SER E HISTORIA
La pregunta por el ser ha sido una interrogante que, aunque se formaliza con el pensamiento de Sócrates, ya existía inquietud sobre ¿qué es el ser?, entre los presocráticos, y se puede intuir que aún antes, con evidencias tales como el origen del mito y de las religiones politeístas. Diversas corrientes del pensamiento filosófico han tratado de responder a esta interrogante, pero, siendo fiel a la esencia de la filosofía, la tarea continúa inacabada. ¿Qué es el ser?, se preguntan todavía los filósofos en la actualidad. Parménides anunciaba que el ser es y el no-ser no es. Asimismo, el cogito ergo sum de Descartes hace suponer que el ser precede como condición de la existencia. Así, el ser es la plataforma sobre la que se despliega la existencia, y en la inacabada tarea filosófica del preguntarse surgen las preguntas: ¿cuál es la constitución del ser?, ¿cuál es la sustancia con la que desde que el ser es, se nutre, se despliega y deviene en infinitas posibilidades?, y ¿cuál es el papel que la historia desempeña en el ser?
En el presente ensayo se pretende abordar una aproximación a la ontología desde una concepción histórica. En el desarrollo de este conjunto de argumentos se busca explorar algunas ideas de pensadores que han hecho sus aportaciones a la filosofía de la historia para trasladarlas a una aproximación del entendimiento metafísico del ser.
Ortega y Gasset (2004) plantea la idea de que el hombre es constituido por la historia. Nebreda (s/f) coincide y añade que únicamente lo que deviene es historiable. En Hegel, el espíritu es encarnado por la historia (Ferrater, 1984). Kant (1978) especula sobre que la historia se despliega desde un hilo conductor en el que la Naturaleza expresa el plan secreto del que hombre apenas sospecha, de tal modo que cada hecho histórico está justificado para el cumplimiento de este plan, que en esencia es el devenir del ser como ente libre. Nietzsche (s/f) considera que la historia es la ciencia del devenir Universal.
Si bien la postura filosófica de cada uno de los pensadores antes mencionados es muy diversa, y en ocasiones hasta contraria, puede verse en esencia que las tesis de estos filósofos conservan en la historia y el ser un vínculo estrechamente ligado.
Para clarificar estas ideas, a continuación se exponen los argumentos que conducen el desarrollo de este ensayo. Si encontrar el origen del ser ha sido un fracaso no solamente para filósofos, sino también para científicos y teólogos, quizá es porque escapa al entendimiento y la capacidad de cognición del hombre, y aquí el problema se torna epistemológico, pero no es menester de este ensayo explorar estas ideas, sino más bien profundizar en que si el origen del ser es algo, aparentemente, incognoscible, quizá su constitución es algo que sí se pueda analizar y pensar.
La tesis central es que el ser se constituye de historia. El ser no ha podido ser de la nada, al ser le precede una causa, desconocida, incognoscible e incomprensible, pero al final tiene un origen que no se va a discutir en estas líneas. Y justo en el momento del origen empieza la historia del ser, ahí cuando de no ser pasó a ser. Y el ser, aunque en esencia es inmutable, solo puede seguir siendo si la continuidad existencial a lo largo de la plataforma temporal y espacial lo nutre de hechos, de acontecimientos, del transcurrir y devenir de actos, del progreso y de las guerras, de la injusticia y de la proclamación de Derechos Humanos, en esencia, el ser se nutre de historia. Porque cuando no haya historia, cuando no transcurra el tiempo y en este, acontecimientos, el ser no puede seguir siendo, se desvanece, carece de plataforma sobre la cual sostenerse y desplegarse, devenir.
Para ejemplificar los argumentos antes planteados: el hombre es un ser que es, que deviene, que en su existencia lleva la esencia del ser. El ciclo de la vida, ha mostrado que el hombre nace, se desarrolla y luego muere. Pero el ser del hombre ha tenido un origen a nivel filogenético y también a nivel ontogenético, es decir, el hombre como individuo y el hombre como especie. El hombre, como individuo, ha nacido en un contexto sociocultural e histórico que ha ido nutriendo al hombre como especie. Del contexto en el que el hombre como individuo surge, se despliegan sus posibilidades de ser, que no son infinitas, sino limitadas de acuerdo a este contexto. El hombre como individuo ya preexistía ontogénica y culturalmente, pues de ahí, de donde surge, se abren sus posibilidades. También el hombre, como individuo, preexiste en la mente de sus progenitores, ahí cuando en la infancia la madre o el padre solían imaginar a sus hijos y jugar a las muñecas. El hombre como individuo surge en la mente de los padres antes de su existencia material y de la encarnación de su ser; el ser del hombre ya es ahí donde los padres pensaron en un nombre para su hijo o hija que en el vientre empieza a desarrollarse. Ahora bien, el hombre que ya preexistía, cuando encarna el ser, continúa su historia de la que ya había vestigios culturales, familiares y ontogenéticos. El hombre vive en su tiempo, le ocurren acontecimientos, vive, crece, se desarrolla, a veces se reproduce, pero un día, puede caer presa de una condición que altera su ser. El Alzheimer, por ejemplo, en el que su ser se desvanece porque su historia aparece inaccesible a su sistema nervioso, ahí donde la mente aparece en blanco porque el pasado se ha borrado. Entonces en el Alzheimer el ser, aunque no ha dejado de ser, está desnutrido, y la cáscara corporal aparece vacía, hueca, sin la vivacidad del ser. El hombre que padece la condición de Alzheimer parece que ha dejado de ser, y en ocasiones, su ser emerge como destellos de esperanza y alegría para quienes están a su alrededor cuando recuerda el nombre de un familiar o algún acontecimiento del pasado: y parece que vuelve a ser, al menos instantáneamente.
Si bien es cierto que el hombre no es lo mismo que el ser, el caso citado se ha presentado como ejemplo de cómo el ser se nutre de historia cuando se encarna en una cosa o ente concreto. Heidegger (2009), en Ser y tiempo, sostiene que el Dasein no está hecho de otra cosa, sino de tiempo, es decir, de historia, de pasado, de hechos. Ni siquiera la muerte del hombre, que encarna al ser, impide que el ser siga siendo. El ser del hombre, como especie y como individuo, trasciende de la muerte, pero no puede trascender de la falta de historia. Para ejemplificar y concluir: un hombre, como individuo que ha muerto, pervive mientras le sea nombrado, tal como cuando se cita a un filósofo que ya ha muerto, a este se le enuncia en presente: Nietzsche cree que…, Platón sostiene que…, Kant especula sobre que… El ser trasciende de la muerte, pero cuando ya no hay historia que contar sobre el ser, este se desvanece y entonces deja de ser, tal como cuando se olvida a alguien, tal como para el hombre con Alzheimer que aquellos que se le presentan frente a él carecen de historia y, por lo tanto, de ser. El ser del hombre puede seguir siendo aún tras la muerte, pero no tras la falta de historia que asegure su continuidad existencial. Tal como la madre de alguien que ha muerto, pervive en cada acto de autocuidado que se propina ese alguien. El ser, entonces, está hecho de historia y sin ella no es.
Fuentes consultadas
Imagen diseñada con inteligencia artificial.
- Nietzsche F., Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, Libro doc.com.
- Castilla, F., Walter Benjamin: una Filosofía de la Historia entre la política y la religión. Anuario de filosofía del derecho VIII. 1991. Pp. 453-471
- Heidegger, M. Ser y tiempo. España: Trotta. 2009
- Kant, E., Ideas de una Historia Universal en sentido cosmopolita, FCE, México, 1978
- Nebreda, J., El pensar y la historia. Universidad de Granada. Documento PDF.
- Ortega y Gasset, J., Historia como sistema. Editorial Virtual, Buenos Aires, Argentina, 2004 Documento PDF.