En La persona y lo sagrado, Simone Weil escribe sobre la falta de personalidad y representatividad que existe en la corriente del personalismo, considera que el vocabulario no nos ayuda a discernir o precisar lo que se quiere expresar de forma correcta, debido a que el pensamiento es más importante que la persona, ya que el hombre es importante siempre y cuando se le considere en conjunto. Lo anterior es sumamente difícil de definir con un vocablo, puesto que la extracción de un adjetivo sobre una persona no lo condiciona a dejar de ser la misma persona, tal como lo menciona Weil “Tomar como regla de la moral pública una noción imposible de definir y de concebir es dar paso a toda clase de tiranía” (Weil, 4).
En el ejemplo que Weil expone “¿Qué es lo que exactamente me impide sacarle los ojos a ese hombre, si tengo licencia para ello y además me divierte?” (Weil, 4), nos habla de la noción sobre el derecho personal y social, sin referirse a la posibilidad de realizar tal o cual acto aun cuando tengamos ese derecho o sin importar cuán sagrado se considere, sino a que más allá de toda ley existe algo innato en el hombre, refiriéndose a la distinción entre el bien y el mal que tenemos en nuestro ser desde pequeños, es donde empezamos a elaborar los juicios que tienen que ver con el concepto de justicia que se basa en la desigualdad, pero como Weil lo menciona, la injusticia generalmente surge de la falta de explicaciones.
Siempre existirá cierta disparidad entre el bien y el mal en ese eco interno que nos aconseja sobre el pensar y el actuar, y si bien generalmente el bien es el que triunfa, en ocasiones el mal no requiere de ser explicado, ya que muchas de las veces alimenta el sentido del placer a sabiendas de la malignidad que lleva implícito. El clamor de injusticia puede provenir del agresor o del agredido; sin embargo, en la mayoría de las veces la víctima no sabe cómo pedir justicia, “La única facultad humana verdaderamente interesada en la libertad pública de expresión es esa parte del corazón que grita contra el mal” (Weil, 6). Con lo anterior queda claro que es necesario tener un bagaje intelectual y cultural, mínimos para poder expresarse adecuadamente y así exponer una situación en particular y defenderla, pero también se requiere de un organismo moralmente sólido que tenga la capacidad de atender dichos llamados, dependerá entonces de los intereses del gobierno y de la naturaleza de las demandas que se les preste atención o no, las demandas generalmente son atendidas cuando se alinean con los intereses del Estado, esta forma de actuación incluye a todos los organismos que tienen algún coto de poder. Es en la libertad de expresión donde se crea la democracia con los estandartes de justicia y libertad, los cuales no siempre llevan un tinte personal, sino que exponen demandas sociales, lo cual por supuesto es impersonal y esto es lo que cuenta para la sociedad, es una de las formas en que esta se alimenta, es decir, de lo superficial, sin que queramos decir que lo anterior sea superfluo.
“La ciencia, el arte, la literatura, la filosofía, que tan solo son formas de realización de la persona, constituyen un dominio en el que se llevan a cabo logros espectaculares, gloriosos, que hacen vivir a algunos nombres durante miles de años. Pero por encima de ese dominio, muy por encima, separado de él como por un abismo, existe otro en el que están situadas las cosas de primer orden. Esas son esencialmente anónimas” (Weil, 8). La esencia de la persona, lo verdaderamente personal y sagrado, se ha perdido para dar paso a todo lo que la conforma desde el punto de vista impersonal y que ha tomado su lugar para ascender como lo sagrado, extraviándose lo personal o trascendental en el anonimato, permaneciendo, pero acallado por el lucimiento de lo impersonal. Exaltamos lo que hacemos, pero no el porqué, importa el mérito de la obra, pero no quién la realiza, es un estado de perfección impersonal donde la falta de personalidad es lo que nos hace socialmente notables, a la sociedad no le interesan las personas, lo que le interesa es el conjunto de personas, hay una despersonalización social y esta genera un código moral aceptable para el conjunto, a pesar de que se transgreda la moral personal de un individuo en particular, el flujo siempre será de lo personal a lo colectivo, pero nunca será al revés, si se quiere dar personalidad a un colectivo primero habrá que desmembrar la colectividad en personas.
Es el sentido de pertenencia individual el que nos hace someternos a la colectividad y despersonalizarnos, es una idolatría mal concebida, tal como en el ejemplo de la Alemania nacionalista. En la sombra de la colectividad el hombre se vuelve sumiso, sin embargo, a la vez más fuerte, lo cual más que seguir una lógica conductual, persigue los conceptos de comodidad y seguridad, el hombre se hace menos notable como persona que como conjunto de personas, pero es dicha persona la que puede hacerle prevalecer por encima del colectivo impersonal, un colectivo si bien está despersonalizado, representa la suma de las acciones de cada persona, lo cual es lo que le da su valor. “Es inútil explicarle a una colectividad que en cada una de las unidades que la componen hay algo que no debe violar. En primer lugar, una colectividad no es alguien a no ser por ficción; no tiene existencia a no ser abstracta; hablarle es una operación ficticia. Y después, si fuera alguien, sería alguien que solo está dispuesto a respetarse a sí mismo” (Weil, 6). Necesitamos de dicha coexistencia colectiva para existir como individuos, si no corremos el riesgo de quedarnos ya sea en el imaginario o en un producto metafórico si llevamos lo personal más allá de lo colectivo sin una acción razonada, la colectividad nos otorga el contrapeso para equilibrar lo personal de lo impersonal debido a que se regula a sí misma, no permite que un individuo prevalezca que otro en lo personal, lo cual es peligroso debido a que la regulación colectiva es una de las fortalezas de la sumisión personal, podrá exaltarlas en lo colectivo, pero nunca en lo personal, sino como una falacia de interés. “Lo que sienten no es el sentimiento de lo sagrado auténtico, sino esa falsa imitación que produce lo colectivo” (Weil, 11), si la exaltación es personal, lo es porque también lo es del colectivo.
De lo anterior surge la corriente del personalismo o personalista, que discierne lo personal de lo colectivo intentando definir los atributos de cada una, donde la ciencia y el arte son solamente parámetros de definición o acción, como lo es también el trabajo, que si bien es un medio, no es sinónimo de libertad individual, sino lo contrario, es un medio para colectivizar al individuo y la mejor forma de expresión del colectivo laboral es el sindicato, el cual acalla conciencias personales a través del grito colectivo. Una balanza se compone generalmente de dos partes, sin embargo, en el caso del colectivo laboral la balanza tiene tres pesas: el colectivo, el sindicato y el derecho, el derecho es el que media sobre los derechos de todas las partes, incluyendo los del Estado, que da como resultado una simbiosis beneficiosa para todos o al menos en un sistema mediador medianamente eficaz. El derecho se formó en Roma como un sistema de leyes que trataban de definir y establecer lo que estaba bien o lo que debía ser a través de una serie de vocablos elegantes en pro de la justicia.
El derecho nos da personalidad, nos otorga el derecho de tener y de ser, de exigir y demandar, nos da legalidad y justicia a través de la voz, la cual depende de su uso y de la razón, de su valor en la escala social y de su colectividad, aunque no lo comprendamos por completo. “A las masas, cuando se les habla de los derechos de las personas, se les dice lo contrario. No disponen de un poder de análisis suficiente como para reconocerlo claramente por sí mismas; pero lo sienten, su experiencia cotidiana les da la certeza” (Weil, 16). La pérdida de la voz personal nos otorga privilegios colectivos, aunque dicho privilegio no sea genuino y nos aleje del bien personal que no del común, es difícil discernir el valor entre uno y otro, habrá ocasiones en que para obtenerlo se sacrificarán individuos, ya que a veces para lograr el bien hay que tomar acciones que van más allá de la comprensión y la lógica personal. Es el uso del lenguaje lo que nos permite avanzar en la escala moral colectiva, dependerá de su uso nuestra competencia hacia la brecha del bien o del mal, aun cuando no tengamos una noción clara del camino o del objetivo, sin embargo, el lenguaje es fácilmente reconocible, ya que no es complicado reconocer el bien o el mal en él, es en un uso democrático del lenguaje donde el abuso no llevaría al bien generalizado, es decir, se puede hacer el bien y el mal, pero lo anterior es inherente al individuo y no al derecho en sí mismo por más talento que el individuo represente de forma impersonal, “Un idiota de pueblo, en el sentido literal de la palabra, que realmente ama la verdad, aunque no emita más que balbuceos, es por el pensamiento infinitamente superior a Aristóteles” (Weil, 19), es por lo anterior, que sería un genio, ya que venera la verdad.
Hay que impulsar la genialidad por encima del talento, por el hecho de que lo primero representa la virtud de la verdad personal y no la sobrevalorada impersonalidad de lo segundo. “Y hay que romper la pantalla mucho más peligrosa del colectivo, suprimiendo toda la parte de nuestras instituciones y nuestras costumbres donde habita una forma cualquiera del espíritu de partido. Ni las personalidades ni los partidos conceden jamás audiencia ni a la verdad ni al infortunio” (Weil, 20). Ya mencionamos que la expresión se genera a través del lenguaje, para lo cual la formulación de este depende de distintas variables, tales como la inteligencia, el orden, la prudencia o la verdad implícitas en su contenido, la expresión también es dependiente tanto del emisor como del receptor, es decir, de la hermenéutica, debe poseer además una secuencia lógica de emisión que a su vez le permitirá una secuencia de relaciones plausibles de comprensión, lo deseable es mantener una relación pequeña de constructos en una expresión dada, siendo la inteligencia la que nos permite diferenciar de forma constructiva a la verdad, en otras palabras a la sabiduría, que es aún más deseable, ya que nos permite discernir sobre la medida justa de las cosas, sin importar que nos hagan el bien o el mal. “Todo espíritu que llega a captar pensamientos inexpresables debido a la multitud de relaciones que se combinan entre ellos, aunque sean más rigurosos y más luminosos que lo que expresa el lenguaje más preciso, todo espíritu que llega a este punto, ya reside en la verdad” (Weil, 14). Todos por igual podemos llegar a la verdad o a la sabiduría sin importar si tenemos talento o no, el punto principal radica en querer alcanzarlas y para lograr lo anterior el pensamiento debe pasar por una catarsis, únicamente así lograremos ese espíritu de verdad y de justicia, ya que de la conjugación de ambas emana la belleza y esta representa al amor. Las palabras, que cuando expresan veracidad, también expresan belleza, son incontenibles. El hombre es llamado a la virtud de las palabras como algo personal inmerso en nosotros, “Justicia, verdad, belleza son hermanas y aliadas. Con tres palabras tan hermosas no hace falta buscar otras” (Weil, 24).
El mal no alcanza al hombre por destino o por casualidad, está en él la capacidad de evitarlo o de continuar el bien, está en su naturaleza y es mediante la sabiduría que trata de concentrar dicho bienestar, pudiendo existir un castigo para el hombre que de manera consiente ocasione el mal, por ejemplo, cuando se le ocasione el mal a una persona para procurar el bien de otra, se dobla el código moral a favor de una por el mal de otra. “Puede haber obligación de infligir daño para suscitar esta sed con el fin de satisfacerla. En esto consiste el castigo. Aquellos que se han vuelto extraños al bien hasta el punto de buscar difundir el mal a su alrededor solo pueden ser reintegrados en el bien mediante la inflicción del mal” (Weil, 26). De esta forma existiría un despertar a partir del mal, pero en pro de un bien que nos impulsaría al propio bien por ser lo deseable, dicho de otra forma, reprogramaríamos a la naturaleza del hombre, donde sería el bien el que prevalecería sobre el mal, se induciría a la conciencia del bien, sin embargo, deben establecerse límites, ya que es muy fácil pasar del mal en pro del bien, al mal para perpetuar el mal, se convertiría en tiranía, venganza o en maldad pura. Es en los hombres que han cruzado ciertos límites donde podremos encontrar el contrapeso de su sabiduría, a pesar de que sepan discernir el verdadero bien del mal.
Es el uso de las palabras lo que nos provee de entendimiento y sabiduría, que nos permite tener bienestar a través de las palabras y de la justicia. Es en el derecho y la democracia donde surgen las instituciones, organismos que establecen las normas para que la sociedad funcione en armonía, y cuando esta armonía se logra es cuando los individuos mejor se someten al colectivo, solo así podrían ser protegidas exclusivamente en lo social.
Referencias.
• Weil S. La persona y lo sagrado. https://www.elejandria.com