El consumismo es un problema psico-social que aqueja a nuestra época. Vemos sus consecuencias nefastas como subproductos culturales indeseables y como patrones de conducta nocivos para los individuos. Todos, hoy día, hemos oído hablar del consumismo y sus implicaciones negativas en la vida social y anímica de las personas, pero, a pesar de que experimentemos su “fuerza” perniciosa en nosotros, no hemos sido capaces de meditar e interiorizar todo el mal al que nos conduce. Muestra de ello es cómo, a pesar de la concientización, aún seguimos “instalados” dentro de sus dinámicas. El filósofo Zygmunt Bauman, con su ilustrativa y actual teoría sociológica acerca de la “sociedad líquida”, llevó a cabo un análisis minucioso sobre el estilo de vida que define a la época: la vida de consumo. En su libro homónimo, Vida de consumo, desmenuza este concepto que rige la vida ordinaria de las personas del siglo XXI.
Las particularidades del consumismo y las pautas del mercado materializadas en nuestros celulares.
Las distinciones histórico-sociales como delimitantes de la vida de consumo.
En dicho libro, Bauman habla de cómo los patrones de comportamiento sociales se modificaron de forma tan abrupta y tan drástica que no ha habido época anterior a la actual en la que se manifestaran comportamientos gregarios semejantes a los que hoy nos conforman. Esto se vuelve algo destacable debido a las características propias que el “consumismo” posee. Bauman precisa y acepta que el consumo es algo que ha acompañado a la vida humana de manera connatural, solo que a partir de finales del siglo anterior nunca antes se había visto algo similar en torno a dicha vida de consumo. Para Bauman, un ejemplo paradigmático de todo esto es el contraste sociocultural existente entre los valores y las aspiraciones de vida del siglo pasado con los del reciente siglo. Antes, la vida era construida con relación a lo sólido, estable y seguro; si se consumía, era en vista de invertir para algo más concreto, algo que pudiera llegar a prevalecer de por vida. Los productos de consumo satisfacían entonces esos “estándares” de antaño. Hoy no es la “seguridad” lo que impulsa a los individuos a construir su vida, sino todo lo contrario. Cual imperativo social, las personas ahora se sienten impulsadas a crear más y más, sobre la base de vivir experiencias efímeras y novedosas. En esta particular proyección de vida personal, en la actual vida de consumo del siglo XXI, los objetos de consumo son dispensables y desechables en función de asegurar que los individuos posean, aun instantes después de su consumo inmediato, más posibilidades de construir “nuevas experiencias”.
El celular como medio ejemplar de consumo.
Visto de esta manera, el consumismo ha llegado a su epítome con “el invento del siglo XXI”, los smartphones. Los teléfonos inteligentes han logrado imprimir en la realidad el ideal consumista, brindando la oportunidad de consumo mediático instantáneo. Aunado a ello, con los estándares mercantiles y de producción que hoy todos conocemos, sabemos que los teléfonos móviles están hechos para durar menos y para promover el consumo digital, partiendo siempre de la premisa de que cada año habrá una novedad en los modelos de reciente año. La “novedad” de los nuevos modelos que se lanzan anualmente se vuelve un estándar de producción, pero también de consumo. En rechazo a la obsolencia, el individuo siente la necesidad de comprar el nuevo modelo, más reciente y óptimo, para no perder la oportunidad de “crear y vivir más experiencias”, como si la vida se agotara con el sello de garantía de 1 año que viene incluido –y a veces ni eso– en la compra del producto. La novedad se vuelve una norma estética y social que hay que cumplir y el imperativo que conlleva es el de la renovación y la actualidad. Encima de todo, la marca tras de la producción, publicidad y mercantilización del producto se vuelve una especie de institución normativa que establece los códigos y normas sociales de consumo que hay que seguir; de modo que si son ellos los encargados de proveer los medios (el producto, el celular), también son ellos los encargados de ser garantes de asegurar que en el consumo se encuentre la satisfacción de manera inmediata. Nos vemos orillados a consumir su producto, a comprarlo, de lo contrario no tendríamos garantizada la experiencia consumista, la satisfacción de las más novedosas y ricas experiencias.
El tiempo puntillista como rasgo esencial de la vida de consumo.
Como decíamos, los smartphones hoy son la materialización del consumismo porque objetivan en un ente real y tangible, en una experiencia vívida, sus rasgos más esenciales: la continua renovación y la satisfacción inmediata. Zygmunt Bauman señalaba también que lo que vino a hacer el consumismo es a imponer una alteración intuitiva del tiempo (de su significado y de la experiencia de éste).
Mientras en la sociedad moderna, sólida, como la del siglo pasado, el tiempo se interpretaba lineal, progresivo y distante, hoy el tiempo es percibido, espontáneo, esporádico y puntual, siempre potencial. El tiempo antes fluía como un río incesante y vasto; hoy el tiempo brota espontáneamente como un destello que encandece y se agota, todo en el mismo instante, cual burbuja de jabón. Este tiempo, denominado “puntillista”, se caracteriza por ser como una monada leibniziana que no tiene puertas ni ventanas y la cual contiene todo lo que le satisface. Dentro de estas burbujas de tiempo efímeras encontramos todas las posibilidades habidas y por haber, y una vez realizada la posibilidad, termina por explotar y perpetuar el ciclo de surgimiento-agotamiento (consumo) espontáneo.
El aleph de Borges y la noción puntillista del tiempo.
Tal vez, una ilustración eficaz para imaginarnos esta noción “burbujeante” del tiempo, viene de la mano de Jorge Luis Borges y su popular antología El aleph. En esta colección de cuentos, Borges nos narra, a partir de sus muy distintos relatos y personajes, ciertas aproximaciones hacia lo infinito. Lo pertinente de esta obra es que uno de estos cuentos lleva por nombre “El aleph”, mismo título con que se presenta la colección entera. Jugando con los fractales, Borges conduce al lector en dicho cuento al hallazgo que uno de sus protagonistas hace de una singularidad cosmológica con cualidades tan peculiares y místicas, las que, irónicamente, rayan en lo ficticio. Este descubrimiento hecho por el protagonista lo lleva a experimentar un fenómeno espacio-temporal “caleidoscópico”, que le permite apreciar todas las dimensiones temporales posibles y todas las experiencias posibles en un solo punto y momento en el espacio. Los relatos que preceden a este se convierten súbitamente en una posibilidad más contenida dentro del aleph.
El tiempo puntillista que describe Bauman como parte constitutiva del consumismo es similar a la experiencia que brinda “el aleph”: brota en y de la nada, y agota la infinitud del espacio y el tiempo en ese solo punto/momento. Bueno, el celular es nuestro aleph privado y personal, que nos transporta a todas las vidas posibles habidas y por haber, que nos permite vivir experiencia tras experiencia, y que, si nos mantenemos al día “consumiendo” los feeds, los reels, los trends y todos estos patrones de tiempo renovables e interminables contenidos dentro de las redes de comunicación que ofrece, nos garantizará entonces una vida de consumo perenne e inagotable detrás de su pantalla hipnótica y caleidoscópica. El aleph, es decir, la mirada infinita del tiempo puntillista materializado en nuestro móvil, nos es accesible desde la palma de nuestra propia mano. El teléfono inteligente materializa en cada experiencia particular dentro de las redes sociales una sensación de tiempo puntillista; el celular nos presenta y nos integra con dicho tiempo y con el consumismo.
Lo que deberíamos de tomar en cuenta tras de todo esto es aquello de lo que Borges nos previene en cada relato de El aleph: la experiencia frente a lo infinito e inagotable nos despersonaliza y nos funde con aquello indescifrable. De igual forma –y creo que cualquiera puede corroborarlo personalmente–, la aproximación e interacción que tenemos con el celular, el estilo de vida al que nos arroja de puro consumo (tanto de forma mercantil con la renovación constante de equipos, como de forma digital con el consumo reiterado de información y contenido mediático) nos llevan a identificarnos con este que llegamos a confundir toda nuestra vida y personalidad con el tipo de consumo atado al dispositivo. Si tan solo nos detuviéramos a reflexionar sobre el valor y la relevancia que le damos al consumo en nuestra vida, podríamos entonces comprender que la vida de consumo impuesta en el siglo XXI tal vez no es tan primordial ni necesaria para nuestra plenitud y satisfacción. Tal vez si apartáramos un poco la mirada de nuestros teléfonos móviles nos daríamos cuenta de que el tiempo sigue fluyendo en dirección continua, constante e incesante hacia nuestra muerte personal; y que solo entonces, verdaderamente, la vida se habrá agotado sin posibilidad de revivirla ni de experimentarla más.
Libros recomendados:
El aleph de Jorge Luis Borges.
Vida de consumo de Zygmunt Bauman.