Introducción.
En el mundo moderno, la industrialización del trabajo y la división del trabajo representó uno de los parteaguas más importantes de la historia. La revolución industrial trajo consigo una nueva manera de comerciar y de hacer negocios, todo un nuevo estilo de vida para la humanidad. Los campesinos se veían forzados a tener que elegir entre una de dos: o comenzaban a ser empleados para trabajar en las grandes fábricas textiles, o ellos mismos tendrían que hacerse del capital necesario para negociar y abrir una su propia fábrica textil y contratar a los trabajadores necesarios para echar andar su línea de producción. El trabajo del artesano y del campesino pasaron a segundo plano en el momento en que el capital, la producción y el trabajo comenzaron a trasladarse hacia las fábricas, centrándose a partir de entonces en un solo lugar, bajo un solo dueño. Las jornadas laborales y los medios de subsistencia, al igual que las ganancias, ya no eran manejadas por los jornaleros; los capataces y patrones pasaron a tener el dominio del tiempo y de las condiciones de vida de los trabajadores. La fuerza de trabajo toda pasó a ser dividida entre cada empleado y a ser explotada hasta poder sacarle el mayor provecho en pro de una mayor producción, de modo que se pudiese asegurar la mayor ganancia posible al empleador, quien era a su vez el patrón de la fábrica. Las condiciones de vida y los medios de subsistencia se vieron determinados por este único suceso, a su vez que estos cambios económicos y laborales trajeron consigo otras funestas consecuencias dentro del entorno de trabajo, los capataces que consigo engendró. Esta imagen retrata lo que vendría a ser aquel panorama que diera apertura a la economía y sociedad de la modernidad: las nuevas economías industrializadas modernas. Según veremos, para Karl Marx, la división del trabajo trajo consigo la división de la vida moderna en dos estamentos principalmente: el campo y la ciudad [1]. Esto sería para él el inicio de lo que famosamente denominaría como la lucha de clases [2]. La división de la vida en sí misma, ya no solo del trabajo, se establecería de una vez y para siempre. Aquello, a su vez, se traduciría para la dialéctica materialista marxista como un tránsito necesario que se asentaría y perpetuaría en la historia hasta nuestras fechas.
La importancia de la anterior narración historiográfica reside en la forma como se describe el establecimiento del estilo de vida moderno. Aunque la lucha de clases existe desde el momento mismo en que se originó el antagonismo entre dos clases sociales, esta se va distinguiendo por sus diferentes fases de desarrollo estructurales según la dialéctica específica entre partes que la engendran. Esto quiere decir que las fases del desarrollo de dicha división se originan a causa de la estratificación de clases; esta fase se engendra a partir y desde las distintas faces de desarrollo en las múltiples formas de propiedad que se han originado a lo largo de la historia de la lucha de clases [3]. La fase que se estableció en la época moderna con la implementación de capataces que estuvieran sometiendo a jornaleros por un sueldo a cambio de su fuerza de trabajo para la forma de producción industrial, es la última fase en la que se ingresó al ser humano antes de pasar a ver cómo se comenzaba a acumular y concentrar el capital dentro de ciertas clases. La lucha de clases ha llegado a un punto donde proletarios y capitalistas [4] (estos últimos son quienes poseen los medios de producción modernos y que por ende concentran el capital) se enfrentan y se oponen entre sí. Lo que ha posibilitado que se siga perpetuando esta dinámica particular que se originó desde la mencionada fase de desarrollo dialéctica específica (industrialización de la vida; jornaleros-capitalistas), es toda la maquinaria ideológica en la que la sociedad se ha estructurado; la vida social, según Marx, está siendo determinada por una Economía política, ceñida bajo sus propios conceptos y tecnicismos llenos de significados ideales: propiedad privada, salario, competencia, valor de cambio, etc., (cfr. Manuscritos, pp. 103), son algunos de los conceptos ideales que manejan subrepticiamente los hilos de la dinámica social moderna.
Las necesidades humanas como detonantes de las sociedades políticas y económicas.
Entre una de las cosas que vienen supuestamente a determinar particularmente la mentada vida social y política, es la necesidad del ser humano de hacer negocios con su prójimo, todo en vista de satisfacer sus propias necesidades particulares. La estratificación de la sociedad evidencia una estratificación de las necesidades en donde van a existir dos formas de necesidades humanas: las del proletariado y las del capitalista. En la sociedad industrial y mercantil de la modernidad donde los precios de las mercancías producidas en serie vienen a ser de pronto determinadas por un mercado específico, se ha establecido que, así como con los precios del mercado, la mercantilización e industrialización determinarán a su vez las necesidades específicas de los integrantes dentro de cada estrato de la división del trabajo previamente establecida. Dichas necesidades tendrían que ir en función del estilo de vida impuesto por la forma política (económica y mercantil) establecida a partir de la clase social que se impondría como la dominante –puesto que esa en cuestión es la que posee los medios de producción relativos a la fase de desarrollo dialéctica específica–. Las necesidades solo iban a entenderse según el modo de vida específico que se impusiera entonces, el modo de vida mercantilista e industrial. Jornaleros y capitalistas serían las clases sociales, y los capitalistas serían los que establezcan las reglas del dinamismo social en general. Cual peones dentro de una maquinaria industrial, las necesidades de cada parte (individuo) dentro de la división del trabajo industrializado tendrían que ser satisfechas para seguir perpetuando los movimientos de la maquinaria. Las necesidades humanas, en consecuencia, se verían reducidas tan solo a las simples necesidades mercantiles: el obrero solo pasaría a satisfacer sus necesidades básicas en función de continuar perpetuando su jornada laboral establecida dentro de la fábrica [5]. La última reducción de las necesidades básicas sería la de someter al jornalero a la propia necesidad de la economía mercantil: hacer del trabajo y del trabajador una sola cosa, alienando su fuerza y el fruto de su trabajo, ello para poder sacar más provecho a la fuerza laboral de tal modo que se pueda asegurar más producción y ventas de mercancías, así como más acumulación de capital y de ganancias. De esta manera, las necesidades humanas pasan a ser divididas en dos: las del mercado, las del capital, las necesidades del capitalista; y las necesidades del obrero, las cuales, en última instancia, llegan a ser absorbidas por las primeras, por las de las mercancías. El problema con esto anterior es que, al reducir y absorber las necesidades del trabajador bajo esta lógica mercantilista, se lo degrada como ser humano hasta reducirlo a él mismo a una mera mercancía. La inconsciencia de esta dinámica de degradación se traduce, en un sentido psicológico y social, como la enajenación/alienación del trabajador: sus necesidades vitales como ser humano pasan a segundo plano para satisfacer, por la explotación y venta de su fuerza de trabajo, las necesidades ajenas a él que pertenecen única y exclusivamente al patrón, al capitalista. Escribe Marx que “el hombre se distingue de los animales porque él produce sus medios de vida”. (Ideología, pp. 16) Visto de esta manera, las necesidades se ven satisfechas en la medida en que el hombre puede satisfacerlas y dispone de los medios para ello, pero, ¿qué pasa cuando el hombre vive a merced de necesidades ajenas y cuando, a su vez, él mismo se vuelve un medio para satisfacer dichas necesidades ajenas? Así es como se concreta aquello que Marx denominó del trabajador como objeto-mercancía [6] : El hombre se vuelve la mercancía que la acumulación de capital necesita para seguir perpetuándose (trabajo, fuerza de trabajo bruta); el hombre se vuelve en contra de sus propias necesidades y de sí mismo al no procurarse los medios de vida necesarios para sí, sino para volverse él mismo un medio y a la vez un producto para otra vida ajena a la suya.
Las necesidades de las sociedades actuales basadas en el consumo.
Las fases de desarrollo de los medios de producción y de propiedad, como escribimos unas líneas más arriba, coinciden con las distintas fases en que se dividió el trabajo y se desarrollaba la dialéctica de la lucha de clases. Pero, a partir de lo que dice Ágnes Heller respecto al concepto de necesidad en Marx (el que fuera un concepto importante en todo su planteamiento, pero que nunca definiría como tal)[7], podemos establecer que las fases de desarrollo de esta lucha de clases también se corresponden con otras fases de desarrollo de las satisfacciones de las necesidades del capital(ista), y podemos añadir que la última fase de desarrollo histórica se corresponde con una fase mercantilista-consumista, puesto que la satisfacción de las necesidades, aunque se siguen dando en una economía política de mercado, hoy el desarrollo de los medios de producción se compagina con la forma en que las necesidades se ven satisfechas: a través del consumo de imágenes, de objetos, de sonidos, de cuerpos, de trabajadores, etc. Las necesidades por las que el mercado y el capitalista se ven satisfechos hablan de una fase particular en la que nos encontramos a la fecha dentro de la lucha de clases; Guy Debord le llama a esta nueva fase “la sociedad espectacular” o “del espectáculo” [8], con lo cual hace referencia a la absorción de las necesidades naturales, básicas, y a la determinación de las mismas, en función de esta novedosa y particular forma de mercantilizarlo y objetivarlo todo, desde el trabajo mismo, hasta los ratos de ocio (momentos en los que se supone satisfacemos nuestras necesidades; momentos ajenos al trabajo, redefiniendo así al trabajo mismo como el único momento exclusivo en que usamos los medios y la fuerza de vida para producir a modo de procurar con éste la satisfacción de nuestras verdaderas necesidades).
Conclusiones y premoniciones.
A pesar de que no podamos hallar pues, según Heller, una definición explícita de Marx sobre las “necesidades”, como hemos visto, la importancia de este concepto dentro de su teoría política y económica se puede deducir a partir de otros enfoques de su Obra. Desde la mención que Marx hace a la teoría económica emotivista de Adam Smith respecto al surgimiento de la producción y división del trabajo en la refiere al egoísmo y la confrontación con el humanismo, y retoma este contrapunteo como germen de su propia crítica política (una cuestión de satisfacción de necesidades particulares), hasta la descripción de la dinámica de explotación en la que el trabajador no obtiene más por un mayor esfuerzo pero sí se da un aumento efectivo de las ganancias del capitalista a partir del esfuerzo desmedido del otro –una cuestión de satisfacción de necesidades mercantiles y personales (las del capitalista)–, la crítica de Marx podría explicarse en estos términos: como la amonestación y exhibición de la codicia, la acumulación de grandes capitales, y la alienación y detrimento de las necesidades humanas (personales) en beneficio de la satisfacción de necesidades ajenas (monetarias y mercantiles) que se vienen desenvolviendo a partir de aquellos momentos históricos relativos a las propias fases de desarrollo de los medios de producción (nuevos medios de producción, nuevas necesidades para mantener y satisfacer el sistema político y económico hegemónico y particular).
En las afirmaciones modernas y actuales “¡necesito esto!”, “¡lo necesito!” se ha instaurado pues, una nueva fase de desarrollo de los medios de producción donde las necesidades intrínsecas del capitalismo rampante y consumista de nuestra época ha traído consigo un imperativo de la satisfacción de necesidades banales. Ese grito por una supuesta necesidad de satisfacer deseos es a su vez “necesaria” para perpetuar y mantener la alienación del obrero respecto de sus propios deseos, todo para satisfacción de caprichos ajenos, los de su patrón, el capitalista; solo que hoy en día es tal la alienación que ni siquiera hay una división de trabajo clara y explícita; ni siquiera aún una división de la vida individual-privada y la vida laboral: los empleados son contratados sin claras metas y para servir en la mayor cantidad de puestos posibles, además que su horario laboral no termina después del horario reglamentario de trabajo, sino que tienen que seguir al pendiente de las necesidades laborales aún en sus tiempos libres. El mercado y el capitalismo han ganado en la medida que ampliaron sus territorios y su campo de acción, haciéndonos creer que las necesidades que satisfacemos al trabajar para posteriormente consumir sus mercancías, son las nuestras más bien que las del propio mercado capitalista, recurriendo éste a nuestras necesidades y haciendo uso de nuestros deseos como si fuesen necesidades básicas, todo para seguir subsistiendo y satisfaciendo su propia necesidad de seguir acumulando, ensanchándose aún más y perpetuándose. Esta es la fatal y triste vigencia que la teoría y crítica marxista tienen para analizar y concientizar a los trabajadores de la actualidad sobre sus condiciones de explotación laboral que hoy pasan a integrarse dentro de un plano más íntimo y personal: la suplantación de nuestras necesidades humanas reales por deseos banales y ajenos, al servicio de un mercado consumista y capitalista.
Bibliografía.
- Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, trad. José Luis Pardo, 2da. Ed., España, Editorial Pre-textos, 2009.
- Heller, Agnes, Teoría de las necesidades en Marx, Trad. J.F. Yvars, 2da. Ed., España, Editorial Península,1986.
- Marx, Karl, La ideología alemana, trad. Wenceslao Roces, España, Editorial Akal, 2014.
- ” Manifiesto Comunista, 2da. Ed., España, Editorial Akal, 2017.
- ” Manuscritos, trad. Francisco Rubio, 9na. Ed., España, Editorial Alianza, 1980.
Notas.
[1] Marx hace explícito este momento histórico en su análisis historiográfico contenido en su Manifiesto Comunista y en su Ideología alemana. (Cfr. Marx, Karl, Manifiesto Comunista, 2da. Ed., Akal, 2017, pp. 27; Marx, Karl, La Ideología alemana, trad. Wenceslao Roces, Akal, 2014, pp. 17.)
[2] La primera parte del Manifiesto Comunista comienza precisamente con esta declaración: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases.” (Marx, Manifiesto, pp. 21.)
[3] Cfr. Marx, Karl, La ideología alemana, trad. Wenceslao Roces, Akal, 2014, pp. 17-19. En esta cita, Marx da un vistazo a las tres fases del desarrollo de las propiedades: la tribal, la comunal y la propiedad feudal.
[4] Aunque aquí lo correcto es hacer referencia a la oposición entre proletarios y burgueses, se optó por denotar la oposición entre capitalistas y proletarios para hacer mención ya no solo de la apropiación de medios de producción sino de la concentración y posesiones del capital que se estanca en un solo gremio o grupo de personas.
[5] La degradación de las necesidades llega a tal grado, según Marx, que escribe: “Inclusive la necesidad del aire libre deja de ser en el obrero una necesidad; el hombre retorna a la caverna envenenada ahora por la mefítica pestilencia de la civilización y que habita en precario, como un poder ajeno que puede escapársele cualquier día si no paga.” (Cfr. Marx, Karl, Manuscritos, trad. Francisco Rubio, Alianza, 9na. Ed., 1980, pp. 158.)
[6] Se puede resumir esto en la siguiente fórmula: “El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce”.
[7] “Quede claro desde ahora que Marx acostumbraba a definir mediante el concepto de necesidad, pero no define nunca tal concepto, y ni siquiera describe qué debe de entenderse con tal término.” (Heller, Agnes, Teoría de las necesidades en Marx, Trad. J.F Yvars, 2da. Ed., Península, 1986, pp. 21.)
[8] Para Debord, el espectáculo viene a ser una apariencia impuesta dentro de la realidad social por los poderes mercantiles imperantes. Puede explicarse este concepto con la siguiente cita: “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes.” (Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, trad. José Luis Pardo, 2da. Ed., Pre-textos, 2009, pp. 38).