El concepto de vida.
El hombre nace para morir, luego medita y logra la reflexión de que nace para vivir, para ascender racionalmente en un mundo poco equitativo y amenazador de sus garantías, desea y procura permanecer sin cambios físicos ante el discurso poderoso del tiempo, quiere permanecer estático, aislado, sin comprender que la experimentación es la base de toda evolución cognitiva, la forma más preciada del conocimiento es el ensayo – error, incluyendo el conductual, el psíquico, hay que hurgar y escudriñarse con precisión para obtener respuestas fiables, letales en el mínimo proceso de entendimiento humano, el hombre comprenderá en una edad avanzada que no importa el envejecimiento físico, el que importa es el mental y no por su deterioro, sino por su elaborado desarrollo, por la fortaleza que se logra con la práctica mental, con el ejercicio cognitivo reflexivo y sumatorio.
Nuestro objeto de idolatría debe ser la mente y la intelectualidad, no el cuerpo. La mente debe trabajarse, educarse, fortalecerse, sino que termina en un estado de abandono del cual no se podrá escapar jamás, si la psique se pudre. Si bien la carga genética es importante, esta se puede suplir con trabajo y cultivo intelectual para desarrollar posteriormente lo necesario en el proceso de elaboración de valores, incluyendo a los morales, son los valores los que le permiten al hombre elaborar su personalidad aunque está inicie antes del ser racional que el hombre será después, es en dicha elaboración donde los límites entre el hombre solitario y el hombre en sociedad se forjan, la sociedad vendrá después a intentar corromperlos, es papel del hombre mantenerse auténtico, solidario con su percepción real del mundo y no dar el traspié que la urbanidad le exige, como si lo anterior fuese un título necesario para poder pertenecer a una sociedad putrefacta.
Los valores morales acompañan al hombre a partir de la reflexión primitiva de la diferenciación entre el bien y el mal, después vendrá el análisis también reflexivo que la sociedad y el Estado realizarán para determinar cuáles son los valores a los que debemos aspirar, y cuáles debemos respetar si es que queremos encajar en el colectivo, algunos valores deberán ser obligatorios, ya que el abanico moral es muy amplio para cada individuo, dicho de otra forma, cada hombre posee distintos valores que no necesariamente implican el bien o el mal para sí mismo ni para los demás, sin embargo, está obligado a comportarse como la sociedad lo dicta, esté de acuerdo o no con su balanza moral. El desarrollo de los valores considerados deseables involucra un acto de reflexión intrínseca para que estos puedan determinarse y establecerse, lo cual está lejos de ser un acto inducido o aprendido, nuestro interior ya tiene determinado cómo debemos de actuar en lo personal y en sincronía con los demás, se requiere además de la reflexión tener una mente saludable que nos permita discernir como filtrar el impulso antes de la acción, ya que son los impulsos más que el conocimiento de un valor lo que determina nuestra acción ante una circunstancia específica.
La construcción de los valores es una obligación moral del hombre, en cambio, la función del Estado será la de supervisar y vigilar el cumplimiento de estos, puesto que no puede dejarse dicha función al hombre por sí solo, debido a que no necesariamente este se respeta a sí mismo como primer estatuto universal de moral, cuando el hombre procura y logra ese respeto lo hará en todo sentido para los demás y para la naturaleza de la cual proviene, siendo así, el respeto es el bastión inviolable del código moral primitivo y actual, la moral individual construirá la social y estas se traslaparán como un manto único de moral anticipada, en esta situación al colectivo sí le interesa la función del sujeto individual, le interesa su función moral, ya que una moral extraviada incide de forma funesta en la sumatoria, la sociedad procura el bienestar individual para mantener su código intacto. Será el suicidio el signo más ominoso del deber social para el individuo, por el hecho de que este falló en proveerle de lo necesario para preservar el respeto a sí mismo y a la vida, el suicidio siempre se ha considerado un acto de impureza espiritual y una falla del sistema reflexivo social, actualmente se ha quitado el yugo social sobre el tema, ya que se considera que el hombre es un ser autónomo, quien debe salvaguardar la capacidad y el derecho de mantener o no su vida, flagelando así su propio derecho, porque es suyo, siempre continuará la controversia del deber de la sociedad con el individuo y viceversa.
Otro tema importante es el derecho a la terminación de la vida desde el punto de vista terapéutico, tema de ética profesional médica que también involucró a la iglesia y al derecho como postulantes de las leyes que intentaron determinar finalmente si un hombre puede decidir o no respecto de la prolongación o terminación de su vida ante una condición médica terminal, al inicio la diatriba se concentró en cuestiones meramente físicas para posteriormente extenderse a las enfermedades mentales, hubo que debatir durante décadas para que en algunos países, generalmente con sociedades avanzadas, se diera pie al derecho que se le otorga al hombre sobre dicha decisión en los casos que tenga intactas sus facultades mentales para discernir sobre su derecho de vivir o no o el del apoderado legal si la condición mental le impide decidir sobre sí mismo. La eutanasia fue y será una cuestión de moral ciega ante el respeto por la vida humana, ya que la vida representa mucho más que el hecho de solo estar vivo, aun cuando sea mediante la manutención asistida de la misma. Lo moralmente correcto debería ser procurar la dignidad de la vida humana, ambos conceptos, el de derecho y el de la dignidad se pierden por el miedo moralista a la terminación de la vida, la sociedad insiste en prolongar la vida hasta la última consecuencia o posibilidad, pero a expensas de una dignidad doblegada o ausente, es un miedo primitivo a soltar la vida por el castigo divino que nos han enseñado que conlleva, en donde el Dios castigador se hace presente una vez más, pero ¿por qué no se hace presente el Dios amoroso que se interese por ausentar el dolor o la pena para traer así el júbilo de una muerte feliz o liberadora?
El concepto médico básico del primun non nocere, que significa lo primero es no hacer daño, debiese ser comprendido de la siguiente manera: lo primero es no hacer daño, pero es igualmente importante no perpetuarlo. La capacidad médica tiene límites y estos deben respetarse, y no traspasarlos en pro de una vida aciaga y lóbrega, debemos comprender también que la medicina es una rama del conocimiento que muchas de las veces actúa contra natura, perpetuamos enfermedades y condiciones que, si se presentaran en la naturaleza sin la intervención humana, no podrían sustentarse. La naturaleza tiene en los demás seres vivos dichos mecanismos de acción para la perpetuación, solidificación y mejoramiento de las especies, terminando con las anomalías que no deben de estar presentes ni perpetuarse, solo los seres humanos procuramos su continuación y no su extinción, y no solamente eso, hemos ido más allá incidiendo también en la naturaleza biológica de otras especies y del planeta mismo. A la sociedad no le interesa la vida humana, no tanto como le interesa su agonía y el falso estandarte moral de querer combatirla a expensas de su desarrollo, lo que hace es combatir la evolución natural de la vida y su desenlace, es decir, el de una muerte digna a expensas de una muerte violentada de raíz, queriendo quitarle ese derecho al hombre, primero sobre su vida para terminar quitándole el derecho sobre su muerte.
El mito de la sexualidad.
La naturaleza, salvo en contadas especies nos proporcionó una de dos identidades con el propósito fundamental de continuar la evolución de estas a través de la procreación, somos fundamentalmente hembras y machos o mujeres y hombres, dos géneros bien definidos en nuestra especie desde su inicio, también desde entonces ambos géneros han mostrado inclinaciones hacia su propio género, es decir, la homosexualidad, esta siempre ha sido vetado y conforme la sociedad maduro reflexivamente más duro fue el veto. La homosexualidad no era mal vista, sino aceptada en distintas culturas de la antigüedad, lo cual quiere decir que la reflexión social, en vez de acotar la disparidad de conductas y pensamientos, ensancho la brecha para una mejor comprensión de la diversidad sexual, la sociedad se volvió cada vez más intolerante e irrespetuosa ante el derecho del hombre de decidir sobre su identidad y en específico sobre su identidad sexual. Posteriormente, vendría la transexualidad como una variante más del derecho del hombre sobre su elección sexual, rompiendo todo paradigma sobre los límites de la sexualidad y sus variaciones, creando así la necesidad de establecer nuevos códigos, nuevas definiciones y reglas sobre la tolerancia, pero sobre todo del respeto social hacia la variación, ya que no presupone una mera preferencia, sino un cambio anatómico radical.
Una sociedad dividida tendrá una división moral que será más fácil de atajar debido a que el código moral no puede tener tantos frentes. Este debe escoger en cuáles puede incidir y cuáles debe dejar de lado ante el consenso plural de una moral más abierta, de una sociedad más decidida a pelear. Se volverá entonces la atención a los principios fundamentales del hombre, entre ellos el de la salud, volverá el tema de la salud básica, el del saneamiento como principio de evasión de patógenos, el de las campañas publicitarias estériles contra los viejos vicios del hombre, tales como el alcohol y el tabaco, y por supuesto, contra los nuevos, como es el caso de las drogas del nuevo mundo con sistemas de reparto inagotable que atacan la débil moral del abstencionismo. El ataque de los sistemas de prevención de salud no ha rendido frutos aún, porque no comprenden de fondo el ciclo droga-vicio, ya que la cuestión es educativa de raíz y solo quieren cifras sin importar lo que estas representen, cuestionan al hombre, pero no a su bagaje cultural, no a su núcleo familiar, no a su entorno social ni a su desarrollo psicológico, no comprenden que los excesos provienen de las deficiencias, mientras no exista un cambio educativo radical y completísimo no habrá una sola campaña que tenga un mínimo de impacto social en una sociedad consumidora de sustancias. La legalización es una medida regulatoria medianamente efectiva, pero no la ideal, es una cuestión de demanda legal sobre la oferta y lo mismo en sentido contrario, solamente se faculta libremente al consumidor sobre su elección de hacerlo estableciendo para ello únicamente un límite sobre la manera de cómo es que debe drogarse y cuanto, nada más irrisoriamente falso para soslayar la falta de un método efectivo de control por parte de la sociedad y un Estado que la representa.
Vendrían más desafíos morales, el aborto, el alquiler de úteros, los embarazos asistidos, la adopción homosexual, el comercio de órganos y de personas, el cual es el segundo negocio mundial más redituable después del narcotráfico, llegaría también la inteligencia artificial, donde la ficción una vez más sobrepasaría nuestra realidad cotidiana, habría una revolución tecnológica masiva que estaría al alcance de todos mediante un dispositivo. Respecto del aborto, se contaría con el mismo mecanismo de intención regulatorio sobre el derecho de una persona de elegir sobre las decisiones trascendentales de sí misma, la moral se ha convertido en una invasora implacable, especialmente cuando está en manos de mentes moralistas que las más de las veces poseen complejos inquietantes de mentalidad retrógrada, la fatalite ajena nos llena de horror, para después emprender una cruzada contra los impuros con el fin de salvaguardar la dignidad humana que representamos todos en cada nonato, para así decir al unísono que hemos salvado al mundo de la barbarie. Esa falsa percepción del perseus moralista, que aterriza en medio del caos, nos hace levantar las manos y escribir los códigos que creemos son necesarios para todos, menos para nosotros.
El Estado siempre será el órgano regulatorio moral de la sociedad, será el encargado de procurar los sistemas de vigilancia y condenación de aquellos que falten a los códigos morales escritos en las leyes. Las leyes y las instituciones han sido erigidas a través de los años con dicha encomienda, así como han probado ser instancias eficaces han probado también su ineficacia por las transgresiones contra las garantías, por las violaciones y abusos que cometen, por ello ha sido necesaria la formación de instituciones que se encarguen de regular a los órganos regulatorios, podemos reflexionar sobre lo anterior y meditar que entre más alto sea el costo moral, mayor deberá ser la institución que lo avale, sin querer decir que no habrá sesgos o equívocos en ello.
Además de las leyes, el Estado se vale de otras formas de convencimiento social para regular a sus ciudadanos, tienen generalmente al quinto poder de su lado, es decir, los mass media, sabemos que hoy por hoy el control de los medios se encuentra en manos de quizás no más de cuatro grandes consorcios a nivel mundial y son estos los que proporcionan al mundo la información que la geopolítica les impone a sabiendas de la repartición de intereses económicos, dicho de otra forma, la moral deja de tener contexto cuando se trata de control social, mienten con una causa definida, el Estado exige al individuo el apego al código moral, pero dejando el suyo de lado, espera que la sociedad en conjunto actué como un magnificador de señal que reúna de forma masiva el código de cada ciudadano en aras de estadísticas favorables para su partido y su conveniencia política.
Otra forma de regulación es el miedo que se imprime a la sociedad, el Estado prefiere un pueblo temeroso, ya que este se acalla ante el temor, conoce del miedo inserto en el hombre de forma milenaria por la iglesia, con el precepto castigador del actúas mal y no entrarás en el reino de los elegidos. La elección es libre y popular, el Estado nos elige para que podamos nosotros elegirlo a él, es solamente un juego de acomodos contextuales donde el que pierde es el hombre por seguir el código establecido de la moral en turno. El hombre podrá proclamar su miedo para vencer el control que el Estado tiene y lo convertirá en revoluciones, en guerras, en amnistías o en tiempos de paz, una paz que anhela quizá desde siempre y que le permite reconstruirse de nuevo en el hombre moral que debe ser y es. La mejor guerra es la del hombre que piensa, es decir, la guerra intelectual, porque dicho combate exige más que una bayoneta, exige pensar, reflexionar, convencer e hilar conceptos profundos de moral.
Referencias.
• Lipovetsky G. La era del vacío. Pags. 34-67.
• Lipovestky G. El crepúsculo del deber. Pags. 81-111.
• Zizek S. Sobre la violencia: seis reflexiones marginales. Paidos, Argentina, 2009, pags.
• Kortansje M. Sobre la violencia: seis reflexiones marginales. En respuesta a S Zisek. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 30 (2011.2).