Los sofistas fundaron una corriente filosófica cuya forma de enseñanza se practicaba a través de la retórica, la cual era un tipo de diálogo exaltador de reflexiones entre otros y uno mismo, cuestionándose ambos de forma sutil acerca de un tema en particular, Sofistes proviene de sophía que significa pericia, en este caso en el saber.
En la Retórica de Aristóteles se afirma que Protágoras decía que se podía enseñar a las personas a “convertir el argumento más débil en el más fuerte.”, lo cual podía lograrse mediante la argumentación de premisas en una secuencia lógica, que es el método usado comúnmente para convencer a otros de tal o cual verdad o no y con un propósito establecido a priori.
Los sofistas no eran del todo bien vistos por la sociedad en general, si bien su método de enseñanza era exitoso, no quería decir que esté fuera ético, ya que incurrían usualmente en el engaño o en el uso de mentiras para acceder al propósito que se planteaban inicialmente, dicho de otra forma, no necesariamente perseguían la verdad ni tenían un código moral medianamente estricto, incluso cobraban sumas importantes de dinero por dicho servicio, haciendo que este fuera el móvil más relevante en muchas ocasiones.
Los sofistas hablan para engañar, y escriben para su propio provecho, y no le hacen ningún bien a nadie; pues ninguno de ellos es sabio, o llego jamás a ser sabio, sino que cada uno de ellos se contenta con que lo llamen sofista, que es término peyorativo, al menos para las personas sensatas. (Rowe, 1976)
Sin embargo, no todo era negativo en los sofistas y a pesar de que la gran mayoría de las personas pensaba mal de ellos también tuvieron aportaciones positivas a la sociedad, los sofistas ayudaron en la integración del panorama político mediante el discurso del diálogo, fundando así parte de la mediación de la cual se nutre una sociedad democrática, “Indudablemente, podía ser utilizada para ensalzarse a sí mismo; pero también proporcionaba los medios de que se podían valer los dirigentes conscientes para asegurarse la aceptación de sus políticas” (Rowe, 1976).
La retórica en sí no era del todo negativa, pero tenía una variable que era dependiente porque era llevada a cabo por el hombre y este era falible, además de que dependía también del código moral de la persona que lo realizaba, por lo tanto, los argumentos empleados podían ser usados a favor o en contra de una situación en particular, o en la búsqueda de tal o cual beneficio y no necesariamente con base en la ética o a la verdad.
La oposición a la retórica provenía de tres fuentes principales, de la sociedad civil en general, de la sociedad de clase y de los propios filósofos que iban en contra de los sofistas, estos últimos defendían su postura ética partiendo de la base de la dicotomía moral, donde lo que es bueno para uno es malo para otro y viceversa, argumentando que ambas posturas se podían complementar y validar entre sí, “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que existen, en tanto existen, y de las que no existen, en tanto que no existen” (Rowe, 1976).
Dicha postura no solamente hablaba de la argumentación básica, sino de la propia existencia del hombre, de su autopercepción y también de la percepción de una existencia superior, pero de la cual se dudaba, todo lo anterior dio paso al humanismo en el sentido de que no venimos de una creación divina y de que tenemos la enorme responsabilidad de nuestro código moral, “Pero si puede decirse de los sofistas que su irreverente actitud respecto de las suposiciones tradicionales fue el estímulo principal que impulso el desarrollo de la filosofía ética sistemática” (Rowe, 1976).
El método socrático consistía en la elaboración de una serie de preguntas a partir de una premisa para llegar a una conclusión que muchas de las veces daba como resultado la refutación de dicha premisa más que en su validación, pero independientemente de la conclusión, lo anterior se basaba en un código moral que pretendía enseñarle al hombre el significado del valor, es decir, en dotarlo de moralidad, “La virtud, parece decir Sócrates, es saber lo que es la virtud, que es lo virtuoso; o, en otras palabras, el conocimiento es una condición necesaria y suficiente del ser virtuoso” (Rowe, 1976).
El primer paso para lograr lo anterior era establecer que carecíamos de un conocimiento dado y que únicamente mediante la adquisición de este lograríamos alcanzar un estado de moralidad, lo anterior es lo que convertía al método socrático en algo positivo. Sócrates sabía que podría fracasar en la búsqueda de dicho conocimiento, pero tenía muy claro que para acceder a este lo primero que tenía que realizar era un análisis, una reflexión como un método de obtención de resultados, habría que saber antes que buscar para poder encontrarlo y así podríamos definir de una mejor forma nuestra moral o el código moral al cual queríamos ajustarnos por decisión propia y no por una mera indicación, “una cuestión de llegar a ver que hay algunas cosas que son, por ejemplo, justas o valerosas, o, si se prefiere, de relacionar las reglas morales con uno mismo” (Rowe, 1976).
Finalmente, lo que Sócrates intento fue tratar de definir un código moral, como conformarlo y que valores podrían ser parte de este, y por qué, siendo la definición de estos valores lo que el hombre habría de adoptar para normarse y conducirse en la sociedad, pero el hombre para llegar a lo anterior debía tener antes el conocimiento de dichos valores, “a menos que un hombre tenga conocimiento no podrá ser virtuoso; y también que, si tiene el conocimiento, no puede dejar de ser virtuoso” (Rowe, 1976), tenemos que hacer hincapié en que el conocimiento por sí mismo no es válido o posee algún valor si no sabemos interpretarlo o aplicarlo, es decir, debemos tener cierto bagaje cultural o educativo para poder hacer un uso razonable y positivo del mismo, aceptando que no solo tener el conocimiento y asimilarlo es lo único que tiene importancia para su aplicación o desarrollo.
Si aceptamos la premisa de que el hombre teniendo un código moral establecido obrará de acuerdo con el mismo y que este prevalecerá sobre las malas acciones, entonces el buen acto se derivara de saber que es benéfico para uno además de la ética intrínseca del propio acto, ya que atentaría contra sí mismo y si ese fuese el caso sería por desconocimiento del valor o de la virtud y no por querer obrar mal en sí, “El resultado es que en los casos en los que alguien parece obrar “contra su mejor conocimiento” (Rowe, 1976).
Sócrates se vio obligado a poner en duda el estado mental del ser humano, ¿sabría este realmente que sería malo para él?, sin embargo, no le podemos dejar a la ignorancia la responsabilidad de realizar malas acciones, el desconocimiento no debe ser nunca una justificación para una conducta poco moral, quizá no sería voluntaria, pero no por ello no implicaría una responsabilidad.
Para Sócrates el alma representaba la mente o los pensamientos del hombre, por ende, un buen estado de salud mental se vería reflejado en acciones moralmente aceptables, sin vicios y con virtudes, y no hablamos de salud mental literalmente, sino de salud mental como la salud necesaria para saber distinguir el mal del bien, es decir, saber que es una conducta inmoral, lo cual nos mantendría moralmente fuertes ante cualquier circunstancia.
Sócrates sostiene no simplemente que el vicio es perjudicial, sino que es lo que más daño hace de todo. Y, a la inversa, que la virtud es supremamente beneficiosa: con tal que poseamos virtud, la más grande de las desgracias no podrá afectarnos. (Rowe, 1976)
Un hombre virtuoso será un hombre que obtendrá un bienestar intrínseco y por qué no, también extrínseco, es decir, que una conducta recta nos llevará a tener beneficios materiales en cierta forma, así un hombre virtuoso idealmente alcanzará la felicidad mediante la moralidad.
Sócrates lanzó la premisa de que el hombre en general obraba bien y que era mediante lo anterior que impulsaba a los demás a hacer una distinción entre el bien y el mal, además de cuestionarse así mismo de porque el querer hacer el bien y no el hacer el mal en vez de ello, quizá la naturaleza del hombre no era esa, aun cuando llevara implícita su felicidad, pero de la forma que sea esta debería ser siempre una elección libre, y era mediante la persuasión que se trataba de encaminar a los hombres a aceptar dicha argumentación.
Para concluir podemos establecer que sí era necesario que un orador tuviese presente la escala de valores y que no era su responsabilidad el buen o mal uso del conocimiento de sus estudiantes. “Sócrates ha avergonzado simplemente a Gorgias y lo ha hecho someterse, pues ¿quién crees que negara que sabe lo que es justo y se lo enseñara a otros” (Rowe, 1976)?
Sócrates sostuvo que la retórica era una habilidad para persuadir a otros mediante la argumentación contrapuesta, reflexionando sobre lo que se decía para rebatir la premisa inicial, lo cual era solo una herramienta reflexiva que mediante el uso de ejemplos morales también se podía aleccionar o persuadir a los demás de las distintas connotaciones del bien y el mal o de lo moralmente correcto, dicho de otra forma, era imprescindible establecer una escala de valores para poder determinar la felicidad y no porque un valor (así fuese negativo), nos dé felicidad quiere decir que sea moralmente válido.
Así, la injusticia, después de todo, es peor para el hombre que la comete que —para quien la padece, en la medida exacta en que es más vergonzosa; y el hombre que quiere ser un orador cual debe ser tendrá entonces que ser justo. (Rowe, 1976)
En teoría, al que obra bien le va bien y al que obra mal, por ende, le va mal y no podría alcanzar la aspirada felicidad sino que se apega al código moral. “La moraleja es perfectamente clara: la verdadera felicidad consiste en hacer de uno mismo y de otras personas hombres mejores, no desde el punto de vista de la mezquina persecución de la ventaja, en la acepción común del término” (Rowe, 1976).
La filosofía nos da lo que necesitamos, ya que nos hace cuestionarnos y reflexionar sobre las preguntas fundamentales de la vida, pero si fuese el caso de que requiriéramos argumentarlo, la mejor forma sería a través de la retórica socrática, siendo esta un medio de reflexión vigente.
Referencias.
- Rowe C. (1976). Introducción a la ética griega. Fondo de cultura económica, México, D.F.