El teatro, desde sus inicios, ha tenido un papel importante cuando se protesta contra los regímenes corruptos y los acontecimientos violentos en la humanidad. Sobre todo en guerras desastrosas y tristes como lo han sido las guerras mundiales, pandemias y movimientos sociales. En este espacio hablaremos sobre una obra inspirada en la Posguerra Civil Española: “Los niños perdidos” de Laila Ripoll.
En este número dramático, la violencia se representa tanto en las memorias de los niños, como en una figura contundente: la monja del orfanato llamada Sor, quien juega el papel crucial y perturbador de la obra, su creación se justifica al ejecutar la violencia física y psicológica que estos niños con claros signos de trauma, experimentan en el orfanato. Este personaje representa el terror psicológico que les sometió la violencia sistémica. Es por estos motivos, que he decidido hacer un análisis de estos elementos, apoyándome de los conceptos violencia mítica y violencia divina de Walter Benjamin, para explicar al personaje mencionado al principio.
La Sor es retratada como una figura aterradora que insulta y humilla a los niños. En la obra, se revela que la monja es en realidad un recuerdo de Tuso, que este mismo personifica en su memoria. Tuso es el único niño que puede salir del desván del orfanato, donde los otros tres niños presuponen ya su ausencia de ese plano. Desde el principio de la obra, se nos revela que la monja del orfanato maltrataba y golpeaba a los niños, provocando que Tuso la empujara debajo de la escalera, lo que dio como resultado imágenes perturbadoras de un rostro inmóvil con la nariz rota. Estos infantes tienen un origen: con la expresión “niños perdidos” se hace referencia a aquellos niños que durante la Guerra Civil y sobre todo después del término de la misma, fueron robados a sus madres republicanas, bien por estar ellas en la cárcel, o simplemente por ser esposas o hijas de militantes republicanos o de opositores al régimen franquista.
En un principio, durante la Guerra civil, y a medida que se consolidaba el triunfo de las tropas nacionales, España se convirtió en un enorme campo de concentración en el que apenas había lugar para albergar a los presos. En las cárceles de mujeres, vivieron también los hijos de las prisioneras y muchos niños nacieron entre los muros de esas cárceles, pero solo podían vivir allí hasta la edad de tres años, momento en el que eran separados obligatoriamente de sus madres. La custodia legal de los niños pasaba de forma inmediata al Gobierno, quien por medio de instituciones como el Auxilio Social los enviaba a hospicios y orfanatos repartidos por toda la geografía española, y en muchas ocasiones, en deplorables condiciones. (J. Aviléz, 2012)
Es así, que “Los niños perdidos” constituye la primera obra teatral dedicada a denunciar y a reflexionar sobre este acontecimiento, uno de los episodios más tristes y dolorosos de la Guerra Civil Española silenciado hasta tiempos recientes: el de los miles de niños de padres desafectos al Régimen que, con el beneplácito y la colaboración permisiva de la Iglesia Católica, fueron robados por el régimen de Franco como estrategia clave de una política de mejora de la raza que tenía en la segregación de los hijos de los prisioneros, su elemento fundamental. (J. Aviléz. 2012)
Me parece que el ensayo “Crítica de la violencia” escrito por Walter Benjamin, el cual examina y analiza el concepto de violencia y su relación con la justicia, explica los mecanismos que controlaban las redes sociales durante el franquismo, personificados en la imagen de una mujer que “entregó su vida a Dios”. Benjamin plantea que existe una violencia originaria, que es aquella que establece el poder soberano y se basa en la ley y en la fuerza; o sea, las ideologías que comenzaron y perpetuaron el estado franquista de los años 40s-60s. Lo complejo de este poder, es que su violencia se encuentra justificada y sancionada por el orden jurídico.
La obra cuenta la historia de cuatro niños huérfanos (Lázaro, Tuso, el Cucachica y Marqués) durante años de posguerra española, en un desván lleno de objetos e ideologías inservibles, atormentados por una religiosa ciega y nacionalista «El desván de un orfanato. Una ventana abuhardillada y una puerta. Un armario de luna de tres cuerpos, desvencijado, lleno de polvo y telarañas. Somieres oxidados, un sillón de dentista roto, un carrito de madera, imágenes de santos a las que les falta un ojo o alguna mano…». La monja del orfanato, o Sor, también representa la voz ideológica de este régimen franquista: su discurso, mezcla la moral católica con elogios a la dictadura de Franco, lo que refleja la forma en que la Iglesia Católica fue utilizada para justificar los actos del régimen (violencia originaria/el poder soberano).
Sin embargo, Benjamin establece una crítica a esta forma de violencia, indicando que la violencia originaria ejercida por el poder soberano no puede considerarse justa ni legítima, ya que no está basada en la voluntad de las personas, sino en la imposición y en la dominación (el sistema y las instituciones). El autor distingue entre dos tipos de violencia: la violencia mítica y la violencia divina. La violencia mítica se refiere a la violencia ejercida para la creación y preservación de una comunidad, mientras que la violencia divina es aquella que intenta corregir y restablecer el orden. (Camarzana, 2014)
La monja es retratada como una figura de terror que insulta y humilla a los niños, los castiga físicamente, ella carga con la crianza desde la violencia mítica en su contexto de posguerra, criada dentro del dogma del estado fascista, que buscaba establecer un control en las generaciones de niños, y según Benjamin esta práctica es la fundadora de derecho. Esta violencia establece fronteras y es culpabilizadora y expiatoria. En otras palabras, es la violencia que se utiliza para mantener y legitimar los sistemas legales existentes, y que se ejerce en nombre de la justicia y la moralidad: «Oigo vuestra respiración, el correr de vuestra repugnante sangre por las venas. Os siento culebrear por el fango. No tengo prisa. Tarde o temprano, os tendréis que mover y yo tengo mucha paciencia… Sois la bancarrota de la castidad. Sois la manzana podrida y licenciosa que, si la dejamos, emponzoñará a nuestra esperanzadora juventud.(…). Piojosos. ¡Judíos! Habéis heredado de vuestros progenitores los siete pecados capitales. Y en las llamas del infierno os habéis de condenar».
En un momento de la obra, se revela que la monja es en realidad uno de los niños, Tuso, quien la imita. Tuso es el único niño que puede salir del desván del orfanato, donde los otros tres niños han muerto. En los diálogos donde entra esta figura, encontramos que sus diálogos y acciones son solo ejecuciones producto de esa violenta crianza mítica, para convertirse en una violencia inconsciente, sistémica y paradójica: la violencia divina, que en contraste, es destructora de derecho. Esta violencia no establece fronteras, sino que las arrasa. Es letal, pero no sangrienta, y es redentora en lugar de culpabilizadora. Este tipo de violencia busca transformar el estado de cosas existente y no se ejerce en nombre de la justicia, es una violencia pura y sin fines, ya que no está dirigida a lograr un objetivo específico. En lugar de eso, es una violencia que se realiza por sí misma, que se realiza para ser violenta, no está asociada a un acuerdo de derecho y no exige retribución. (Camargo, 2015)
En la obra, se refleja en los comentarios innecesarios cargados de contundencia religiosa «Mejor hubiera sido haber acabado con vosotros, igual que con vuestros padres. Sois alevines de Barrabás, renacuajos de Sodoma, crías de Caín… Y vuestros padres… ¡Escoria y ateismo eran vuestros padres! ¡Devoracuras! Ja. Yo también tuve padres, sí señor, pero mi fe en Cristo pudo más que la sangre corrompida. La fe en la Santa Madre Iglesia y en la Cruzada me abrió los ojos y me privó de la vista, y pude renegar del mal que portaba, de la repugnante herencia que me dejaron mis mal llamados padres.»
Esta representación de la monja como una figura de poder violento y terror no es única en la literatura, en muchas historias y experiencias reales, las figuras religiosas, como las monjas, han sido implicadas en abusos físicos y psicológicos contra los niños. Por ejemplo, en Irlanda, se ha denunciado el abuso sexual en instituciones dirigidas por la Iglesia Católica, donde las monjas eran las principales perpetradoras. En la obra “Los niños perdidos”, la monja del orfanato simboliza la crueldad y la violencia que los niños experimentaron en el orfanato. A través de su personaje, la obra desafía implícitamente a los lectores a reflexionar sobre la violencia divina, la mítica y la injusticia del Estado, que los niños han experimentado (o pueden experimentar) en lugares como los orfanatos y momentos trágicos como la guerra.
Referencias:
Brizuela, M. (2014). La visión esperpéntica en la Trilogía de la memoria de Laila Ripoll. III Congreso Internacional de Literatura y Cultura Españolas Contemporáneas, 8, 9 y 10 de octubre de 2014, La Plata, Argentina. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.7415/ev.7415.pdf
Camargo, Ricardo. Para una crítica de la violencia (divina): notas sobre una (re)inscripción política. Polis, Santiago , v. 14, n. 42, p. 305-323, dic. 2015 . Disponible enhttp://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682015000300014&lng=es&nrm=iso .
Camarzana, S.. “Entrevista: Laila Ripoll “España no ha superado su pasado y así la sociedad no se regenera”, El Cultural, Madrid, 14/01/2014.
Diz, Jorge Avilés. “Los Desvanes de La Memoria: ‘Los Niños Perdidos’ de Laila Ripoll.” Letras Femeninas, vol. 38, no. 2, 2012, pp. 243–61. JSTOR, http://www.jstor.org/stable/24894412. Accessed 4 Dec. 2023.
Stuart, Duncan. La crítica de la violencia de Walter Benjamin. Traducción de Valentín Huarte. Revista JACOBIN, En https://jacobinlat.com/2022/07/15/walter-benjamin-aniversario/ 2022.
Ripoll, Laura. “El teatro grotesco de Laila Ripoll”, Revista Signa Nº 21, Madrid,. UNED. Trilogía de la memoria. Atra bilis, Los niños perdidos, Santa. 9 páginas. (2013).