En el mundo hispano, han sido muchos los textos escritos en defensa de la filosofía, argumentando su necesidad en una sociedad que parece ir en constante deterioro. Sin embargo, surge una pregunta clave: ¿por qué muchos de estos escritos provienen de académicos que parecen estar desconectados de la realidad pública y política? Cuando la disciplina se ve amenazada, especialmente con la posibilidad de que se elimine de los currículos educativos, los filósofos salen en defensa de su campo, pero ¿por qué no lo hacen con la misma pasión cuando se trata de analizar los problemas sociales más urgentes?
No cabe duda de que la filosofía es necesaria. Según Martha Nussbaum, filósofa y académica de la Universidad de Chicago, la filosofía es esencial para la educación cívica y la democracia, ya que nos enseña a pensar críticamente, a empatizar con los demás y a cuestionar las estructuras de poder que nos rodean (Nussbaum, 2010). Sin embargo, este potencial transformador no ha sido explotado en su totalidad. De hecho, solo cuando se amenaza la enseñanza de la filosofía en el bachillerato, muchos alzan la voz. ¿Por qué? ¿Acaso no existía antes la necesidad de un análisis filosófico de nuestra sociedad? Si se argumenta que la filosofía es fundamental, ¿por qué no ha estado más presente en la vida pública?
Esta falta de presencia es preocupante. Si la filosofía hubiera estado más involucrada en los debates sociales y políticos, quizá podríamos haber evitado parte de la descomposición social que vemos hoy. Zygmunt Bauman, en su obra Modernidad Líquida, describe cómo la sociedad contemporánea está cada vez más fragmentada, caracterizada por la inestabilidad y la falta de cohesión social (Bauman, 2000). Frente a esta realidad, la filosofía tiene mucho que ofrecer, pero, paradójicamente, ha permanecido en gran medida al margen.
La enseñanza de la filosofía en muchos contextos se ha reducido a un simple requisito académico, sin que los estudiantes lleguen a comprender su verdadero valor. Como señala Simone de Beauvoir en su obra El segundo sexo, una educación filosófica superficial no solo empobrece a los estudiantes, sino que también les priva de las herramientas necesarias para cuestionar su realidad y transformar su entorno (Beauvoir, 1949). Esto se agrava cuando los encargados de impartir filosofía no provienen de esta disciplina, lo que reduce la enseñanza a una mera formalidad.
Si la filosofía quiere recuperar su lugar en la sociedad, primero debe comenzar por reflexionar sobre sí misma. Michel Foucault, en sus estudios sobre el poder y el conocimiento, insistió en la necesidad de la autocrítica dentro de las disciplinas académicas. Según Foucault, ninguna disciplina puede pretender transformar el mundo si no revisa primero sus propias estructuras de poder y su relación con la sociedad (Foucault, 1975). En este sentido, los filósofos deben preguntarse: ¿qué es lo que realmente queremos lograr con la filosofía en el siglo XXI? ¿Cómo podemos hacer que sea relevante y útil para los desafíos contemporáneos?
El reto no es menor. Si la filosofía no encuentra una manera de conectar con la vida pública, seguirá siendo percibida como una disciplina abstracta y desconectada de la realidad. Los filósofos deben salir de las aulas y participar en los debates políticos, sociales y económicos. Como señala Jürgen Habermas en su teoría de la acción comunicativa, es solo a través del diálogo y la participación activa en la esfera pública que las disciplinas académicas pueden tener un impacto real en la sociedad (Habermas, 1981).
Además, es esencial que la enseñanza de la filosofía en las escuelas y universidades se revitalice. Si los estudiantes no ven su relevancia en sus vidas cotidianas, la disciplina se convertirá en algo obsoleto. Esto no significa que la filosofía deba ser simplificada, pero sí que debe adaptarse a las realidades del siglo XXI. Martha Nussbaum sugiere que la educación filosófica debe enfocarse en el desarrollo de habilidades prácticas, como la empatía, el pensamiento crítico y la capacidad de argumentar de manera coherente, herramientas esenciales para cualquier ciudadano en una democracia (Nussbaum, 2010).
En resumen, si la filosofía quiere tener un lugar relevante en el mundo contemporáneo, necesita cambiar su enfoque. Los filósofos deben salir de sus cátedras, participar activamente en los debates públicos y revitalizar la enseñanza de su disciplina. Solo entonces podrá escapar del riesgo de convertirse en una reliquia académica, confinada a los libros de historia. La filosofía tiene el potencial de ser una fuerza transformadora en la sociedad, pero para lograrlo, necesita adaptarse y ser útil para las personas comunes, no solo para los eruditos.
Bibliografía:
- Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
- Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo. Gallimard.
- Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar. Siglo XXI.
- Habermas, J. (1981). Teoría de la acción comunicativa. Taurus.
- Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz Editores.