Una vez que se terminó la época de la colonia se abrió el paso a una nueva visión política y cultural que llamó por completo a la libertad, es decir, a la independencia de Latinoamérica del Imperio Español. Se dejó atrás el yugo ibérico para poder retomar la identidad nacional arrebatada siglos antes, era el tema en boga, el obligado en las salas de literatura, de filosofía y en los espacios dedicados al arte. Pintores, ensayistas y músicos, todos por igual tenían presente el tema de ser independientes como interés principal, el separarse de España y de su reinado para retomar los espacios propios, tema notorio, pero nada sencillo.
La búsqueda de la independencia se enfrentaría no solo a los opresores, sino que se vería obstaculizada por un pueblo ignorante y a la vez muy religioso, inculto, analfabeto, dividido y racista. La libertad no todos la anhelarían, no la conocían, por ende, no la admiraban ni la procuraban. Los pueblos habían sido aborregados por el imperio y la religión. Las personas se habían vuelto dóciles y desinteresadas respecto al progreso propio; era un pueblo seguidor y abnegado de la cruz, de la Virgen y sin propósitos propios.
No bastaba con el separatismo de España -no era suficiente- la carga ya estaba impuesta. Los genes españoles ya estaban insertos en los nuevos o viejos mundos, la pócima estaba mezclada; hubiese sido irrisorio pensar en una real separación del españolismo cuando nuestra cultura ya tenía insertada la de ellos. Costumbres, hábitos, dichos, formas, el lenguaje y toda la cultura española nos invadió, no solo sus soldados, y estos no únicamente preñaron a nuestras nativas, nos preñaron a todos para siempre.
Vendrían hombres y mujeres a demandar libertad, algunos lo harían con voz propia y genuina, hastiados de estar colonizados por los invasores sin el bien del común natural. Algunos más lo harían por el ansia de poder y no por el bien colectivo, sino para encumbrarse y pasar de ser colonizadores a ser tiranos, aprovechándose del doblegamiento ya establecido del nativo. No importa si la voz se alzó primero en Perú o en México, las voces de libertad siempre serán iguales, siempre reclaman lo mismo, se vuelven lo mismo, voces apagadas y agachadas entre la multitud, acalladas por los colonizadores en el inicio de la guerra de independencia o más bien hasta la victoria de la misma. No habría una lucha fácil o ligera que sosegara dicha ansia de genuina libertad, de separación, de obtención de identidad, así fuese solo geopolítica.
No se trataba entonces de un mero capricho de libertad mal conceptualizada, sino de un verdadero propósito de separación, de enajenación, que convenciera a todos por igual de la necesidad de una identidad propia, de la recuperación de una cultura absorbida y luego viciada. Dicho propósito debería estar compuesto por toda la sociedad sin excepción, encabezada primero por los líderes o caudillos libertadores, quienes debían derrocar a los regímenes establecidos en el poder, los reinos o virreinatos, las prefecturas o caciquismos. Y sí, se daría paso a nuevos conceptos o estructuras de poder, nuevos mecanismos de represión o supresión, por supuesto, siempre de la mano de la religión, que tenía ya el camino construido en esa senda de la obediencia tácita e incuestionable. Serían otros los métodos de control, pero control al fin, o al menos un control que posteriormente le pertenecería a los nativos o a las castas emergentes de esa dicotomía social indo-europea, de donde emergerían, de forma por demás indolente, las sectas económicas, es decir, las clases sociales, forjando para siempre, en el caso de México, un país sumamente clasista y además racista.
¿Por qué habría de azorarse el Imperio Español de las rebeliones en América? ¿No fueron ellos, acaso, los que llegaron a invadir y robar lo que no les pertenecía? ¿a tomar la cultura, el arte, la arquitectura, los tesoros, las mujeres y hombres, las tierras, la literatura y la astronomía ajenas? Debieran, en vez de ello, haber mostrado algún dejo de vergüenza y retirado con pena, dejar atrás su lúgubre paso e irse con lo ganado, y no meterse a pelear en guerras que estaban destinadas a perder, ya que, en este caso, la razón respaldaba a los anhelantes de la libertad. En lugar de eso, los ibéricos pelearon en una tierra que, además de ajena, era lejanísima de su imperio madre, por lo que no habría un respaldo coherente en suministros ni en hombres, que resistiera el tiempo de la persistencia de la razón y de la libertad.
Siempre habrá verdaderos próceres y también villanos. Habrá hombres defensores de ideales y virtudes, así como trastocadores de la verdad, tiranos enterradores de los cimientos sociales más básicos con tal de continuar en sus puestos de riqueza y control. Habrían de pasar muchas luchas, las primeras serían intelectuales, y vendrían a forjar las alianzas necesarias que impulsarían los movimientos de lucha, de avance, los golpes de choque, los derroteros tras bambalinas. De esos movimientos es de donde emergerían los verdaderos héroes que luego los Estados se encargarían de referenciar como deidades místicas o quizá míticas, personajes sin errores ni defectos, conocedores de las más absolutas verdades y poseedores de virtudes incuestionables. Pero dichos cuentos exaltadores de leyendas nacionales distarían mucho de la realidad histórica que se vivió; finalmente, eran hombres y con muchos defectos, más de los deseables en ellos, pero con una auténtica hambre, una vorágine bestial de lucha y de libertad.
Libertadores surgieron muchos, los hubo auténticos y propios; exitosos, menos. Una común triunfante debería ser “libertador a tu tierra” y no con sueños guajiros de algunos, como el caso del Che Guevara, que era una sombra medianamente gris del verdadero héroe cubano; eso sí, con un enorme aparato publicitario que vendió un falso héroe en tierras ajenas e inhóspitas, en donde, en la primera lucha real fuera del protectorado bajo el que se gestó, terminó derrocado de forma por demás deplorable y penosa. Nada comparable con el verdadero libertador Bolívar, exitoso quizá debido a su interés genuino y por una estrategia más coherente, aún en tierras ajenas, lo que demuestra que no solo basta con tener sueños y anhelos, sino que hay que tener estrategias claras y contundentes y, sobre todo, saber qué batallas se pueden ganar.
Los libertadores no han de ser solo estrategas y representar una fuerza física o una lucha brutal de libertad solo porque sí. Han de ser intelectuales con reflexiones profundas del porqué de la libertad, del porqué de una cultura propia, de una política propia. Filósofos que se cuestionen las razones más primitivas del asedio europeo, del bienestar propio, pero, sobre todo, de esa separación necesaria de culturas ajenas en pro de la unificación de culturas nativas, de culturas que están unidas por un continente, tal como sucede en los viejos imperios. Eso fue el sueño de muchos que nunca se logró, aún hoy en día se plantean de forma pueril dichos planteamientos, pero estamos más lejos que nunca de lograrlo, si acaso por algunos conceptos económicos o políticos que llaman a la unidad ante los monopolios imperialistas, pero jamás por un propósito cultural o filosófico.
Me parece que, en todos los casos, el planteamiento filosófico, como lo hemos venido exponiendo, es de índole cultural. El tema central es la separación de nuestra cultura de la cultura colonizadora, en este caso, de la española, con el fin de recuperar lo nuestro. Al día de hoy, aún es vigente dicha búsqueda de separación cultural, aunque, por supuesto, aceptamos francamente que formamos parte de ambas, nos agrade o no. La mezcla se gestó hace siglos y sería imposible purificar nuestra cultura nativa de forma absoluta. Los liberales dirán que hay mayor riqueza cultural, que si no logró enriquecerse, sí se diversificó, es más plural y variada.
Los distintos movimientos lograron una separación política de los colonizadores, solo para lograr una libertad que les permitiera establecer gobiernos propios, con todos los tropiezos y errores que eso implicó como parte del proceso alternante de poderes. Habrían de dar muchos pasos para la instauración de las repúblicas que conformarían la mayoría de los países nativos del centro y sur de América.
El debate o la debacle siguen vigentes, continúan esperando nuevas reflexiones y planteamientos que salvaguarden de forma definitiva la identidad política y cultural de las Américas.
Referencias
• Alberdi J. Predicar en desiertos. La Moda, 10 de marzo de 1838. Obras completas, T. 1 (Buenos Aires: la Tribuna Nacional Bolívar, 1886).
• Alberdi J. Reacción contra el españolismo. La Moda, 14 de abril de 1838. Obras completas, T. 1 (Buenos Aires: la Tribuna Nacional Bolívar, 1886).
• Bilbao F. Iniciativa de la América. Idea de un congreso federal de las repúblicas. Palabras leídas en París el 22 de junio de 1856.
• Discurso pronunciado por el Libertador Simón Bolívar ante el Congreso de
Angostura el 15 de febrero de 1819, día de su instalación.
• Mora J. “Discurso sobre la necesidad de fijar el derecho de ciudadanía en la República y hacerlo esencialmente afecto a la propiedad”. El observador (de la República mexicana). 14 de abril de 1830. Reproducido en Obras sueltas. Segunda edición. México: Editorial Porrúa, 1963. 630-39. [Versión digital preparada por Marina Herbst.]