Muchas personas ignoran la procedencia del tomate, fruta que se registra su origen en el área de Los Andes. Más tarde se registra el cultivo de este fruto en México entre las culturas prehispánicas, los cuales lo llamaban “tomatl” que significa fruta hinchada. Fue hasta la venida de Hernán Cortés en 1559 que conoció el tomate en los jardines de Moctezuma y decidió llevarlo consigo al viejo continente, llamándolo como ahora le conocemos: tomate. Su llegada fue a Sevilla, lugar que lo comercializa a Italia, de ahí le dieron tonos afrodisíacos en Francia, lo cuales lo llamaron: “pomme d’amour”. Y así es como uno de los alimentos más importantes de Europa, tuvo su origen en el continente americano.
El tomate (Solanum lycopersicum) es originario de América del Sur, específicamente de la región andina que se extiende por el norte de Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Los antiguos habitantes de esta región cultivaban una variedad silvestre del tomate que era mucho más pequeña que la variedad que conocemos hoy en día y tenía un sabor mucho más ácido.
Los primeros registros escritos del cultivo del tomate datan de la época precolombina, y se cree que los pueblos indígenas de la región andina lo cultivaban desde hace más de 2.000 años. Fue después de la llegada de los españoles a América que el tomate se extendió por todo el mundo, siendo llevado a Europa en el siglo XVI y luego a Asia y África.
Inicialmente, el tomate se cultivó como una planta ornamental debido a su apariencia atractiva, y no fue hasta más tarde que se empezó a utilizar en la cocina. A partir de entonces, el tomate se convirtió en un ingrediente fundamental en la gastronomía de muchas culturas, y hoy en día se cultiva en todo el mundo.