Hablemos del idealismo I, pt. 2: El idealismo de G. Berkeley y su nominalismo como puntos de partida del idealismo epistemológico.

El idealismo epistemológico de George Berkeley sentó las bases para las futuras corrientes idealistas. …

Antes hablábamos de las distintas acepciones para la palabra “idealismo” tanto en su sentido popular como en su sentido docto, y hablamos de Platón como uno de los mayores representantes de lo que denominamos “el idealismo metafísico”. Ahora, para el caso de lo que llamamos “idealismo epistemológico”, que hace referencia al enfoque filosófico desde el que se aborda dicha corriente, lo importante es determinar la esencia y forma del conocimiento con fundamento en las estructuras mentales denominadas ideas. De modo que se comprenda qué es eso del idealismo epistemológico, expongamos lo que vendría a ser el enfoque filosófico mismo abordo, la epistemología.

George Berkeley y el idealismo epistemológico.

Caracterizando el idealismo desde la acepción general de la epistemología.

Esta disciplina filosófica tiene dos acepciones convencionales: una estricta y otra general. En sentido estricto, llamamos epistemología a todo aquello que se pregunte únicamente por el conocimiento que denominamos científico; su método, los criterios y las clases —o especies— de conocimientos subalternos que puedan quedar supeditados a este denominado “conocimiento científico”, son objeto de estudio para esta disciplina filosófica. Mientras que, por otro lado, el sentido general de la palabra epistemología se emplea para designar aquel cuestionamiento por el conocimiento en general, es decir, por todo tipo de conocimiento, sin excepción, por el conocimiento en sentido absoluto. Este último sentido suele designarse también con la palabra “gnoseología”. Nosotros nos enfocaremos en la acepción general respecto del conocimiento, manteniendo el uso de la palabra “epistemología”. De hecho, es en las consideraciones de la epistemología en su sentido absoluto o general que nace esta corriente de pensamiento denominada “idealismo epistemológico”. Para explicarnos mejor dicho surgimiento, valdría la pena darle un vistazo a la forma de pensamiento en que se singularizó esta doctrina a partir de uno de sus representantes más célebres, George Berkeley.

 

Las percepciones como fundamento del idealismo de Berkeley.

Berkeley fue un filósofo que en su época cuestionó una de las posturas filosóficas más importantes de aquel momento: el empirismo de John Locke. Argumentaba que no hay pensamiento, sensación ni idea independientes, supuestamente relativas a cualquiera de las capacidades para percibir estos sustratos de la mente; no existen ninguna de ellas con independencia de una mente que las percibe. Esto significaba un rompimiento con las tesis empiristas de Locke, puesto que las ideas a las que este último denominó como secundarias, no tenían su origen fuera del sujeto por medio de entidades subsistentes independientes de quienes las percibían. Todas las ideas, absolutamente todas, tenían su origen en el preceptor. Con su célebre principio esse est percipi, el “ser es ser percibido”, se condensa esta novísima perspectiva filosófica que inaugura al idealismo. A partir de este momento se hablará más que nunca del principio de correlación epistemológica. En su sentido general, esta perspectiva epistemológica comparte la tesis del anterior principio berkleyano, estableciendo una relación indisoluble entre objeto y sujeto, o lo que vendría a ser para el caso de Berkeley, percepción y preceptor, respectivamente. Básicamente, Berkeley nos dice que no hay existencia fuera de las ideas que son percibidas en la mente. Inclusive, en determinado punto, se pone en cuestión el idealismo metafísico de Platón que mencionábamos anteriormente; Berkeley escribe lo siguiente al respecto:

«A esto pudiera objetarse diciendo que aunque las ideas mismas no existen sin la mente, puede haber, sin embargo, cosas que se parecen a ellas de las que las ideas mismas son copias o semblanzas (…) Y de nuevo pregunto si esos supuestos seres originales, o cosas externas, de las cuales nuestras ideas son retratos o representaciones, son o no son perceptibles en sí mismas. Si lo son, es que son ideas, y entonces hemos probado lo que queríamos; pero si se nos dice que no lo son, desafío a cualquiera a que pruebe que tiene sentido afirmar que un color tiene semejanza con algo que es invisible; o que lo duro o lo blando con lo que tienen semejanza es intangible.» (Tratado, parte I, 8.)

Aunque lo anterior puede ser dicho contra cualquier perspectiva de la realidad que proponga objetos externos y subsistentes en sí mismos, lo que se intenta es enfatizar su particular relación con la teoría de las Ideas de Platón, puesto que este último afirma que nuestro conocimiento, nuestras ideas propias y particulares, “participan” o “mimetizan” a las Ideas que habitan el mundo supra sensible. Considerado así, las ideas particulares que nos formamos de las cosas, tal y como Platón lo postula, no son otra cosa más que meras representaciones, copias “imperfectas” de una substancia perfecta como lo son las ideas. Pero como señalábamos, esto no podría ser para el idealismo epistemológico de Berkeley debido a que la mente no puede salir de la relación a la que está subordinada; la mente no puede pensar, imaginar o interesarse por cosas que van más allá de lo pensado, imaginado o deseado; no podría captar tales cosas como las Ideas platónicas, ya que no tenemos ninguna nota de ellas y lo único que se hace es “construirlas”, “intuirlas” o imaginarlas a partir de cosas que sí percibimos. Las cosas percibidas son ideas, en tanto que hay un preceptor que se las representa, y fuera de él y de la idea “formada”, percibida, no hay nada. Para ejemplificarlo, tratemos de imaginar un teseracto tetra dimensional, una figura geométrica hipotética que “habitaría” y daría forma a un mundo hiperdimensional de 4 dimensiones… “Bueno, ni siquiera podemos imaginar un triángulo que sea el modelo general, original y primigenio de todos los triángulos posibles, menos aún una figura fuera del orden geométrico de las dimensiones percibidas ordinariamente”, posiblemente opinaría Berkeley si le instáramos a realizar dicho experimento mental.

 

Berkeley y el nominalismo.

Berkeley comienza su crítica a la filosofía popular de su tiempo mostrando el error en el que se había estado incurriendo, a criterio de él, desde los albores de la historia de la filosofía. Un problema del lenguaje al cual nosotros nos referiremos como “el problema nominalista del lenguaje”, es al que hace alusión Berkeley. El origen histórico del continuo intento de superar esta relación epistemológica que el principio de correlación establece, se remonta a la antigüedad y al cómo desde entonces se ha hablado de “abstraccionismo” y de “universalismo”, palabras que, si bien designan operaciones mentales y sustancias ideales, han sido usadas por la tradición para “inventar”, a juicio de Berkeley, términos y entidades más allá de toda percepción. Las ideas abstractas dieron pie a que en el léxico filosófico, impulsado por una tradición fuertemente arraigada desde la antigüedad, se enraizara el uso y abuso lingüístico de estos términos. De este modo, y siguiendo los pasos de René Descartes, Berkeley tendrá como método el poner en duda todos los términos que hasta él se habían ido empleando por la tradición filosófica. Este método hecho famoso por Descartes con su famosa duda metódica, será empleado por Berkeley en una modalidad aparentemente semejante. Berkeley comenzará dudando de todo término convencional, mientras cuida de ir captando las ideas en su forma pura y bruta conforme le vengan al paso dentro de su pensamiento. Este método, lejos de ser una mera abstracción de ideas, se convertirá en lo que después se conocerá como “intuicionismo epistemológico”. Este modo de conocer se popularizará a la postrer entre los filósofos idealistas que sucederán a Berkeley; será uno de los métodos predilectos por excelencia que el idealismo filosófico y epistemológico empleará en su búsqueda del conocimiento absoluto.

Resumiendo el idealismo filosófico, vemos que este tiene dos connotaciones que dependen del enfoque filosófico que hagamos. A partir del enfoque epistemológico general, surgirá una clase de idealismo así denominada: el idealismo epistemológico. El principio berkeleyano, esse est percipi, resume a su vez uno de los postulados fundamentales de esta postura epistemológica: el de la relación necesaria e indisoluble sujeto-objeto. A partir de esta consideración filosófica veremos una y otra vez referido este principio epistemológico dentro de los escritos posteriores de los idealistas más renombrados. Así mismo, habiéndose inaugurado la filosofía del intuicionismo con Descartes, y proseguida desde el esfuerzo que hace George Berkeley al tratar de depurar todas las ideas que pudiesen generar equívocos innecesarios dentro de su mente durante su inquirir, los filósofos idealistas seguirán la misma línea metódica esforzándose por captar, percibir e intuir todas aquellas ideas en su forma más pura y absoluta.

Vimos entonces cómo, a pesar de la opinión popular entre los propios académicos, Platón, que si bien puede ser considerado como idealista en sentido metafísico, no lo figura en el sentido epistemológico; cómo, esta última especie de idealismo ha sido la fuente de inspiración para los más extraños ensayos mentales, siendo el caso del “cerebro en una cubeta” uno de los más singulares, y cómo, dicho experimento a su vez ha influido en la mente de los cineastas que trataron de representar las tesis idealistas en los guiones cinematográficos de lo más originales.

Podemos ser testigos de cómo la realidad en la que vivimos es a menudo cuestionada a partir de las tesis principales del idealismo epistemológico. Si no hay nada más que lo que percibimos, si no hay objetos extramentales, ¿qué certeza tenemos de lo que vemos, tocamos, olemos, gustamos, oímos, e incluso, de lo que pensamos e imaginamos? Todo podría ser nada más que ideas depositadas en nuestro cerebro por alguna especie de máquina que nos genera la engañosa sensación de que todo lo que ella produce como percepciones aparentemente reales, existe con independencia de nosotros, lo que a su vez nos induciría a concluir ilusoriamente, por analogía, que poseemos alguna especie de independencia respecto a estas sensaciones e idea mismas, como si fuéramos aparentemente autónomos. Ante el “peligro” que corre la seguridad que tenemos sobre la realidad a causa de este idealismo epistemológico llevado al extremo, los filósofos, incluyendo a los denominados “idealistas”, tratarán de darle solidez a la realidad que afirmamos percibir, a la autonomía, a la libertad y a la voluntad que decimos experimentar. Ya veremos en los siguientes artículos de esta serie, cómo dichos pensadores idealistas hicieron para remediar esto que se denominaría solipsismo, una de las consecuencias lógicas y epistemológicas indeseables de este idealismo radical: la noción de que no existe otra cosa más que la conciencia privada y sus productos, y que esta misma es la única certeza de la que podemos asirnos.

Fuentes y referencias:

– Berkeley, George, Tratado sobre los principios del conocimiento humano, trad. Carlos Mellizo, Gredos, España, 2023.

Libros recomendados:

  • El discurso del método de René Descartes.
  • Teoría del conocimiento de Johann Hessen.
  • La república de Platón.

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