Guadalupe Dueñas, reconocida como una de las mejores cuentistas del siglo XX, no solo dejó huella en la literatura, sino que también incursionó en la escritura de guiones para televisión y teatro, además de desempeñarse como censora cinematográfica.
Su obra se distingue por la habilidad para explorar la complejidad del ser humano en relatos breves, utilizando elementos del género fantástico y del terror.
A continuación, dos breves pero enigmáticos cuentos de esta prolífica autora jalisciense:
Sueño soñado
La casa es de noche, las puertas imaginarias, los cerrojos de fuego. Corre llanto cuesta abajo y el corazón yace en la secura. Podría apagar la sed si bebiera agua de grietas; pero me separa el vientre pantanoso del estanque. ¡Ay!, todo galopa, se adelantan las llamas, desciende el miedo por laderas empinadas, va serpenteando entre escombros. Monjes desconocidos avanzan con pasos de enorme ciempiés; se deslizan sin que nadie pueda darles alcance. En el vacío los miro triscar la hierba del paraje, apaciblemente, como una manada de ovejas que manchara la llanura con sus vellones. Los juncos y mis cabellos flotan. Se vuelca la niebla dejándome ciega, ciega de hollín y de espanto. El peso de mis alas me tritura y mi alma se desplaza hasta el vértigo, mientras la nada se derrite entre mis manos como algodón de azúcar.
Inmersa en esta negrura donde la sensación de soledad es tan alta, que la última estrella se pierde en el asfalto, descubro mi rostro. Mi rostro es…¡No! Mis brazos se alargan, se hunden, llueven. Moscas gordas y doradas me habitan. Imperceptibles libélulas me circundan, hasta que la humedad las deja inmóviles en este infinito cansancio de soñar que sueño.
El vuelo
En una tarde de enero, bajo un efecto inexplicable, bajo el frío intenso y el encantamiento de la oscuridad, resonó su andar de un lado a otro atareada como siempre: apareció tan vivo, tan de verdad como la lluvia en el tejado. Se quedó ahí mirando el aposento lleno de reminiscencias: hileras de libros, tarjeteros bruñidos, fotografías espectrales y un reguero de misivas escapadas de su listón dorado. Las teclas del piano vistas en el recuerdo aumentaron su lejanía. Todo el ayer apareció hecho de malabarismos portentosos como si lo mirara en una postal.
La ingravidez era enloquecedora. En el techo, su sombra se alargaba, se desprendía de sí misma con una sensación de libertad memorable. Y al fin logró lo que siempre soñara: ¡volar! Se elevó lentamente, suavísimamente, como un papalote de mentiras. El techo se abrió igual que un abanico. Voló hacia las nubes dibujadas por la luna. La sensación deslumbrante la arrastraba en fuga cada vez más y más arriba, con ansia de vértigo. No ha existido pensamiento que iguale la velocidad de su deseo de altura. ¡Qué bien sería morir ahora! El vuelo era real. Alcanzó extensiones inmemoriales. Se remontó en la distancia caudalosa e incomparable, donde las estrellas desaparecen y el mismo sol es un átomo invisible. Sobrepasó galaxias que no conoce el hombre. Infinitud aérea de eones de eternitud y voló, voló en vuelo inacabable hasta perderse en las secretas veredas abismales, donde ya no existe el misterio.