La filosofía deleuziana tiene profundos vínculos y entrecruces con la literatura. El filósofo francés publicó en 1964 su primera obra dónde aborda propiamente la materia literaria, en Proust y los signos Deleuze realizará el descubrimiento del “signo”. En la construcción de su empirismo trascendental Deleuze emprende una búsqueda por las condiciones de la experiencia, es así que el filósofo se concentra en el concepto de “diferencia” como la condición esencial de toda experiencia, la diferencia funciona como motor de la experiencia y su clasificación, principio vacío de la distinción entre otro y yo, entre la continuidad de cada momento. El signo es precisamente este principio delimitador. Cómo negación de lo dado el signo remite siempre a un significado fuera de sí mismo. “el ejercicio trascendental de la sensibilidad es provocado a partir de un encuentro que germina a la sensibilidad en el sentido, y que, posteriormente, desquicia el orden de las facultades.”(4) lo que Deleuze denomina el signo sensible es aquel que fuerza la mente al pensamiento. Es así que tal signo se nos presenta como un encuentro.
Por el contrario, hay otras cosas que nos fuerzan a pensar; no ya objetos reconocibles sino cosas que hacen violencia, signos hallados. Son “percepciones a la vez contrarias”,. dice Platón. (Proust dirá: sensaciones comunes a dos lugares, a dos momentos). El signo sensible nos hace violencia: moviliza la memoria, pone el alma en movimiento; pero el alma, a su vez, emite el pensamiento, le transmite el apremio de la sensibilidad, la fuerza a pensar la esencia, como la única cosa que debe pensarse. Tenemos que las facultades entran en un ejercicio trascendente en el que cada una afronta y alcanza su límite propio: la sensibilidad que aprehende el signo; el alma, la memoria, que lo interpretan; el pensamiento forzado a pensar la esencia (Deleuze 25).
Es de esta manera que la literatura de Proust se perfila como una literatura de encuentros. Recordemos que Proust escribió su obra en medio de un proceso de transición artística en el que parecía finalizar la visión constreñida del arte como esencialmente mimética. Decenas de pintores, músicos y poetas principalmente en Francia cada vez más se alejaban del naturalismo y el realismo que les había precedido y se había asentado como el estándar en sus respectivos medios. Debussy, Verlaine, y Monet se encargaron de llevar el enfoque del arte hacia sus mismas expresiones. Así el impresionismo y el simbolismo se encargaron de anular la visión trascendental que veía al arte siempre como transportando hacia un significado ubicado más allá del símbolo, y orientando así al arte sobre sí mismo logran iluminar precisamente la misma condición de la experiencia. Con el pasar del tiempo esta corriente en el arte moderno solo se incremento, y tenemos hoy en día gran cantidad de ejemplos de arte que se enfoca sobretodo en la creación o el señalamiento de experiencias, más allá del significado externo al que puedan significar, estás obras evocan el sentido mismo del signo.
Esta intermediación entre la filosofía y la literatura es característica de la camada de filósofos “posmodernos” entre los que Deleuze desarrolló su obra. Otro de ellos es sin duda Jean Baudrillard quien desde su filosofía nos ofrece una interesante forma de articular la ficción. En su análisis de la información en la posmodernidad, el filósofo francés daría un golpe definitivo a la concepción que teníamos de la ficción. Baudrillard buscaba mostrar el funcionamiento del simulacro en la sociedad posmoderna. Desde los inicios de la teorización posmoderna vemos roces con el concepto de ficción, al emplear el término metarrelato o metanarrativa los filósofos posmodernos toman prestado el término de los estudios literarios. Su uso en la filosofía designa una narrativa totalizante del mundo, discursos legitimadores del orden social, su historia y funcionamiento. Ante el fin de estos metarrelatos, muchos filósofos pusieron su mira en la descripción de cómo sería una sociedad después del fin de estos metarrelatos. Baudrillard fue uno de ellos; en su obra nos presenta una visión de la comunicación muy peculiar, como resultado del cambio esencial en el comportamiento humano respecto al consumo. En la era del inicio del tecno-capitalismo, Baudrillard encontró que la construcción de identidades se lleva a cabo principalmente a través del consumo. Después del fin de los metarrelatos el hombre recurre al consumo de mercancías para significarse a sí mismo. Los objetos pasan de ser valores de uso a ser más que otra cosa valores de cambio. Es a través de estos objetos-signo que los sujetos intercambian e interpretan su imagen con el resto del mundo. Es de ahí que Baudrillar entiende el consumo como “un modo activo de relación (no solo con los objetos, sino con la colectividad y el mundo) un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural.” (Baudrillard, La sociedad del consumo, 4)
Ahora, los encargados de atribuirle el significado a estos objetos-signos son principalmente los medios de comunicación; impulsados por la industria del marketing los medios de comunicación se encargan de informar, entretener, y educar. Y gracias al desarrollo tecnológico, cada vez más los medios masivos de comunicación son para el individuo, la principal ventana hacia el mundo. Mientras que hace muchos años, la mayoría de la población se informaba principalmente de su realidad más cercana, y ese conocimiento se origina ya de experiencias directas o de la prensa, sin embargo la prensa no tenía entonces una relación tan directa con el individuo. Hoy en día al contrario, la mayoría de la población carga con su celular en todo momento, siendo este un transmisor de información instantánea, ofreciéndole y condicionando al individuo a estar siempre conectado a las actualizaciones del mundo. “Lo que sabemos sobre nuestra sociedad, de hecho del mundo en el que vivimos, lo sabemos por los medios de comunicación”. Es desde ahí que hace su aportación más interesante, la idea de simulacro.
Al contrario de la idea tradicional de simulacro, Baudrillard entiende por él la ausencia de similitud con la realidad, “el fin de la imitación, y la aniquilación de cualquier referencia”. El filósofo distingue tres tipos de simulacro: primero la falsificación, correspondiente a la época clásica (entre el renacimiento y la revolución industrial) y caracterizada por imitación de la naturaleza, la existencia de la falsificación sólo confirma la verdad de la realidad. Luego está la producción, a partir de la revolución industrial el simulacro fue arrancado de la realidad, siguiendo una lógica autorreferencial entre las distintas mercancías, y no hacía una realidad natural. Es en este paradigma donde surge la industria de la publicidad como la conocemos. Finalmente tenemos la simulación, la etapa a la que propiamente pertenecemos actualmente, caracterizada por su total desconexión a alguna cadena de sentido, concluye la alusión a algún origen referencial, un mito sin comienzo. En este simulacro de tercer orden no existe más la realidad, solo la hiperrealidad, dónde ya nada del mundo tiene referencia sino consigo mismo, está extraído de todo significado o tradición, es la época de la información. En el simulacro de primer orden la falsificación es la “excusa” de la realidad, ahora el orden es invertido, la realidad es la excusa de la simulación. De ahí que las utopías no sean más el tema de la ficción, “es lo real lo que se ha convertido en nuestra verdadera utopía, pero una utopía que ya no es una posibilidad, una utopía de la que yo solo podemos soñar”(Baudrillard, 311)
Aunque está claro que la máquina fue la originaria de la época del simulacro de producción, el origen de la simulación es un tanto ambiguo; al respecto Mark Fisher nos señala que este cambio se debió a la revolución cibernética en la tecnología. Este autor concibe a la cibernética cómo la autorregulación de las máquinas por medio de feedback loop positivos y negativos, llegando así a desdibujar el límite entre los hombres y el resto de objetos; el hombre y la máquina se vuelven indistinguibles, pues tanto hombre y máquina pueden entenderse como sistemas de feedback loops. Los productos, y especialmente los medios de comunicación han creado una simulación de la realidad, y es en esta hiperrealidad en la que estamos inmersos, un mito sin origen discernible, ni tierra firme a la vista.
En la época de la hiperrealidad la ficción debe ser entendida como hecho social, y su irrealidad es puesta en duda, en este sentido “será el mapa el que preceda el territorio”. Es así que se da un primer paso para entender está nueva ficción. Es este el inicio de la teoría ficción. Si bien la ficción de la era de la producción correspondía a la exploración y la aventura hacia lo desconocido, se debía fundamentalmente a que la realidad estaba muchas veces delimitada. Ahora al contrario tenemos una sobreabundancia de realidad, manifestada en la información. Ahora toda la realidad se nos presenta como signos distintos, sin ninguna referencia más que a sí mismos, y con una descripción basta, ya no hay espacio para la imaginación. De ahí que siga una implosión, hasta ahora toda la ficción no era sino una explosion abarcadora sobre lo desconocido, ahora la sobreabundancia de la información nos envía muy adentro, un movimiento en reversa. Ya no se tratará más que de “revitalizar” fragmentos de la simulación,”reconstruir en vitro el pasado”. Es importante mencionar que para el autor la ciencia ficción puede y de hecho sigue produciendo distintos tipos de ficciones adecuadas a los tres órdenes del simulacro, sin embargo son las últimas, las teorías ficciones, las que resaltan por su valor teórico, son “el naturalismo de la hiperrealidad”. Y fue Baudrillard el primero en resaltar estas nuevas características de la ficción. En trabajos como Crash de Ballard, la obra de Burroughs o de Phillip K. Dick, encuentra el filósofo los indicios de una nueva teoría, pues estos trabajos ya no son solo textos esperando ser interpretados, sino que son teóricos en sí mismos.
Es desde este punto de vista de la sociedad vista como complejos procesos de significación que Deleuze desarrolla su concepto de sociedades de control, concepto que plantea junto al concepto de sociedades disciplinarias desarrollado por Foucault. Su mirada de las sociedades de control no necesariamente excluye al de las sociedades disciplinares sino que más bien parece describir su devenir-digital. Las sociedades de control ven una desaparición de los individuos en favor de los dividuos, en el sentido de que se les ve descompuestos en flujos o códigos individuales dependiendo de qué institución sea la que les examine en cada momento dado. De esta forma es que entendiendo el funcionamiento esencialmente semiótico de la sociedad, y dónde la elaboración y mutación de los signos es sin duda una de las labores más esenciales para mantener o controlar el devenir de la sociedad. Así la labor literaria cobra una especial relevancia, y es de esta forma que podemos iniciar nuestro abordaje de la segunda obra Deleuziana a propósito de la literatura.
La literatura menor y la política
En Kafka por una literatura menor Deleuze plantea el concepto de Literatura menor, con el que busca cambiar la manera en que pensamos la literatura y sus potencialidades políticas. Siguiendo la vida de Kafka, un judío nacido en la ahora república checa, quien escribió la mayoría de su obra en la lengua alemana (lengua hegemonica), fue capaz de articular en su obra una instancia de la llamada literatura menor. Recordando el contexto de Kafka, cuyo alemán se encontraba entintado por el particular dialecto de su región y por el yiddish, Deleuze encuentra en su literatura que articula una segunda lengua de la primera, y es precisamente está una de las características de la literatura mayor, que podemos entender como aquella propia de la alteridad. Además de el erigir una segunda lengua dentro de una lengua hegemónica, la literatura menor se caracteriza a su vez por su manta política omniabarcante, trate la novela del tema más banal y cotidiano o trate directamente de asuntos estatales, la crítica política permea en la narración, además de que la voz de enunciación es siempre colectiva, en la boca del narrador de las literaturas menores hablan todas las subalternidades.
Sumado a esto Deleuze rescata el poder de la literatura como constructora de subjetividades, pues en ella lo impersonal inevitablemente se vuelve personal, “Como norma general, las fantasías tratan simplemente lo indefinido como una máscara por un personal o un posesivo “un niño está siendo golpeado” rápidamente se transforma en “mi padre me golpeaba”(Literature and life 227).
Dentro del gran abanico conceptual que propone la literatura menor me parece pueden ubicarse propuestas literarias tan revolucionarias como lo es la literatura decolonialista y quizá más específicamente los trabajos de ficción especulativa que han proliferado en tiempos recientes, y cuya función es la de la reivindicación de subjetividades subalternas.
En suma, podemos apreciar la valiosa presencia de la literatura en la obra Deleuziana, ya como arte de los encuentros ya como herramienta política extremadamente efectiva en las sociedades de control.
Referencias
Baudrillard, Jean. La sociedad de consumo: Sus mitos, sus estructuras. Translated by Alcira Bixio, Siglo XXI de España Editores, S.A., 2009.
Baudrillard, Jean, and Arthur B. Evans. Simulacra and Science Fiction Science Fiction Studies (1991): 309-313.
Deleuze, Gilles. “Literature and life.” Chicago Journal, vol. 23, no. 2, 1997, pp. 225-230.
Deleuze, Gilles. Proust y los signos. Translated by Francisco Monge, Editorial Anagrama, 1995.
Deleuze, Gilles, y Félix Guattari. Kafka: por una literatura menor. Ediciones Era, 1998.