«El contenido de este pequeño libro afirma, pues, lo que realmente significo como escritor: que soy y he sido un escritor religioso, que la totalidad de mi trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de “llegar a ser cristiano”.»
—Søren Kierkegaard. Mi punto de vista, pp. 22.
Saludos a los lectores. En el presente escrito queremos introducirles en una serie de artículos que estaremos publicando sobre Søren Kierkegaard, aquel filósofo danés del siglo XIX que logró su reconocimiento póstumo tras su recepción entre principios y mediados del siglo pasado. Los artículos que aquí dejaremos a su disposición tienen el propósito de servir como una guía básica para los interesados en iniciarse dentro de tan original estilo de pensamiento. Con la finalidad de corregir algunos errores de interpretación que a nuestro parecer han empañado el verdadero prestigio, logro, alcance y sentido de la obra de nuestro apreciado pensador danés, es que dejamos a disposición de los lectores este pequeño trabajo de exposición. Que les sea de provecho y que abone a una opinión enriquecida sobre las ideas del famoso “filósofo de la existencia”. Esperamos que disfruten de la totalidad del compendio.
Popularmente, se ha asociado la imagen de Kierkegaard con la corriente de pensamiento existencialista, al punto de llegar a identificarlo como “el padre del existencialismo”. Aunque este rótulo refiere a uno de los aspectos fundamentales de su obra, no le hace del todo justicia. Søren Kierkegaard fue un escritor que se mostró polifacético, eso a causa, en gran medida, de la riqueza literaria que nos ofrece, tanto en forma como en contenido. Este apelativo de “padre del existencialismo” con el que se le describe no solo encumbra su verdadero alcance filosófico, sino que genera una percepción sesgada de su pensamiento, lo cual termina por redundar en una interpretación parcial y errada que por lo común se hace de su obra. Todo ello termina por volverse un círculo vicioso y hermenéutico, que nos deja en el mismo punto de partida: con igual o mayor ignorancia respecto a sus verdaderos aportes. Para prevenirnos de esa mala sobreinterpretación y lo que conlleva, conviene abordar su obra como él mismo dispuso. Se cuenta con la suerte de tener a la mano abundante material literario e indicaciones propias del autor que hacen posible acceder a la manera “idónea” de leerle. De entre el material disponible existen diversos diarios personales, anotaciones filosóficas, escritos biográficos, etc., todo ello con sobradas aclaraciones y precisiones. Todo ese conjunto de escritos personales conforma buena parte del legado intelectual que nos dejó Søren Kierkegaard.
Ante todo este material del que disponemos, nace una pregunta crucial: ¿por dónde empezar? Como ya dijimos, tenemos el buen acierto de Kierkegaard de haber dejado toda una serie de “migas de pan” en forma de aclaraciones y señalamientos. Él mismo nos orienta en una de sus obras autobiográficas, Mi punto de vista. En este escrito encontramos una división de su trabajo como escritor integrado por él: los libros religiosos y los libros estéticos. Dicha clasificación de libros pretende cumplir una sola tarea, como nos señalará. La primera clase de libros, los definidos como “religiosos”, tendrán la particularidad de ser firmados por Kierkegaard explícitamente bajo su nombre, mientras que la segunda, la de los libros “estéticos”, serán firmados a partir de ciertos nombres pseudónimos. Lo que se esconde detrás de esta división y del revestir una parte de ellas tras una serie de pseudónimos constituye uno de los temas de mayor relevancia y recurrencia en el trabajo de Kierkegaard: el de la comunicación.
Todas las obras de Kierkegaard tienen un único propósito, siendo este su único fin y motivación: el exponer cómo llegar a ser cristiano. Ambas clases de libros del corpus kierkegaardiano se disponen a aclarar esta cuestión respecto del cristianismo. Esto va a implicar que, de entrada, se tiene que perfilar a Kierkegaard como un autor enteramente religioso. La forma en que lograría transmitir este sentido de importancia respecto dicha misión religiosa dependía, en gran parte, del público al que se dirigía Kierkegaard, esto según las distintas circunstancias y ocasiones, y de la naturaleza sui generis de los temas que abordaba. En consecuencia, la forma de comunicación empleada debería adaptarse a partir de los rasgos cualitativos de la audiencia, como lo son su capacidad receptiva y su disposición de ánimo para asimilar aquello que se les quisiera comunicar. La forma de expresión y de exposición en sus escritos estéticos corresponden, en consecuencia, a lo que Kierkegaard denominaría como “comunicación indirecta”. Este estilo de comunicación va a constituir uno de los pilares centrales dentro de toda su filosofía. Podríamos afirmar que la comunicación indirecta dictaba la línea metodológica desde la que Kierkegaard se fundamenta para presentar de manera efectiva ciertos temas de suma importancia que de otro modo sería imposible transmitir. Dichos temas eran tan diversos como profundos en un sentido casi devocional: la fe, la paradoja, el pecado (original), la desesperación, la angustia, y muchos otros, que comunicados por otro medio no lograrían tener cierta potencia persuasiva. Esto no quería decir que la alternativa comunicativa, la comunicación directa, fuese ineficaz a la hora de exponer estos mismos temas. Es solo que esta cumplía con otra función retórica.
Las obras literarias que llegamos a denominar como “estéticas” por indicación del propio Kierkegaard, no tenían otra meta que la de penetrar hasta lo más hondo de la interioridad del lector mediante un juego de disuasión y persuasión para lograr hacer resonar desde dentro el mensaje relativo al cristianismo. Consistía este método de comunicación indirecta en una especie de descolocamiento que disponía al oyente/lector a echar abajo toda su resistencia mental y sus ideas preconcebidas.
Ahora, para el caso de los libros denominados “religiosos”, por su parte, les iba a corresponder entonces el modo de comunicación alterna, la “comunicación directa”. En cuanto a este tipo de comunicación, Kierkegaard la concebía como el tipo de comunicación a partir de la cual no tenía necesidad esconder su nombre con pseudónimos, de ahí lo “directo”. Esto se debía a que aquello que se quiere transmitir obedece a un tipo de comunicación más reprensiva y, en veces, expositiva de los temas. Así mismo, se concibió esta forma de comunicación como la que típicamente empleaban los filósofos modernos para expresar sus especulaciones, lo cual, según la opinión de Kierkegaard, usado como técnica de exposición dentro del cristianismo, terminaba por agraviarlo más que favorecerle, pues se llegaba a reducirle a meros conceptos de razón, situación que denostaba profundamente. Ante ese uso pernicioso, no dudó en emplear ese mismo método de comunicación para exhibir y amonestar a quienes, recurriendo a esta forma docta, especulativa y directa para predicar el cristianismo, a su parecer, no hacían más que corromperle desde una exposición estéril. Los escritos religiosos eran presentados desde este tipo de comunicación porque eran dirigidos a un sector del público que tenía que escuchar el sermón y la reprimenda directamente de otro cristiano, quien para estos caso era el propio Søren Kierkegaard y el cual no dudaría en amonestarles. También este tipo de comunicación se correspondía con la transmisión de la verdad del cristianismo en una forma más dogmática y devocional.
Es en uno de sus escritos más emblemáticos —pero también de los menos populares— en el que expone todos los pormenores de la comunicación directa: el Postscriptum no científico y definitivo a Migajas Filosóficas. En esta obra Kierkegaard hará una autorreferencia de su persona, dejando así esta obra fuera de las categorías literarias anteriormente mencionadas. Este libro se caracteriza por emplear una exposición un tanto directa debido a su forma exhaustiva y sistemática de redacción, sin embargo, conservando uno de los gérmenes de la comunicación indirecta empleado en las obras estéticas al ser cubierta por un pseudónimo, Johannes Climacus. Lo que hace aún más especial a este libro es que es una de las primeras obras estéticas en las que Kierkegaard, como ya aludimos, refiere a su propia autoría como “editor” del libro. A partir de la prosa, un tanto académica del libro, se conduce al personaje pseudónimo a reflexionar sobre lo que significa ser cristiano. Es en esta exposición densa y extensa del Postcriptum señalará Kierkegaard, irónicamente, cómo la comunicación de la verdad cristiana no puede ser hecha de manera directa debido a que esta exposición objetivada e intelectualizada no hace más que reducir a meras definiciones nominales al cristianismo, lo cual desemboca en que la verdad cristiana no logre resonar dentro de la interioridad del individuo. El Postscriptum será un libro decisivo en la vida de Kierkegaard como autor, porque a partir de este es que su nombre ya comienza a asociarse con sus obras de manera abierta y directa. Además, por la propia forma literaria del libro, se conserva una erudición académica como recurso de la comunicación directa, sin dejar por ello de presentar el carácter indirecto por medio de las reflexiones personales de su personaje, pseudónimo.
Como ya mencionamos, con la integración de su tipo de comunicación indirecta, Kierkegaard establece una serie de cuestionamientos dirigidos a la interioridad del lector. A este conjunto de problemas conflictivos se los halla dentro del orden de lo estrictamente ético y religioso. De entre los conceptos que configuran este orden ético-religioso se encuentra el de primitividad. Esta es una categoría que encierra una manera de apercibirse el mundo, capacitando al individuo para comprender lo ético y lo ético-religioso. La primitividad se corresponde con la comunicación indirecta, porque no hay forma de captar esta categoría ético-religiosa, esta realidad y sus necesarios problemas, que no fuesen por otro medio que esta manera de exposición. Frente a la primitividad y la comunicación indirecta, Kierkegaard opone la categoría de “lo tradicional”, la cual se corresponde respectivamente con el tipo de comunicación directa. La primitividad constituiría de esta manera un lenguaje que supone interpelar la interioridad del individuo. Esta solo podría ser comprendida indirectamente. Por otro lado, aquello que logra ser apercibido desde “lo tradicional” lo es mediante una forma de comunicación directa que emplea un uso del lenguaje meramente objetivo y sin la intención de ir dirigido a la interioridad. Lo tradicional es una serie de discursos y significados que se contraponen a la concepción primitiva del mundo.
Es por todo lo anterior que Kierkegaard relaciona la primitividad con lo ético y la comunicación indirecta, porque él creía que un tiempo antaño “primitivo” el ser humano buscaba transmitir con su lenguaje verdades que confrontaban al sujeto desde lo más profundo de su ser. Lo tradicional haría caer en el olvido esta forma primitiva de comportarse del hombre. El “cristianismo primitivo” enfrentado contra lo que él denominaría como cristiandad, un “cristianismo” meramente nominal y “tradicional”, es el ejemplo por antonomasia de la primitividad. Esta categoría o forma de apercepción ético-religiosa no puede ser transmitida de otra manera que por medio de la comunicación indirecta, disuadiendo así de sus preconcepciones tradicionales al individuo.
Basta con repasar todo lo hasta aquí dicho para encontrar el que bien podría ser el concepto cardinal de toda la filosofía Kierkegaardiana, aquel que él mismo definió como “su categoría de individuo”. Esta palabra engloba todo lo que hemos explicado anteriormente, de tal manera que se vuelve el concepto capital de su pensamiento y la razón por la cual se le conoce a Kierkegaard como “el padre del existencialismo”. La importancia del concepto se hace notar en su función dentro del proceso comunicativo: de no existir individuo no habría la necesidad de recurrir a una comunicación indirecta que sacudiese desde la interioridad un supuesto interlocutor, no habría necesidad de recurrir a un lenguaje primitivo que buscara transmitir las mayores verdades éticas y ético-religiosas del cristianismo. Esta sola realidad existente que denominó como “individuo” viene a ser la piedra angular que sostiene todo el planteamiento de la cuestión religiosa. Es al individuo a quien va dirigido todo el mensaje del corpus kierkegaardiano; es al individuo a quien se trata de “(des)engañar” y descolocar por medio de la comunicación indirecta recurriendo a pseudónimos para que acepte las verdades del cristianismo. A partir de la ilusión de que él, el individuo, es el único cristiano genuino dentro de la conversación, se le disuade y persuade para que cuestiones sus ideas preconcebidas y acepte la verdadera condición cristiana.
Es al individuo a quien Kierkegaard busca señalar y amonestar, directamente y sin tapujos, a causa del conformismo al que le arrojó la cristiandad acomodaticia, llevado por esta a ignorar por completo la incondicional entrega ética y religiosa, el compromiso existencial radical que le exigen las profundas verdades del cristianismo. El individuo es aquella cualidad del público por medio de la cual el mensaje y la verdad del cristianismo pueden ser efectivamente comunicadas, transmitidas y encarnadas. Es por todo esto que dicha categoría viene a ser la cúspide y el emplazamiento de todo el pensamiento kierkegaardiano.
Recapitulando, tenemos que la elección del tipo de comunicación iba a verse condicionada por el tipo de audiencia al que se dirigiera y a la intención de mostrarse o persuasivo y/o reprensivo en sus señalamientos, según fuera el caso. Invariablemente, fuera un público que en lo general se identificara con la cristiandad, un público, ya sea neófito o erudito dentro la tradición del cristianismo (cristiandad), o fuera a un completo hereje e incrédulo que no se atreve a dar el salto hacia la entrega profunda del cristianismo más primitivo y genuino, como fuese, ultimadamente era a cada individuo en lo particular a quien se dirigía. Los tipos de comunicación se corresponderían entonces con la intención y la materia literaria: ya fuera para persuadir, engañar y/o enseñar la comunicación indirecta sería el camino, siempre apuntando a la interioridad y exponiendo desde la subjetividad para transmitir las verdades éticas y ético-religiosas del cristianismo; o si fuera para señalar, amonestar y/o reprender, Kierkegaard no dudaría en exponerse al escarnio público en pro de su trabajo como escritor religioso, no dudando ni un poco en denunciar abiertamente los errores de la cristiandad por medio de la comunicación directa. Irremediablemente, si fuese por medio del tipo de comunicación que fuese, sería el individuo quien estaría siendo interpelado por Søren Kierkegaard para que aceptara la consigna religiosa que conducía todo su trabajo como escritor: que descubra cómo llegar a ser un auténtico cristiano.
Habiendo dicho todo lo anterior, aconsejamos de este modo a los lectores que llegada la hora de aproximarse a la Obra de Søren Kierkegaard siempre tengan en mente la relevancia que el cristianismo y sus verdades doctrinales suponían en las inclinaciones filosófico-literarias de nuestro apasionado filósofo danés… tan es así que debemos recordar que fue esta pasión y amor por su fe lo que dictó sus métodos y concepciones del mundo, y de la realidad.
Dentro de las próximas publicaciones profundizaremos más en todos estos otros conceptos que conformaron el fundamento de todo el ideario religioso y filosófico de Kierkegaard: fe, pecado, paradoja y desesperación serán los tópicos que abordaremos en los siguientes artículos dedicados a uno de los más fructíferos y originales pensadores de todos los tiempos. Les agradecemos su lectura y esperamos que les haya sido de provecho. Hasta la próxima entrega.
Fuentes bibliográficas y referencias:
- Kierkegaard, Søren, La dialéctica de la comunicación ética y ético-religiosa, trad. José García Martín, Barcelona, Herder Editorial, 2017.
- ” El instante, 2da. ed., Madrid, Editorial Trotta, 2012.
- ” Mi punto de vista, trad. José Miguel Velloso, 2da. ed., México, Editorial Fontamara, 2016.
- ” Postscriptum no científico y definitivo a Migajas filosóficas, trad. Nassim Bravo, 1era. ed., México, Universidad Iberoamercana, 2009.