En el libro “Las preguntas de la vida” Fernando Savater señala que cuando se enfrentó con el pensamiento de la muerte y no solo eso, de su muerte comprendió la diferencia entre aprender o repetir pensamientos ajenos y tener un pensamiento verdaderamente propio.
Considera que se empieza a pensar la vida cuando se piensa en la muerte, y la filosofía es pensar la vida “que significa vivir y cómo vivir mejor” y esta tarea surge de la finitud de los seres humanos, porque tendríamos mucho tiempo y podríamos hacer muchas cosas, pero no filosofía, es decir, pensar la vida.
Bajo este postulado, la muerte nos enfrenta con nuestro ser, puesto que es un acontecimiento intransferible, ya que nadie puede morir por nosotros.
El autor señala que “tampoco en la muerte misma, por su propia naturaleza, hay nada que temer porque nunca coexistimos con ella; mientras estamos nosotros, no está la muerte; cuando llega la muerte, dejamos de estar nosotros” por ello considera como aterrador el estar y a la vez estar muerto, lo cual señala no sucede.
Aparentemente, el problema filosófico se revela ante la finitud, ante la idea de la muerte, dice Borges en uno de sus cuentos “El Inmortal” que precisamente refiere la historia de un pueblo de inmortales, que dice “Homero y yo nos separamos en las puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós”[1] no se han dicho adiós, ya que los inmortales no necesitan despedirse, por ello no necesitan pensar y no necesitan filosofar, de ahí la importancia de la idea de la muerte para detonar el pensamiento filosófico.
[1] El inmortal. Borges, Jorge Luis, visible en la dirección electrónica https://www.apocatastasis.com/el-inmortal-jorge-luis-borges carthapilus.php#OvdVqu0ScCfbordh.99