Existe en la filosofía una afirmación que ha trascendido las barreras de la filosofía y alcanzó la cultura popular. Recuerdo que cuando comenzaba a estudiar filosofía y familiares me preguntaban de qué trataba, yo siempre solía responder con el ejemplo de —¿Conoces esa frase que dice “pienso, luego existo”?, pues la dijo un filósofo— Evidentemente no tenía el tiempo ni la paciencia para explicar a fondo la frase, es más, ni siquiera conocía bien su origen o si de alguna forma las personas interpretamos mal esta frase.
Para explicar la frase es necesario dar un poco de contexto al respecto. Hay una etapa en la historia del ser humano, cuando el mundo de occidente comenzó a ver hacia dentro de sí mismo, esto produjo un cambio cultural en todos los sentidos posibles. Es normal, pues al haber un vacío tan abrumador ahí fuera, tratamos en nuestra máxima prueba de egoísmo como especie, que el mundo se moldee a nuestras ideas:
“En la historia de la filosofía, el escepticismo ha sido, muy a menudo, el mero envés de un humanismo resuelto. Al negar y destruir la certeza objetiva del mundo exterior, el escéptico espera conducir todos los pensamientos del hombre hacia sí mismo”. [1]
Es justamente parte de la naturaleza humana en cierto momento ver hacia adentro, pero años de historia nos han demostrado que no siempre es la mejor manera de investigar, no tenemos la capacidad de tratarnos tan a fondo para recabar toda la información que necesitamos y tal vez sea en este punto que una antropología filosófica nos pueda ayudar a lograr esclarecer el misterio por el hombre.
Buscando dentro de las totalidades y universalidades del mundo, no he podido encontrar una definición que me convenza a la hora de tratar de definir al hombre. Habiendo tantas posibilidades es difícil decidirse. Algunos dicen que el hombre es el uno con el todo, materia que pareciera estar dividida y confeccionada, pero que en realidad forma una masa etérea y homogénea con el universo. Otros por ahí abogan porque el ser humano sea considerado un animal racional y consciente de sí mismo, simple mezcla de átomos que tienen una forma concreta, siendo esta forma el producto de una evolución natural y constante, el darwinismo para ser más claros.
Sabios y pensadores pueden argumentar también que el hombre es solo razón, otros que es solo cuerpo controlado por voluntad, algunos pillos que el hombre es razón y mente conectadas con Dios, incluso algunos piensan que somos la simple materialización de un cambio constante universal.
En cierta forma, al hombre no le habían llegado respuestas tan contundentes a su problema como las hubo con Descartes. A la llegada de Descartes en la época moderna, es que por fin tenemos una teoría filosófica que nos ayuda a declararnos de manera fundamentada como algo en concreto: seres pensantes y racionales.
Si bien esto ya se venía hablando con Platón y Aristóteles, hubo una cierta de recesión en la época medieval, donde la metafísica abarcaba todo a sus anchas, esto sin contar que la religión tenía una dominancia de preferencia general por sobre todas las respuestas. Es entonces que, con la llegada de la época moderna y el renacimiento, tenemos un humanismo que permitió abandonar las ideas escolásticas para dar paso a las nuevas.
Antes de hablar de Descartes, es importante mencionar que René Descartes, nacido el 31 de marzo de 1596 en La Haye en Touraine, Francia, y fallecido el 11 de febrero de 1650 en Estocolmo, Suecia, fue un filósofo, matemático y científico francés, considerado uno de los pensadores más influyentes en la historia de la filosofía occidental y un pionero en el desarrollo del pensamiento moderno.
Considero que con Descartes —a pesar de algunos errores puntuales como el problema de la médula espinal— tenemos una filosofía antropológica que realmente me sacia a la hora de preguntarse por el hombre. Para comenzar a explicarse qué es el hombre, cabe primero generalizar que para Descartes confiar plenamente en los sentidos no era adecuado:
Todo lo que hasta ahora he recibido como lo más verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos, o por los sentidos: a hora bien, algunas veces he comprobado que esos sentidos eran engañadores, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes hemos sido alguna vez engañados. Pero, aun cuando los sentidos nos engañen algunas veces con respecto a las cosas poco sensibles y muy alejadas, tal vez haya muchas otras de las que no se pueda dudar razonablemente, aunque las conozcamos por su medio: por ejemplo, que estoy aquí, sentado cerca del fuego, vestido con una bata, teniendo este papel entre mis manos, y otras cosas por el estilo. [2]
Dada la naturaleza en el pensamiento de Descartes, es difícil imaginar entonces que un ser humano pueda estar seguro de su existencia, ya mucho sería decir de formular una antropología pretendiendo decir que es algo. Sin embargo, Descartes mismo afirma que hay cosas en las que podemos tener una duda razonable si se habla de los sentidos, pero ¿por qué? Porque a pesar de no tener una certeza sensorial, si existe una certeza acerca de nuestra existencia, la razón:
Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando. [3]
A esta resolución de Descartes se le conoce como el “pienso, luego existo”, una locución traducida del latín “cogito, ergo sum”. Descartes entonces considera a la razón y el alma como “Res cogitans” que podría ser traducida como sustancia mental.
¿Las personas utilizan de manera correcta esta locución? No lo sé, no creo que exista una forma correcta o incorrecta de utilizar la frase. Si el alcance que tuvo fue la cultura popular, entonces es muy posible que la frase haya adquirido distintos significados para distintos contextos, esto nos hace incapaces de poder afirmar si la frase está siendo, o no, utilizada de forma correcta, pues dependiendo de la intención de cada persona es que la frase adquiere su significado.
Referencias
[1] Cassirer, Ernst. Antropología filosófica. Trad. Eugenio Ímaz. Fondo de cultura económica, 1967.
[2] Descartes, René. «Meditaciones metafísicas.» Madrid: Gredos, 2012.
[3] «Discurso del método.» Trad. Herederos de Manuel García Morente. Barcelona: Gredos, 2014.