A partir de 1862, parte del territorio nacional fue ocupado por las tropas francesas del emperador Napoleón III, quien desconoció los tratados de la soledad que se habían concertado entre México, España, Inglaterra y Francia como una vía pacífica para negociar el pago de la deuda mexicana con las potencias europeas.

Con el pretexto del cobro de deudas económicas adquiridas en Europa por gobiernos conservadores (el principal adquirido por Miguel Miramón), el emperador francés Napoleón III, con el apoyo del grupo elite conservador mexicano, buscó instaurar una monarquía afín a sus designios en México. Los principales promotores de la nueva intervención extranjera en México fueron el grupo conservador y la iglesia católica que habían visto minados sus privilegios desde la revolución de Ayutla en 1854, la promulgación de la constitución de 1857 (primera en su tipo que suprimía la intolerancia religiosa), además de la derrota que el gobierno liberal del presidente Benito Juárez les había infringido al concluir la guerra de Reforma.

El archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador austriaco Francisco José, sería el hombre elegido por Napoleón III para intentar la creación de una nueva monarquía en nuestro país, el segundo imperio mexicano.

¿Qué tan viable era el modelo imperial para México?

El emperador Maximiliano y la emperatriz Carlota viajaron a México desde su castillo de Miramar en Trieste para instaurar un modelo de monarquía como el que regía en la mayoría de las naciones europeas de la época. Las cortes del segundo imperio se conformaron con descendientes de la nobleza novohispana, personajes de la élite conservadora e incluso algunos liberales moderados aceptaron integrarse al gobierno de Maximiliano.

El proyecto de estado de Maximiliano fue soportado principalmente por las bayonetas francesas del general Achille Bazaine; por otro lado, debido a la enorme diferencia de recursos económicos entre ambos bandos, los principales generales republicanos mexicanos como Porfirio Díaz, Vicente Riva Palacio y Mariano Escobedo, se vieron obligados a hacer la guerra de guerrillas por medio de pequeños grupos de soldados mal pertrechados a los que se les conocía como “la chinaca”, esta forma de hacer la guerra con maniobras de ataque y retirada rápidas fue minando la resistencia del denominado mejor ejército del mundo.

El funcionamiento del imperio era absolutamente inviable en una nación pobre que además tenía problemas para lograr un flujo constante de recaudación de impuestos:

“La faramalla imperial era extremadamente costosa: el presupuesto personal de los emperadores era de 1 700 000 pesos al año. En comparación, en 1869 el presupuesto de la presidencia era de 71 211 pesos.”[1]

Además, como hombre de ideas liberales, Maximiliano ratificó la gran mayoría de las leyes de Reforma, provocando un gran descontento en el clero y los grupos conservadores que habían recurrido a él precisamente para derogar las mencionadas leyes. Otro factor que afectó a la supervivencia del endeble imperio de Maximiliano fue el retiro de las tropas francesas del territorio mexicano, este hecho se derivó de la necesidad de Napoleón III de contar con la mayor cantidad de soldados posible para enfrentar a la naciente potencia militar prusiana, además de la presión que ejercían los Estados Unidos de América, que no veían con buenos ojos la creación de una monarquía europea en el continente, recordemos que en el vecino país del norte, la corriente afín al gobierno juarista había logrado vencer a los estados confederados del sur en la guerra civil norteamericana.

El fin del Imperio y el inicio de la República Restaurada.

En 1867 se libraron las últimas batallas entre los republicanos y los imperialistas. Los dos proyectos de nación contrapuestos se enfrentaron por última vez en el siglo en un campo de batalla, el escenario sería la ciudad de Querétaro, que fue testigo de un sitio impuesto por el General Mariano Escobedo, quien recibió de manos del propio Maximiliano su espada a manera de rendición. Después de un juicio organizado por el gobierno de la república en el Teatro Iturbide, en el que paradójicamente Maximiliano y los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía recurrieron a juristas del partido liberal para desarrollar su defensa[2], los tres personajes fueron sentenciados a morir fusilados en el cerro de las campanas el 19 de junio de 1867, dando así punto final al intento monárquico de Napoleón III en México.

A pesar de recibir varias peticiones de clemencia a favor de perdonarle la vida a Maximiliano por medio del indulto[3], el presidente Juárez decidió no hacer uso del mismo, esto, como una manera de hacer saber a las potencias extranjeras europeas que México era ya una nación independiente que no permitiría más intromisiones intervencionistas en su territorio, es aquí donde inicia el periodo de la denominada república restaurada.

[1] (Pani, El proyecto de estado de Maximiliano a través de la vida cortesana y del ceremonial público)

[2] El abogado Mariano Riva Palacio, padre del general Vicente Riva Palacio, fue uno de los abogados que construyeron la defensa legal de Maximiliano e incluso solicitó el indulto al presidente Juárez.

[3] El escritor francés Víctor Hugo, opositor al régimen de Napoleón III, escribió al presidente Juárez solicitando le perdonara la vida al Archiduque Maximiliano.

Referencias

Pani, É. (2000). Novia de republicanos, franceses y emperadores: La ciudad de México durante la intervención francesa. Relaciones, 135-173.

Pani, É. (s.f.). El proyecto de estado de Maximiliano a través de la vida cortesana y del ceremonial público. Ciudad de México: El Colegio de México.