En 1867 la emperatriz Carlota Amalia o la Emperatriz Carlota de México, como la encuentran en los libros de historia, llega al Vaticano para pedir apoyo del Papa Pío IX, mismo que había ignorado sus cartas y peticiones de apoyo, el cual había accedido a verla con la condición de no hablar de política.
Y llega ahí una Carlota paranoica, aturdida, una emperatriz traicionada.
Existen muchos rumores de aquello que originó su locura, desde un té que la fue envenenado, dado por una chamana juarista con la excusa que le ayudaría con sus problemas de infertilidad, y otro es que fue enloqueciendo de amor al saberse apartada por siempre de su Maximiliano; y como un cuento de hadas fallido en el que todos sus sueños no fueron ni pudieron ser. Llega, pues, al Vaticano una emperatriz paranoide con inicio de esquizofrenia, hambrienta y sedienta, ya que por miedo a ser envenenada solo tomaba agua de fuentes que ella seleccionaba y optaba por comer únicamente lo que se hacía frente a sus ojos.
Cuenta la historia que devoraba de forma desenfrenada todo lo que encontró en el salón de estancia dentro del Vaticano, aturdida, en la plena escena de locura, misma que el Papa tuvo que abandonar y dejar que los otros cardenales se hicieran cargo de ella.
Pero no hubo forma de sacarla de ahí esa noche, incluso llevaron médicos en disfraz de servidumbre que la lograron medicar y a su vez improvisar un lugar para que pudiera dormir. Fue hasta la mañana siguiente que lograron sacarla y ocultarla, porque ya había tumulto esperando para observar esta escena de la emperatriz loca. Carlota muere a los 86 años en Bélgica, ha cuidado de su cuñada, la cual se apiadó de su estado mental e intentó darle una vida digna y contenida.
Carlota, una joven de gran preparación, ambición y sueños, versión que murió mucho antes que su cuerpo, tal vez por evasión, tal vez por un corazón roto, para ser recordada como la única mujer que ha dormido en el Vaticano.