La enseñanza de la filosofía a los niños podría sin duda cambiar considerablemente la dirección del mundo. Podría decir que la niñez es el mejor momento para enseñar filosofía, es el tiempo en el que por excelencia todos somos filósofos, y si se nos brindara este enfoque educativo terminaría por ofrecernos demasiadas ventajas y además potencializaría nuestra capacidad de toma de decisiones.

Cuando nos encontramos siendo niños, idealmente estamos en un punto de curiosidad y exploración, una edad de hacer preguntas y de aprender, la justa época del “¿Por qué?”. La manera en la que se nos arrebata ese enfoque es inhumana. Comenzar a ver las preguntas como algo que no importa, como si tener dudas ya no fuera normal. La escuela es muy culpable de ese gran arrebato de la curiosidad en los niños, pero, si se creara un espacio solamente para eso, bastaría una materia para quizá cambiarlo todo.

Si creces sabiendo que tus preguntas son importantes, si le dieran el valor merecido a tu pregunta, y si tú le dieras el valor merecido a las preguntas de los demás, ¿qué cambiaría en ti? ¿Qué cambiaría en ellos? Quizás tendrías más confianza que vergüenza cuando surgieran dudas dentro de ti.

Sería más fácil desarrollar la capacidad de pensar de manera independiente y no aceptar las cosas ciegamente, y esto es fundamental en un mundo donde la información está al alcance de un clic y la habilidad para discernir resulta crucial. Si los niños son naturalmente curiosos, y la filosofía aprovecha esta curiosidad innata para explorar ideas complejas, entonces unirlas sería lo ideal para animarles a hacer preguntas y buscar respuestas, lo que puede conducir a un aprendizaje más profundo, significativo y acertado.

A través de debates y diálogos filosóficos, los niños pueden aprenden a expresar sus ideas de manera clara y respetuosa. Lo cual no solo mejora su comunicación verbal, sino que también fomenta la empatía y la comprensión hacia diferentes puntos de vista. Al aprender a pensar críticamente y a considerar múltiples perspectivas, los niños se vuelven más competentes en la toma de decisiones. Pueden evaluar diferentes opciones y consecuencias antes de llegar a una conclusión. Lograrían entender que sus pensamientos y opiniones son válidos y valiosos, puede ser un gran impulso para la autoestima de los niños, aprenderían que no hay una única respuesta correcta y tendrían la libertad de explorar y expresar sus ideas sin miedo al juicio.

Finalmente, esto en su mayoría puede llevarnos a tener ciudadanos más responsables y éticos. La filosofía siembra las semillas del pensamiento ético y moral desde una edad temprana. Los niños aprenden a considerar el impacto de sus acciones en los demás, lo que puede llevarlos a convertirse en adultos más responsables y conscientes socialmente.

La filosofía no solo nos proporciona herramientas para el pensamiento crítico, sino que también cultiva habilidades esenciales para la vida. Introducir a los niños en el mundo de la filosofía puede abrirles puertas a un futuro más brillante y consciente, potencializar su propio conocimiento sobre ellos mismos y llevarlos a considerar más su autenticidad.