América Latina ha transitado el siglo XXI bajo un modelo económico basado en la exportación de materias primas y alimentos, conocido como el patrón exportador de especialización productiva. Este enfoque, heredado de las transformaciones económicas de finales del siglo XX, relegó la industrialización y debilitó los mercados internos al priorizar la venta de productos al exterior, aunque al inicio prometía desarrollo, con cifras alentadoras en la primera década del siglo, este modelo ha demostrado ser insuficiente, profundizando la desigualdad social y obstaculizando un crecimiento sostenible.
Durante los primeros años del siglo XXI, la región latinoamericana experimentó un auge económico impulsado por la alta demanda de recursos naturales, especialmente desde China. Sin embargo, desde 2015, la situación dio un giro drástico, pues la caída de los precios internacionales, el impacto de la pandemia de COVID-19 y las tensiones geopolíticas, como la guerra en Ucrania, exacerbaron el estancamiento económico. Entre 2010 y 2023, el crecimiento promedio anual de América Latina fue de apenas un 1.6 %, una cifra que incluso quedó por debajo de los niveles registrados durante la “década perdida” de los años ochenta.
La dependencia de este modelo ha vuelto a la región más vulnerable, aunque las exportaciones alcanzaron un valor histórico de 1.58 billones de dólares en 2022, estas están concentradas en productos básicos como petróleo, cobre y soya. La falta de diversificación expone a las economías locales a las fluctuaciones del mercado global, además, las ganancias de estas exportaciones se concentran en manos de las élites locales y del capital transnacional, mientras que la mayoría de la población sigue excluida de estos beneficios.
El impacto social de este modelo es evidente, pues los salarios mínimos han permanecido bajos o incluso han disminuido en términos reales en la mayoría de los países, con la notable excepción de México, donde recientes políticas han logrado incrementos significativos. Según el economista Jaime Osorio Urbina (2025), el 10 % más rico de la población concentra el 34.8 % de los ingresos, mientras que el 10 % más pobre apenas alcanza el 1.7 %. Estas cifras reflejan la incapacidad del modelo para garantizar condiciones dignas de vida a la mayoría de la población.
Además de los problemas sociales, el patrón exportador ha limitado el desarrollo de infraestructura y tecnología, pues la inversión en activos productivos, como maquinaria y tecnología, se mantiene baja, oscilando entre el 17 % y el 19 % del PIB regional. Esta debilidad estructural dificulta la diversificación de las economías y reduce las posibilidades de competir en mercados internacionales. La productividad, lejos de mejorar, ha disminuido desde 2011, mostrando un rezago preocupante en comparación con otras regiones del mundo.
¿Qué camino seguir en 2025?
América Latina enfrenta hoy una encrucijada histórica, pues el modelo actual ha beneficiado a ciertos sectores, pero ha consolidado una dependencia económica y perpetuado las desigualdades. Para revertir esta situación, es fundamental priorizar la industrialización, diversificar las economías y establecer políticas que reduzcan las brechas sociales. La región necesita redefinir su modelo económico con miras a garantizar un desarrollo más equitativo y sostenible, pues el futuro de América Latina depende de su capacidad para construir una economía más fuerte, inclusiva y resiliente, en la que el progreso sea un beneficio compartido por todos y no el privilegio de unos pocos.
Referencias:
Osorio Urbina, J. (2025). La economía latinoamericana en el siglo XXI. Revista Páginas, 17(43), Enero-Abril.
Salazar, G., & Llinás, M. (2023). El estancamiento de la productividad en América Latina: Desafíos y oportunidades. Revista de Economía Regional, 12(34), 55-68.