La concepción metafísica de los valores
Los antiguos griegos no hablaron directamente de los valores, aun con los vocablos axía y axios. Fue hasta la llegada de la teoría de los valores de Scheler y Hartmann que cobró fuerza “el valor” como objeto de estudio de la filosofía. Para los griegos, el areté o la virtud era inseparable de las propiedades a las realidades mismas, es decir, la belleza, la justicia, la verdad eran inherentes al ser, de tal modo que no había que estudiarlas por separado.
Para Juliana González (1996), la crisis de la metafísica actual es derivada de contemplar a los valores separados del ser. Aun cuando la fusión del ser y los valores puede ocasionar una antropologización y axiologización del ser, la perspectiva de González es mirar a los valores como inherentes al ser. El ser no es bueno ni malo, pero el hombre le ha puesto valor.
“Los valores no son propiedades de las cosas” (González, 1996, p. 47). Es decir, toda realidad es valiosa en sí misma, no hay una escala ontológica que jerarquice al ser. Pero es el hombre quien determina los valores en función de sus deseos, aspiraciones o necesidades. A partir de esta subjetividad humana, el psico logicismo y el solipsismo, es que, de acuerdo con González, surge la teoría de los valores.
Para Scheler y Hartman, explica González, la teoría de los valores inicia en la distinción entre los bienes y los valores. Los primeros son aquellos en los que encarnan los segundos, los cuales son universales y a priori. Esta es una visión similar entre el mundo de las Ideas de Platón; sin embargo, para los autores de la teoría de los valores, la diferencia radica en que los valores no son sino que valen.
González plantea las preguntas: “Hay que preguntarse, ciertamente, si en verdad el cambio o la transformación de los valores consiste en un simple y externo acercamiento o alejamiento de unos valores ya preestablecidos. ¿Preestablecidos por quién o por qué? ¿No es el hombre entonces genuino creador de los valores o destructor de ellos? ¿En qué consiste dicho cambio de valores? ¿Cabe pensar en progreso?” (p. 49)
La universalidad vs. la pluralidad de los valores
La perspectiva de la ética en la modernidad no es de absolutismo, en cambio, reconocer la pluralidad y la diversidad que dominan al mundo moral. La visión de la épica moderna, a partir de la teoría de los valores, consiste en una desmitificación y sospecha de los sistemas que buscan la uniformidad y la universalidad de valores puros. Pero cuando es de esta misma mirada, González, plantea que tampoco el pluralismo y el relativismo son absolutos, no hay una sola invención de los valores, ni los caminos, nietzscheanos o sartrianos, desembocan en una verdad absoluta sobre los valores.
Para González, “No hay hombre sin mundo. El valor mismo es una expresión de la relación originaria, hombre-mundo.” (p. 52). Esta relación implica una afectación recíproca entre lo humano y lo humano, de tal manera que las realidades son valoradas por el hombre, en función de la forma en la que son afectadas por el mismo hombre. Los valores surgen entonces en función de la interpretación del mundo y de la transformación que hace el mismo hombre del mundo. “El valor es, en efecto, un encuentro.” (p. 53.) La autora propone que los valores son situaciones y se producen de la relación entre sujeto y objeto. El hombre se valora por su propia capacidad de ver, sentir o intuir lo que es valioso.
¿Naturaleza humana?
El entrecomillado del subtítulo naturaleza humana de González, hace referencia a las diferentes perspectivas que existen sobre definir lo que es natural en el hombre. Sin embargo, la autora cree que hay algunos rasgos distintivos del hombre que permiten destacar el aspecto antropológico del valor. Describe lo siguiente:
- El hombre tiene una tendencia y una necesidad esencial de valorar. Los valores podrán ser diversos o cambiar, pero la valoración en sí misma, se mantiene.
- La naturaleza humana es naturaleza posible, abierta y no necesaria. Esto no quiere decir que sea ambivalente y no unívoca. El hombre no está determinado ni de definido, sino que se va haciendo con el tiempo. La naturaleza humana se trata de actualizaciones de potencias en el sentido aristotélico.
- El hombre lleva la contradicción en su ser, los contrarios son parte de su naturaleza misma. Por eso la polaridad es constitutiva.
- Eros es fundamento del valor porque conlleva la ambigüedad, ontológica, originaria (ser y no-ser). La ambivalencia hace que Eros sea la originaria plenitud que busca el hombre.
Juliana González destaca que el hombre a lo largo de su historia ha considerado el no-ser como un absoluto negativo, o sea como la nada, pero la perspectiva que plantea la autora es que el no-ser es otro modo de ser.
“Eros fundamenta a ethos. El no-ser se resuelve en ser.” (p. 57) Lo que afirma González en esta cita es que él es la unificación y cohesión orgánica de la pulsión de vivir del hombre. La autora considera que en el ser del hombre se encarna la contradicción. El ímpetu originario es hacia la reunión de los opuestos que se encarnan en la contradicción humana. En palabras de González: “la condición erótica (el Eros-hombre), no se realiza siempre existencial y éticamente como amor, sino, predominantemente, como no amor, y en especial como “dependencia” inter humana, dentro de las relaciones de dominio-esclavitud, o como simple, lejanía y distancia moral entre los seres humanos. De Eros (como de la libertad), nacen bien y mal, amor, y odio, libertad y fatalidad, movimiento e inercia. Eros, dice el propio Platón, no es un “dios” (no solamente es principio positivo).”
La historicidad del ser
“El hombre es histórico en su ser mismo.” (p. 61). Esto significa que el hombre constituye su humanidad en la transmisión filogenética y cultural. El ser del hombre define la idea del bien y del mal y sus valores en ciertos contextos culturales. De acuerdo con Juliana González. La transmisión cultural se lleva a través de la educación como actos conscientes e inconscientes, colectivos e individuales.
Escribe la autora: “Negar la historicidad y la relatividad del valor es negar, en el fondo, su constitutiva creatividad; negar, con ello, el poder creador del hombre, base de todo humanismo. El valor confirma el sentido de literal trascendencia y superación de la vida humana” (González, 1996, p. 69).
Pero el ser del hombre no se agota en la transmisión histórica; de acuerdo con la autora, hay algo constitutivo que se refiere a las estructuras odontológicas fundamentales de la condición humana. Estas están determinadas por su naturaleza y carácter universal y permanente.
La historia no es externa o accidental, esta se va configurando de acuerdo al ser-hombre, que va actualizando sus potencias originarias, y en las cuales va definiendo la realización de la libertad y la igualdad, es decir, todo lo ético, lo político y lo social. La esclavitud, por ejemplo, no es una mera representación de un estado salvaje de la humanidad; sin embargo, su abolición representa un hito en la historia de la humanidad. La historia es realización y no realización del ser del hombre, porque en la naturaleza humana se encarna la contradicción.
De acuerdo a la autora, la ética actual no puede perder de vista esta contradicción que se alberga en la naturaleza del ser, sin perder la esperanza de encontrar el areté de la excelencia humana.
Los valores en la actualidad
La autora recuerda un concepto de Nietzsche que el filósofo denomina como la inocencia del devenir, en el que “las cosas no son buenas ni malas: simplemente son; tan reales, tan necesarias, tan “valiosas” —o no valiosas— unas como otras.” (p. 65)
La ambivalencia de la que el hombre está compuesto la encuentra también en la realidad y en función de eso es que valora y cualifica las cosas. De este modo, se puede pensar que no hay hechos, solamente interpretaciones que el hombre hace de estos. Pero desde el punto de vista ontológico, la valoración del ser no puede ser graduada, tanto es una piedra de río que un diamante. El valor lo da el hombre con la interpretación que hace de estos hechos.
Dice Juliana González: “El valor lleva, en su esencia, la misma tendencia a la universalidad, en el tiempo y en el espacio. Lo que vale tiende a valer para todos y para siempre. Los valores son justamente fuerzas cohesivas que prestan universalidad a la existencia humana” (p. 70).
Para la autora en la actualidad se requiere de una nueva tabla de valores que corresponda al hombre contemporáneo y su lenguaje. Juliana González considera que la actualización de los valores tiene que darse en dos sentidos, por un lado, en la realización efectiva de los valores, es decir, ponerlos en acto. De tal modo, los valores tendrían que dejar de tener una existencia ideal y convertirse en realidades efectivas. Por otro lado, la actualización tiene que ser en un sentido temporal del mundo del valor, es decir, de hacerlo vivir como una realidad presente, en el hoy, en la realidad actual. La autora considera que los valores de la actualidad son una herencia de la historia, y aunque estos no son cancelables, la transformación debe darse en el sujeto del valor. En la medida en que el hombre los haga propios, convirtiéndolos en una realidad presente de aquí y ahora. Si bien, los valores de la actualidad son una herencia de la historia, también es necesario que se incorporen nuevas formas de conciencia histórica y conciencia social: la justicia, la igualdad, la tolerancia, la reciprocidad, la libertad y la liberación. Tienen que ser entendidos desde un nuevo equilibrio de temporalidad y de relatividad en la naturaleza del hombre contemporáneo. La conciliación de los supuestos a darse en la integración dialéctica sin pretender buscar un absoluto ni falsos ideales de paz, estática e ilusoria. En cambio, la clave es entender la ambivalencia natural del hombre que se plasma en su ética.
Algunas de las ideas con las que concluyen la autora con respecto a los valores es que la relatividad no anula la universalidad de los valores. El dos es una forma rectora del hombre y adquiere el carácter de una segunda naturaleza. Escribe González que “los valores son los grandes parámetros, los puntos de referencia, las causas dentro de los cuales fluye la vida humana en su concreción. Los valores son también, metafóricamente, como estrellas, polares que orientan, dan dirección o sentido al viaje humano; pero este se va resolviendo en su propio de derrotero, concreto, siempre único y aventurado; cada paso implica ciertamente riesgo ético, y esto es lo que justamente da vida al valor” (Pp. 73-74).
La autora recuerda que el cielo inteligible no está fuera, sino dentro del hombre mismo, y con forma parte de su conciencia, siendo la voz interior que brota de cada hombre.
Conclusiones
Del texto se pueden extraer diferentes reflexiones que proporcionan la comprensión sobre la evolución del concepto de valores, desde la antigua Grecia hasta la contemporaneidad, a través de las interpretaciones de filósofos como Scheler, y Hartmann. En el texto se destaca que los valores no son propiedades de las cosas, sino creaciones humanas subjetivas. La subjetividad que se desprende de estos valores dio origen a la teoría de los valores planteada por Scheler y Hartmann, quienes distinguieron en primer lugar la diferencia entre bienes y valores. Puede señalarse que la visión de la ética moderna, se encuentra alejada del absolutismo, permitiendo reconocer la diversidad y pluralidad en el mundo moral. La teoría de los valores ha permitido desmitificar todos los intentos de imponer universalidad a los valores. “Los criterios de valor, corno quiera que ellos se determinen, no pueden ser sino generales” (González, 1996, p. 72).
Uno de los aspectos más importantes y centrales en el texto es la descripción que realiza la autora sobre la naturaleza humana, en la que se subraya la ambivalencia constitutiva de su naturaleza. El Eros, como fundamento del valor, se presenta como una fuerza que abraza la ambigüedad ontológica. En el texto se desafía la perspectiva tradicional del no-ser como la nada, proponiendo que el no-ser es otra forma de ser.
El texto presentó diferentes elementos sobre la naturaleza del hombre y la forma en la que a través de su naturaleza crea y desarrolla el valor. Uno de los aspectos centrales que presenta la autora es la idea de la inexistencia de absolutismos, y es precisamente la ambivalencia lo que define la conformación de los valores, aquello que se encarna en el hombre, se proyecta y se encuentra en el mundo y en la realidad.
La ética se presenta como una esperanza para la recuperación de un sentido de valores y proyecciones humanas importantes para la historia de la humanidad, ya que, en la sociedad actual, se tiene un contexto en el que se percibe una crisis de valores, por lo tanto, rescatar la ética se convierte en una forma de rescatar la individualidad del ser humano.
Algunas de las reflexiones que pueden destacarse sobre el texto son en lo que se refiere a la ética de la posmodernidad, la liquidez de la sociedad y lo efímero de las tendencias. ¿Qué es lo que hoy en la posmodernidad vale? Dice González que vale por el ser lo mismo una piedra de río que un diamante, ¿debería el hombre de la posmodernidad conformarse con valorar lo que hoy valora: el dinero, la atención, la moda, el éxito, la fama, el consumo; o, por el contrario, debería seguir la propuesta de González sobre una nueva tabla de valores?
Fuentes consultadas
- González, Juliana. “El Ethos, destino del hombre”. Fondo de Cultura Económica. Universidad Nacional Autónoma. Facultad de Filosofía y Letras. México. 1996. pp. 45-74.