“En consecuencia, es tiempo de aprender a liberarnos del espejo eurocéntrico donde nuestra imagen es siempre, necesariamente, distorsionada. Es tiempo, en fin, de dejar de ser lo que no somos.”
Aníbal Quijano: “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”
La historia del eurocentrismo en América es tan antigua como nuestra propia historia. Podemos comenzar con el mal llamado “descubrimiento de América”. El hecho es que lo que para los europeos era nuevo, para los indígenas de esta parte del mundo ya era su tierra ancestral. Sin embargo, hemos adoptado la frase “descubrimiento de América”, reconociendo que el europeo nos descubrió, nos nombró, nos dio identidad, nos colocó en el mundo y, finalmente, nos otorgó un lugar en la geografía mundial. Este pensamiento no es casual, y, al parecer, de esta manera estamos reconociendo al europeo como autoridad (Kozlarek, p. 5).
Pareciera que el europeo hizo un favor a los antiguos pobladores de América, ya que no solo nos conquistaron, sino que también “trajeron” consigo la globalización, nos “proveyeron” de una civilización que supuestamente “no teníamos” y nos permitieron formar parte de un expansionismo cultural, religioso y político. Nos absorbieron en su mundo.
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Ahora bien, la imagen del europeo siempre ha sido la del hombre blanco civilizado, y los países latinos así lo hemos creído. Un ejemplo muy claro es la filosofía, pues un gran porcentaje de los autores que se estudian son europeos. Sus filosofías y forma de ver la vida son enseñados como de alta calidad (y no pongo en duda eso). Sin embargo, en mi opinión, hemos caído en la creencia de que solo lo que proviene de Europa tiene calidad. Por eso considero importante adoptar el pensamiento de Engelbert Mveng, citado por Wallerstein, quien aboga por una descolonización de las ciencias sociales y humanas (Wallerstein, pp. 71-72).
También es cierto que Wallerstein nos ofrece una verdad innegable: “El mundo europeo de la época se sentía culturalmente triunfante, y en muchos aspectos lo era” (Wallerstein, p. 67). El hecho contundente es que Europa fue triunfante, pero esa no es la cuestión. La pregunta es: ¿por qué el mexicano adopta el eurocentrismo? ¿Por qué lo hemos integrado como parte de nosotros?
Otra manera de reconocer este pensamiento eurocéntrico como superior es observar nuestras conductas actuales. Hoy en día, en México, cuando se quiere humillar a alguien, se le llama “indio”, dando a entender que el gen indígena es inferior. Por el contrario, cuando se quiere hacer un cumplido, se dice “güerito(a)”. Frases como estas provienen de los mismos mexicanos que salen “orgullosos” a las calles a celebrar que un día nos independizamos de España y nos liberamos del yugo de la esclavitud, asegurando que los indígenas que construyeron las viejas civilizaciones obtuvieron su libertad. Sin embargo, esa es una gran mentira, ya que seguimos siendo esclavos de Europa, aunque ahora por voluntad propia.
Seguimos creyendo que es un “orgullo” decir: “Mis antepasados fueron españoles o franceses”. En nuestra mentalidad mexicana hay un eurocentrismo implantado, un sentido de inferioridad que nació en la conquista y que no hemos podido —o querido— erradicar.
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Si nos cuestionamos el porqué de este sentido de inferioridad, surge la pregunta: ¿por qué una nación tan “orgullosa” como México tiene este sentido de sumisión ante Europa? Según Samuel Ramos, tanto el idioma como la religión fueron decisivos para lograr el apego a Europa. El mexicano optó por la lengua de los conquistadores sobre la suya propia y adoptó el catolicismo, desechando a los viejos dioses (Ramos, p. 29). En otras palabras, Ramos señala: “No se puede negar que el interés por la cultura extranjera ha tenido para muchos mexicanos el sentido de una fuga espiritual de su propia tierra” (Ramos, p. 21).
Para Samuel Ramos, la conquista no solo fue en el terreno militar, sino que resalta también que el hecho de la conquista se realizó por el ámbito espiritual, siendo la conquista religiosa la que más influencia tuvo sobre los indígenas. La conquista se dio por dos frentes: la primera fue guerrero contra guerrero, pero la segunda fue Dios contra los dioses. De esta manera se dice que el agente civilizador no fue el gobierno español, sino la iglesia católica.
El mexicano ha preferido muchas veces la cultura europea sobre la suya. Nuestra mente y nuestra admiración están dirigidas hacia aquellos que nos “descubrieron”. Pertenecer a la élite, en este contexto, significa formar parte de ese mundo europeo.
Con el paso del tiempo, el mexicano ha buscado imitar al europeo en cultura, pensamiento, economía, moda y más. Quien adopta estas características alcanza un estatus social que de otra forma no obtendría. Imitar al hombre blanco y civilizado sigue siendo, incluso hoy, una manera de obtener respeto.
Dicho todo lo anterior, ¿es acaso mala la influencia de Europa sobre México? Por supuesto que no. El problema surge cuando el mexicano imita al europeo para mostrarse civilizado y moderno. El problema es la imitación, la falta de una cultura propia y el vernos a nosotros mismos como inferiores ante un gigante como Europa. Según Ramos, nos falta una visión mexicana que nos permita filtrar el pensamiento europeo.
Y es precisamente con una cita de Ramos con la que quisiera concluir: “Solo con un conocimiento científico del alma mexicana tendremos las bases para explorar metódicamente la maraña de la cultura europea y separar de ella los elementos asimilables en nuestro clima” (Ramos, p. 95).
Hasta que nuestro país madure su alma social, no podremos separar el eurocentrismo de nuestras entrañas y de nuestra mente. Cuando llegue ese momento, podremos hablar de que, por fin, existe una cultura mexicana libre del yugo de la esclavitud.
Para superar el eurocentrismo, México necesita un proceso de introspección profunda que permita revalorizar su identidad cultural y liberarse de las cadenas mentales heredadas de la conquista. El reto no radica en rechazar la influencia europea, sino en integrarla de manera crítica, seleccionando aquellos elementos que realmente enriquecen nuestra sociedad, sin perder de vista nuestras propias raíces y esencia.
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La verdadera libertad cultural se alcanzará cuando dejemos de vernos a través de los ojos del conquistador y empecemos a construir una identidad basada en el orgullo por lo que somos, no por lo que otros nos hicieron ser. Como señala Ramos, el conocimiento de nuestra “alma mexicana” es esencial para lograrlo. Solo entonces podremos hablar de una cultura mexicana madura, capaz de dialogar con el mundo desde una posición de igualdad y respeto, sin el peso de la inferioridad.
En última instancia, la emancipación cultural no será completa hasta que dejemos de percibirnos como inferiores y comencemos a valorar nuestra riqueza cultural como un patrimonio que no necesita ser validado por estándares extranjeros. Ese será el momento en que México podrá mirar hacia delante con confianza, construyendo un futuro verdaderamente autónomo y auténtico.
Bibliografía
Kozlarek, Oliver. «Simulación, realidad y desafío de la globalidad.» Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM (1997): Vol 41, no. 167. https://virtual4.uach.mx/mod/resource/view.php?id=10303.
Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. México: Editorial Planeta Mexicana, 2017.
Wallerstein, Emmanuel. Abrir las Ciencias Sociales. México: siglo xxi Editores s.a de c,v, 2006. https://virtual4.uach.mx/mod/resource/view.php?id=10302.