En 1922, el cine encontró su camino para despertar los más profundos miedos de la audiencia sin una sola palabra: “Nosferatu”, dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau, basada en la novela “Drácula” de Bram Stoker. Este clásico, la décima película de Murnau a los 34 años, tuvo un inicio polémico; enfrentó acusaciones de plagio y fue prohibida en su momento, pero se convirtió en una obra de culto.
Setenta años después, Francis Ford Coppola reimaginó la misma novela con “Drácula de Bram Stoker”. Este personaje, icónico y legendario, ha dominado más de 200 películas y encarna la figura más reconocida del vampiro en la cultura occidental.
Drácula y Frankenstein, mitos literarios poderosos del siglo XIX, entrelazan lo ancestral y lo moderno, lo oculto y el progreso, el ansia de eternidad y el temor a la ciencia. Estos mitos despiertan hechizo y razón, según el filósofo José Luis Pardo.
“Nosferatu”, dirigida por Murnau, marcó el nacimiento del cine de terror. Murnau, a los 31 años en 1919, estrenó su primera película, y en el mismo año presentó “La cabeza de Jano”, un thriller. Su prestigio creció rápidamente y llevó a la creación de “Nosferatu”, con la actuación de Max Schreck. Este filme, impulsado por el ocultismo del productor Albin Grau, se convirtió en una leyenda cinematográfica.
La versión de “Nosferatu” sobre el Conde Drácula sigue una historia similar: Drácula, proveniente de Transilvania, se dirige a Wisborg. Su llegada desata la peste, y Ellen, la esposa de un agente inmobiliario, descubre cómo derrotar al vampiro.
Los herederos de Stoker demandaron a “Nosferatu” por plagio, lo que llevó a la prohibición de la película, aunque algunas copias sobrevivieron. Su atmósfera, personajes y supuestos mensajes ocultos la convirtieron en una obra adorada por cinéfilos.
El libro original, escrito por Bram Stoker, publicado en 1897, cuenta la lucha del bien y el mal contra lo desconocido, presentando a Drácula como un ser solitario y una fuerza malévola.
El mito de Drácula refleja la frontera entre lo humano y lo inhumano, desafiando los escrúpulos morales y la naturaleza solitaria del personaje, según Pardo. Este mito se revela como una reflexión de nuestra propia capacidad de transgredir límites morales.
La saga de Drácula, desde “Nosferatu” hasta las adaptaciones modernas, continúa seduciendo a la audiencia y explorando las profundidades del miedo y la moralidad humana.