, todas estas perspectivas de vida contemporáneas son los posibles vestigios de un periodo lleno de ímpetu, caos y creación románticos que hoy siguen influyendo en el espíritu humano. Tal vez, como sugiere Safranski, lo romántico, como estado de ánimo frente a lo que fue un periodo histórico específico, nunca se agote. Mientras siga habiendo una sensación de desolación y orfandad ante el universo y su naturaleza creadora, jamás dejará de pulsar dentro de nosotros el ánimo romántico.
Hoy en nuestros días podemos afirmar que somos una generación de lo más romántica, esto gracias a los rasgos de vida antes mencionados que nos caracterizan. Somos una generación la cual busca su integración dentro de la naturaleza a la que pertenecemos; la búsqueda de su preservación es una expresión del germen romántico que pervive en nosotros; la afirmación de la diversidad es una manifestación del espíritu romántico que se niega a enclaustrarse dentro de las jaulas convencionales. Como sea, a pesar de que pareciera existir una repulsa hacia lo aparentemente romántico, es notorio cómo cada aspecto de la vida contemporánea está plagado de este proyecto “romantizador”. Tal vez es algo de lo que nunca podremos sacudirnos, ni algo que podremos negar de nosotros mismos, como agregados de la naturaleza, el ser poseedores de un espíritu romántico.
Libros recomendados:
- El nacimiento de la tragedia de Friedrich Nietzsche.
- Romanticismo, una odisea del espíritu alemán de Rüdiger Safranski.
