Es común asociar el graffiti con el vandalismo, pero en los últimos 40 años, este tipo de arte se ha convertido en mucho más que solo garabatos en una pared. Desde sus comienzos como subcultura neoyorquina hasta la explosión internacional del arte urbano, el graffiti ya es una parte íntegra de la cultura contemporánea. El grafiti es considerado arte por muchos, delincuencia por otros e incluso un deporte extremo por algunos otros, en donde se expresa a base de letras y colores el estilo o inspiración de cada individuo. He pertenecido a un grupo hace tiempo y he visto que se hace por muchos motivos, desde motivos nobles de pasión hasta como una queja contra el sistema e incluso un hobby pasajero. El graffiti tiene sus orígenes como tal desde hace algunas décadas y ha expandido su influencia a lo largo de los años, especialmente en grupos amantes de la cultura Hip-Hop en donde degustan de la música rap, la patineta, la tornamesa, el break dance, entre algunos otros elementos.
En esta nota me gustaría solo exponer un poco mi experiencia y sensaciones que he tenido durante el periodo en que formé parte de esta cultura de la cual aprendí diferentes cosas.
Una de ellas es la caligrafía que desarrollas debido a la práctica constante que se tiene al hacer y practicar letras o estilos. Recuerdo de hecho que, cuando tenía 20 años cursaba la universidad y tenía mis libretas llenas “tags” que son firmas sencillas con el nombre que firmaba yo que conforme pasaban las hojas o el tiempo iban mejorando, y cada vez mis trazos eran mejores y mis estilos en general más estables y medidos, mismos estilos que boceteaba en la libreta, pero que escribía en la calle de manera ilegal con diferentes tipos de instrumentos como nuggets para bolear zapato, aerosoles, marcadores, crayolas, entre otros más. Este tipo de graffiti era mi favorito debido a que era muy natural y espontáneo por donde ibas caminando ya sea solo o con amigos y generaba una adrenalina especial y el placer de al día siguiente ver la firma que acabas de colocar en “x” o “y” lugar con el plus de que la misión en sí misma era levantar tu nombre y el del barrio al que representabas.
Como en toda mala práctica tiene que haber consecuencias también debías lidiar con la policía o la gente que pasaba porque muchas de las veces simplemente te ignoraban ya sea por miedo o por desinterés, sin embargo, si experimenté casos en los cuales tanto la gente como la policía terminaban persiguiéndote o señalándote y tenías que huir. Obviamente, no digo esto con orgullo sino como simples experiencias.
Llegué a ser encarcelado por ello, llegué a ser buscado por ello y por supuesto generarle problemas a mi familia.
Aparte de las experiencias y el desarrollar la caligrafía y dibujo hice muchos amigos mismos de los cuales hasta la fecha comparto amistad y que nos llevamos muy bien.
Yo personalmente lo hacía porque se volvió como una especia de droga para mí. El hecho de estar rayando todo el tiempo era un instinto generado y una forma de desahogo, también una manera de matar los tiempos muertos o libres, lo que lo hacía muy divertido. En aquel entonces salía más de fiesta, entonces trataba de cargar algo siempre conmigo para poder durante el camino, ya sea la ida o la vuelta en las noches, dejar mi placa.
Hay muchos grafiteros profesionales y no profesionales entre los cuales tengo amigos y conocidos que siguen haciéndolo y si bien no necesariamente de manera ilegal, ya que debido al curso de la vida toca madurar y tener más responsabilidades ellos siguen nutriendo este arte y participando de eventos y en mi caso quedó como una etapa de aprendizaje y experiencia de la cual rescato las amistades, las experiencias y las habilidades desarrolladas.