Si bien la estética es una de las ramas más recientes de la filosofía, no por ello debemos creer que sus problemáticas son de alguna forma nuevas en la humanidad. Las problemáticas tan diversas de este campo de estudio nos han acompañado ya desde los antiguos griegos. Antes bien, si queremos ahondar en la investigación de la materia, debemos comenzar por hacer una primera aproximación a lo que entendemos por estética. Fuera de la jerga académica, generalmente la palabra estética suele designar aquello relativo a la apariencia física (como cuando hablamos de cirugías estéticas, o las estéticas, lugar donde las personas van a embellecerse) o en general, parece hablar de aquello que encontramos bello (como la palabra estética como adjetivo en su uso común), estas vinculaciones no son casualidad, pues, fue en este sentido que Alexander Baumgarten acuño originalmente el término de estética. Entre 1750 y 1758, el filósofo alemán publicó su obra más importante, Aesthetica en donde utilizó por primera vez el término para proponer la creación de un nuevo campo de estudio, cuyo objeto sería el “conocimiento sensitivo perfecto”(Plazaola, 110).
Baumgarten erigió las bases de su estética en el racionalismo de su época, apostando por una investigación que se acercara a los principios de la experiencia misma, una estética subjetiva en el sentido de que no busca las condiciones que los objetos deben cumplir para ser bellos; sino que más bien sitúan a la belleza en el plano del conocimiento mismo, pues “aun lo feo puede conocerse bellamente”(Baumgarten, 18). De tal manera que Baumgarten se aventura en la investigación de las condiciones de la belleza, no buscándolas más en propiedades intrínsecas a los objetos, sino más bien en la armonía de los pensamientos del sujeto que está percibiendo el fenómeno. Esta percepción se ubica como una facultad intermedia entre el mero conocimiento sensible y el conocimiento intelectual. Si el primero se refiere a un conocimiento oscuro y difuso, y el segundo a un conocimiento claro y distinto, el conocimiento estético se caracteriza por ser claro (en la nitidez de sus imágenes) y confuso (en la ausencia de distinción lógica), es por esto que Baumgarten le otorga la característica de ser una facultad intermedia entre ambas.
Quedaron así sentadas las bases de los estudios estéticos, mismos que imperaron en la tradición occidental hasta el siglo XX. Luego de los estudios comenzados por Baumgarten, Kant retoma la batuta racionalista, llegando así a entender la estética como “Llamo estética (a) trascendental, la ciencia de todos los principios a priori de la sensibilidad” (Kant, 1). En este sentido, podemos entender de manera un poco más amplia a la estética como el estudio de las condiciones de la sensibilidad, cosa que ya nos acerca un poco a la posición de la autora que trabajaremos más adelante, por ahora podemos con que este énfasis de la estética en las condiciones de experiencia del sujeto se mantendrá dominante con el pasar del tiempo, además de mantenerse a su vez la predominancia de la belleza como única categoría estética.
En su libro Introducción a la estética Plazaola nos habla de la complicada tarea de la delimitación de un objeto de estudio para la estética, sin embargo, los objetos que han imperado en las concepciones clásicas de la estética son: la belleza, la vivencia estética, la obra de arte y la actividad artística. Las relaciones con la obra de arte y la actividad artística no son casualidad, ya vimos cómo Baumgarten se encargó de asimilar la estética y la filosofía del arte en una sola disciplina. Ahora bien, la vivencia estética nos remite al concepto de estesis que nos habla del sujeto y las condiciones de su apertura hacia el mundo.
La estética seguirá siendo un problema, y estará in fieri mientras no logre una síntesis con las aportaciones de campos tan heterogéneos, mientras no descubra y defina con suficiente claridad una razón común que unifique la diversidad de objetos materiales que le incumben(Plazaola, 270).
¿Cuál será dicha razón común unificadora de la diversidad de objetos de la estética? La respuesta se encuentra más cercana de lo que podríamos imaginar, y es que en la noción de estesis Mandoki encontraría dicha razón unificadora, que desde Kant, se encargó de perfilar una estética que se trata de las condiciones de experiencia más que en el contenido de tal o cual objeto, que busca visibilizar al sujeto y no al objeto en su posibilidad de goce estético en el mundo.
Katya Mandoki es una filósofa mexicana nacida en 1947, cuyo trabajo se ha centrado en la reivindicación de lo que ella denomina “estética prosaica”. La filosofía, a diferencia de la larga tradición, encuentra que lo esencial a la estética se encuentra en el sujeto y no en el objeto, y en este respecto podemos encontrar paralelos con Kant y Baumgarten. Crítica ese fetichismo del objeto argumentando que se mira la relación sujeto-objeto sin distinguir entre lo estético, lo físico y lo artístico. Manteniendo, pues, que en cuanto a estética, la experiencia no distingue los límites impuestos por los defensores del “verdadero arte”, sino que, al contrario, el sujeto constantemente crea su objeto estético, o más bien, este solo se vuelve tal una vez que el sujeto le atribuye desde sí esa cualidad. Ahora bien, en lo que sí diverge enormemente de la tradición iniciada por Baumgarten es en la valoración de la belleza como categoría por excelencia de dicha rama. Al respecto Mandoki nos habla sobre el fetiche de lo bello, presente a lo largo de toda la historia, que concibe a la estética como solamente ocupándose de la belleza o del arte, ambas presuposiciones modernas que han reducido toda experiencia estética a estas dos instancias de la misma, dejando, sin embargo, de lado un mundo de experiencias por ser analizadas e incluidas al lado de lo bello.
(…) habrá de entenderse a la estética como el estudio de la condición de estesis. Entiendo por estesis a la sensibilidad o condición de abertura, permeabilidad o porosidad del sujeto al contexto en que está inmerso. Por lo tanto, (…) plantearemos como problema fundamental del campo de estudio de la estética (…) a la condición de estesis como abertura del sujeto en tanto expuesto a la vida (Mandoki, 50-51).
Esta forma de entender a la estética nos remite una vez más a la posición kantiana; en ambos hay más bien un viraje a analizar las condiciones de experiencia estética. Ahora bien, este énfasis de Mandoki precisamente en la condición de estesis la llevará a ampliar el, hasta ese momento, bastante limitado repertorio de categorías estéticas. Introduciendo el concepto de estesis, es posible embarcarse en una investigación de la estética prescindiendo de cometer injusticias tales como pretender enlistar las características de la belleza “objetiva”, además nos permite traspasar otras anticuadas presuposiciones sobre las experiencias estéticas. Una de ellas siendo la que nos habla de espacios designados para el arte o la sensibilidad, el pensar que únicamente en un museo, un conservatorio o un cine son lugares donde se dan experiencias estéticas es una instancia del desconocimiento de la estesis como parte fundamental de la experiencia del día a día.
Pero en la Prosaica nunca se propone que todo sea estético. Al contrario, se asume precisamente lo contrario: que ninguna cosa es estética, ni siquiera las obras de arte o las cosas bellas. La única estesis está en los sujetos, no en las cosas. La formulación de la estética de lo cotidiano aquí elaborada no puede ser más inocente de cualquier acusación de panestetismo por el simple hecho de que al enunciar que “todas las cosas son estéticas” se presupone el objetualismo, pecado del que la Prosaica está absuelta. La estesis es una condición de los seres vivos. Mejor dicho, no es “una” condición, sino “la” condición de vida. Vivir es estesis (Mandoki,118).
Es por esto que Mandoki propone una estética “prosaica” que viene a significar vulgar o cotidiano, apuntando precisamente a terminar con las divisiones entre experiencias estéticas y experiencias normales o sin interés estético. Si para Plazaola lo relativo al arte entra en nuestra forma de entender la estética, para Mandoki se trata más bien de llevar la estética mucho más allá de este campo, hacia territorios inexplorados.
De esta manera Mandoki señala lo que ella llama el síndrome de Panglos, que haciendo referencia al maestro de Cándido del libro homónimo de Voltaire, señala la predisposición occidental de fijar su atención únicamente en aquellos fenómenos que le parecen bellos, dejando completamente olvidados a la increíble pluralidad de experiencias que desbordan está simple categorización. Es de esta manera que Mandoki sugiere una especie de tipología de las categorías estéticas.
Hay que incorporar no únicamente lo agradable sino su opuesto, lo desagradable, ya que lejos de desviarnos de nuestro objetivo, nos permitirá incluir en la dimensión de lo estético todos los sentidos corporales, no solo la vista y el oído, y todas las categorías atractivas o repugnantes que atañen a la sensibilidad. La estética nunca fue pura: asumámoslo. Si la sensibilidad busca el gozo, padece por lo mismo su ausencia que es igualmente pertinente a su reflexión. Reducir la estética a una apoláustica preocupada exclusivamente por lo placentero, la reduciría a ser una disciplina totalmente trivial. No es que desprecie la importancia del placer (¡qué será de la vida sin este!), pero confío en que hay más en la estética que complacer (Mandoki, 41).
Es de esta manera que categorías previamente excluidas dentro de la estética son más que bienvenidas, y la belleza, categoría por excelencia de la estética hasta la edad contemporánea, pasa a ser solo una categoría de la experiencia más, sin acaparar la posibilidad de examinación de otras categorías. Dentro de estas nuevas categorías estéticas encontramos propuestas por Sánchez Vázquez ya algunas primeras categorías interesantes: lo feo, lo cómico, lo grotesco, lo sublime. Ahora bien, si Mandoki se propone desplazar a la obra de arte del foco escénico de la estética, ¿de dónde partir para hacer nuestras investigaciones? Es claro que bajo el paradigma clásico la obra de arte era el objeto de estudio por excelencia, más ahora en su ausencia hacia qué fenómenos recurrir, recordemos que la estética de Mandoki no se trata de un Panesteticismo dónde cada experiencia pueda arbitrariamente ser entendida como estética, por lo que es preciso localizar un principio diferenciador que nos permita dar comienza a nuestras investigaciones, y este vendrá a ser la semiótica. Al ser integrada como metodología, y como objeto de estudio estético. Esto es puesto que no hay experiencias estéticas sin procesos de significación que medien entre el sujeto y su ambiente.
Conclusión
Hemos realizado un rastreo por la tradición estética occidental, comenzando por Baumgarten y Kant, hasta llegar a la propuesta de Estética prosaica de Katya Mandoki. Resultan interesantes los vínculos que pueden rastrearse entre estos tres autores, pues, si bien los tres tienen un fuerte peso en el sujeto, y en la delimitación de las condiciones de posibilidad de la sensibilidad humana, Mandoki se separa del resto al postular una estética liberadora que abandone los múltiples fetichismos que han aletargado los estudios estéticos por tanto tiempo, entre ellos el fetiche de lo bello y la obsesión con la obra de arte como único objeto de la estética, mismas fijaciones que son desechadas por Mandoki aludiendo a qué la estesis no distingue entre obras de arte y aquellas que no lo son, sino que está únicamente condicionada por el sujeto, pudiendo así haber cientos de experiencias estéticas fuera de los marcos establecidos por dichas fijaciones.
Esto da como resultado una estética que tiene ahora la finalidad de realizar una tipología de las categorías estéticas, y que, al igual que Kant, plantea la estética como un campo disciplinar que va mucho más allá del campo de la filosofía del arte, y abarca toda la experiencia sensible humana.
Referencias:
Mandoki, Katya. Estética cotidiana y juegos de la cultura. Prosaica l. Vol. 1. Siglo XXI, 2008.
Plazaola, Juan. “Introducción a la estética: historia, teoría, textos”. Introducción a la Estética. Universidad de Deusa, 2007.